«ESPIRAL» DE VIOLETA GUTIÉRREZ HUECAS

«ESPIRAL» DE VIOLETA GUTIÉRREZ HUECAS

«ESPIRAL» DE VIOLETA GUTIÉRREZ HUECAS

«Me desperté a las 4:17», no sabía de donde había salido ese mensaje, ni porque se encontraba en mis notas del móvil, no recordaba haberlo escrito, ni siquiera haberlo soñado, bien es cierto que estas semanas me había estado despertando de golpe a altas horas de la noche, sintiendo que alguien me agarraba las muñecas, pero de ahí, a escribir una nota, había un buen trecho. Y no volví a saber de esa nota. No hasta pasados varios dias.

Porfin, mi momento más esperado del día, camita, dormir, sentir el frío entre las sábanas y sentirte a salvo bajo el edredón, cuando en realidad tu eres tu propia incertidumbre.

Los sueños son la mezcla de los sentimientos, de personas de tu alrededor, de historias que tú mente crea para pasar la noche, sin embargo toda esa oscuridad que habita los rincones de tu pensamiento necesita salir, necesita probar que es igual de fuerte que tus pensamientos positivos.

Pesadillas, esas que atormentan tu descanso y perturban la tranquilidad de tu seguridad, esas que anuncian la verdad alternativa, esas que nunca te dejarán ser paz.

Me dormí aquella noche pensando en las cosas que debía hacer al día siguiente, me dormí con la seguridad de que bajo mi manta nada podría ocurrirme, ignorando lo mucho que me equivocaba.

Una espiral de sueños y pesadillas mareaba mi quietud, mi mente trataba de despertarme, de avisarme de que no era real, pero una barrera se había interpuesto entre el mundo de los sueños y la realidad, algo había bloqueado mi salida de aquel universo, corría y corría y nunca llegaba al final, mis dientes se caían, payasos me incitaban a acompañarles por las calles, alcantarillas sin fin, casas con vida propia, cortinas que ocultaban misterios sin resolver, y de repente, oscuridad, todo se apagó, nada continuó.

La lluvia comenzó a caer y en medio de la oscuridad, note como aquel fino diluvio no mojaba lo que al parecer era mi pijama, mi mente se logró colar en aquel pequeño resplandor de lógica, algo aprisionó mis muñecas, marcando así para siempre las garras del terror. Y volví, volví al mundo al que pertenecía, retorne de lo paralelo en lo que me había quedado atrapada, de nuevo allí estaba, despierta a las 4:17, temblando de pánico, recordando con inquietud mi pequeño viaje.

Y entre mis sábanas en la oscuridad, algo agarró mi mano, calentando mis miedos, extrañamente reconfortando mi respiración, recordándome así, que debajo del edredón, jamás estaríamos solos.

«FILOSOFÍA DE UN ESCRITOR SOBRE FANTASMAS» DE Pau Dekany Piña

«FILOSOFÍA DE UN ESCRITOR SOBRE FANTASMAS» DE Pau Dekany Piña

«FILOSOFÍA DE UN ESCRITOR SOBRE FANTASMAS» DE PAU DEKANY PIÑA

En el mundo en el que vivo, las flores forman los arcoíris, se escribe poesía con lágrimas de corazones rotos y los regalices atan las zapatillas de los jóvenes. Por eso, personas sin imaginación, quieren que responda a una pregunta: ¿existen los fantasmas?

Preguntan sin darse cuenta de su alrededor. No saben quiénes son los que atrasan a la guagua unos minutos para que ellos no la pierdan. Ignoran quiénes buscan esas cosas que ellos perdieron, para que puedan terminar ese trabajo. No son conscientes de quiénes son los desamparados que los abrazan en la esquina de su cuarto cuando las cosas no salen como querían, o escuchan sus gritos cuando pierden a un ser querido. Siguen preguntándose eso, mientras que ellos revisan el tráfico, el coreo sin leer, el programa que querían grabar, para que puedan seguir cuestionando su existencia. Luego se asustan de que las muñecas giren solas, porque se olvidan de que ellos también necesitan reír cuando a nosotros nos va bien. 

Filosofan sobre si los fantasmas existen, y yo les digo que ellos mueren para vivir por alguien. Nos dejan de cualquier manera, y nos cuidan desde entonces, aunque no les agradezcamos todo lo que hacen. Caminan al lado nuestro, sin juzgar nuestros pasos, queríendonos incluso cuando nosotros no lo hacemos.

Si esperabas que te respondiera con un simple no, ¿qué haces preguntándole a un escritor?

«EL CUERPO DE HABITO» DE OLIVIA LI CABRERA GÓMEZ

«EL CUERPO DE HABITO» DE OLIVIA LI CABRERA GÓMEZ

«EL CUERPO DE HABITO» DE OLIVIA LI CABRERA GÓMEZ

Se nos acaba olvida, se nos lleva el viento, dejas de estar como las velas una vez encendidas, que se quedan en el fuego que poco a poco las acaba por desaparecer sin dejar nada de ellas por el camino. Pero en tu caso, dejando tu cuerpo como memoria de tu existencia a través de él.

Dejamos de estar cuando nos morimos porque no somos eso que usamos para decir las palabras, lo que intenta hacernos ver entre un mundo todo igual, lo que te duele cuando te caes de los bordillos, lo que sangra. A través de lo que tomamos presencia, como otro de los que llenan las calles, inundan los metros quitándole espacio al aire entre vagón y vagón, entre cuerpo y cuerpo. 

Y por eso morimos, porque somos lo que intenta decir que lleva dentro esa masa con la que nos movemos por la tierra, la que nunca encuentra las palabras, la que se queda en la ahí cuando nos vamos. 

Me regaló un espejo que ocupó el espacio de todos los ríos en los que me fui mirando para intentar entender qué movían mis pensamientos, en qué estaba atrapada, qué utilizaba para pronunciar las palabras. Y me vi, igual a todos, igual de real que el resto de cuerpos que ocupaban mi salón, que llenaban cada hueco sin usar.

Miro el cielo, el aire que lo llena, sintiéndome eso, una masa intangible de pensamientos, de ideas fugaces que llenan un cuerpo que jamás podrá pronunciarlas. Miro cómo el viento susurra sus secretos usando los árboles, chocando contra los cristales, siendo él el que habla aún sin poder decir nada.

Puedes tocar la tierra, las rocas de la playa, la arena que algún día las formó. Pero siento que al tocarlas solo puedo palpar lo que las recubre, lo que les deja mostrase al mundo y se quedará aquí cuando estas se mueran. 

Vi una mariposa, vi cómo volaba al intentar tocarla, como huía de todo lo que se le acercaba. Cómo ni se dejaba ser tocada por el suelo ni por la tierra que nos arrastra a todos a permanecer en la linea recta que conforma el camino, sin dejarnos libertad para elegir el nuestro.

Las mariposas y el aire en el que permanecen, lo único que las puede tocar.

Pero un día encontré los restos de una tirados por el jardín, su cuerpo, como el envase en el que yo me encuentro. La vi, debajo del aire, sobre el suelo que pisaba y que por fin le alcanzaba. El cuerpo que pensé que era solo aire. Pensé que su manera de rozar los árboles y hacer sonar las ventanas era el de permanecer casi quietas en medio de nada teniendo en cuenta que para mí el aire lo era. 

Cogí sus alas, incapaces de volar sin llevar lo que murió dentro y las metí entre el espejo que me anclaba a la tierra y ahora a ellas a mí. 

«MARIPOSA AÑIL» DE DANIEL SUÁREZ ACOSTA

«MARIPOSA AÑIL» DE DANIEL SUÁREZ ACOSTA

«MARIPOSA AÑIL» DE DANIEL SUÁREZ ACOSTA

El viento húmedo acaricia mi cara, pero el calor lucha contra él, impidiendo que refresque mi rostro, como si estuviera soñando despierto. El mismo aire remueve tu oscuro pelo rizado como se remueven las banderas en las playas. Te ves despeinada pero yo te veo mejor que nunca.

Ser feliz es como cazar mariposas, siempre puedes buscarlas, pero atraparlas está destinado para unos pocos afortunados, y tampoco es que vivan mucho. Al menos la primera parte no se nos está dando mal. Cazar mariposas es un poco egoísta de todas formas.

Quiero acostarme en el suelo empedrado, mirar al cielo celeste, que se va apagando de forma casi imperceptible hasta que se torna añil. Quiero saludar al tímido sol, escondido detrás de las nubes, relucientes y puras, del color de tu sonrisa. Quiero estar aquí contigo, escuchar el silencio, mirar más allá de tus pupilas, coger tu mano y sentir que atravieso tu piel.

Sentarme al borde del abismo, contemplar el paisaje que la primavera arrebató al verano, saber que el mar está lejos pero no lo suficiente para escapar de nuestros cinco sentidos. Mi camisa blanca y mis Air Forces están manchadas por la tierra, pero mi alma está más limpia que nunca, sin nadie que me moleste, sin nadie que nos moleste. Es una tarde de junio, pero tengo la piel erizada.

El azul ennegrecido del cielo se ilumina en su extremo de un suave y delicado naranja durante un instante, hasta que el ángulo del sol se rompe, y quedamos otra vez en la oscuridad, más turbia que nunca. Llega un punto en el que solo veo con claridad tu figura brillando entre las sombras, tus dientes y el iris de tus ojos marrones iluminando todo el lugar. Deberíamos irnos, pero no quiero despedirme de esto tan pronto.

La belleza está más cerca de lo que pensamos, o de lo que queremos pensar. Belleza hay en todos los rincones, lo que faltan son piernas dispuestas a buscarla, y ojos capaces de captarla. La belleza no está en ellas, está en ti. La belleza no está allí, está aquí. 

«POLTERGEIST» DE LUCIA OTERO GARCÍA

«POLTERGEIST» DE LUCIA OTERO GARCÍA

«POLTERGEIST» DE LUCIA OTERO GARCÍA

Once y media de la noche. La luna brillaba en lo alto del cielo con su suave destello blanco. El viento no rugía pero sí gritaba con esa fuerza tan peculiar que tiene, esa que es capaz de tumbarte y hacerte volar. Mi pelo danzaba a su son, sin una coreografía bien ensayada, sino con el precario descuido de alguien que intenta bailar, pero no sabe. Y junto a mí, mi familia, mi padre, mi madre y mi hermano. Todos caminando en procesión hacia el famoso cementerio de la capital escocesa. El trayecto fue corto y fugaz, mientras los cuatro nos adentrábamos por las calles de esa ciudad tan llena de magia y leyendas. De espíritus y fantasmas. Esa ciudad en la que habitaba gente supersticiosa y amable. Me di cuenta de que, por esas calles, siglos atrás, habían caminado igual que yo, guerreros y doncellas, luchadores y valientes, pero también gente que carecía de honor y lealtad. Gente que gozaba con el sufrimiento ajeno y que más que sangre, por sus venas fluía con temeridad y en gran medida, algo perverso.

Llegamos al cementerio, estaba un poco escondido, pero aun así se podía encontrar si lo estabas buscando. Custodiado con grandes verjas de metal negro que se imponían delante de mi como dos gigantes que podrían aplastarme con un leve movimiento de sus brazos. Por un instante dudé. No quería adentrarme, pero la curiosidad pudo conmigo y acabé cediendo ante su inescrutable agarre. Y al entrar lo sentí. Lo sentí de una forma tan potente que por un momento el aire se escapó de mi cuerpo y mi corazón latió tres veces su ritmo. El vello de mis brazos se alzó hacia el cielo en solemne súplica para apartarme de aquel lugar, pero seguí avanzando. No podía evitar sentir que alguien me observaba, pero cada vez que me daba la vuelta no había nadie, tan solo el césped bien cortado y un banco vacío, pero sentía los ojos de alguien en mi nuca, siempre presentes. Entonces sucedió, mi madre pisó el césped un poco más allá de la iglesia que dominaba sus campos, para sacarse una foto a la luz de la ciudad, pero salió borrosa, tan borrosa que era imposible que pudiese suceder una segunda vez, pero lo hizo. Ella dijo que mientras estaba allí, de pie sobre aquel césped, sintió una fuerza que parecía agarrarla y no querer soltarla, algo la mantenía anclada a la tierra, algo que estaba allí pero no podía verse. Como los rayos caen por la noche, así de rápido salimos todos de allí, de aquel sitio que guardaba tantas historias, tanto dolor y tanta despedida.

Fue solo después, una vez estábamos suficientemente lejos del cementerio, cuando me contaron la historia de Mackenzie, el poltergeist de Edimburgo. No mucho más allá de aquella iglesia que mencioné, estaba la lápida de Mackenzie, un guerrero famoso por su crueldad. Se dice que su espíritu sigue allí, molestando a todo el que osa pisar su tumba. Existen historias que cuentan que mucha gente que pasa cerca, sale del cementerio con cortes, heridas o incluso vomitando, todo por Mackenzie, que incluso en la muerte, seguía intentando matar. Nunca pensé que algo así podría ocurrirme, pero negar la evidencia es de necios, y yo sabía muy bien las sensaciones que había sentido al pisar aquel suelo consagrado. No será una certidumbre, pero el cementerio de Edimburgo no es algo normal, corriente. Es un sitio que, si decides creer en ello, está lleno de espíritus, tan buenos como malos, que siguen rondando esta tierra con la pesadez de unas piernas vacías, con sus brazos frágiles pero fuertes, con sus ojos posados en los tuyos desde la distancia de la muerte, que más tarde o más temprano, nos acabará recogiendo a todos.

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