Entre rejas, encerrada el alma, atrapado el cuerpo. Entre cuatro montones de ladrillo y cemento. No sé qué hacer. Me siento asfixiada. Echo de menos ver el frío color gris de la calle, de las personas que pasan con cara triste, alargada, cansada y harta. Ver a gente en el colegio, lío por allí, lío por allá. Solo soy capaz de ver el lado malo. No me gusta. Y es que es una condena. O sales y haces lo que te gusta y los demás mueren, o salvas a los demás y quien muere es tu alma. A través de un agujero, ves el pequeño mundo exterior. Y es que, quien no lo vive, no sabe qué significa. COVID, ¿por qué nos haces esto? ¿Qué quieres de nosotros?
¿Saben ese momento en el que no entiendes absolutamente nada y nadie te ayuda? La escuela es así.
Algunas personas entienden fácilmente cualquier materia. Los profesores están encantados, hacen los ejercicios que explican, se sienten realizados…Pero hay muchos alumnos a los cuáles no les ocurre eso. Les cuesta empatizar con la materia, los números no son lo suyo, los idiomas, recordar acontecimientos. Hay gente que lo explica varias veces, de distintas formas, pero otra no.
Recuerdo cuando, en medio de la pandemia, mi Internet no funcionaba bien, y nadie hacía nada por explicarme por escrito para no perder las clases.
Hoy en día, casi nadie hace nada por los estudios, los alumnos se deprimen al no entender algo, otros lloran porque suspenden, y todo porque, en muchos centros, es más importante memorizar que entender y aprender. Nos piden memorizar la historia y sus fechas, nos piden también hacerlo con fórmulas matemáticas, con declinaciones y símbolos en latín y lengua. Ya estamos cansados, queremos a alguien que, en vez de hacernos memorizar, que nos entiendan a nosotros.
Muchos tienen vidas complicadas, problemas familiares, incluso con el hecho de tener poca memoria se nos hace difícil.
Si tu hijo no aprueba, no saca buenas notas en una materia, no le hundas, no es fácil.
Solo queremos compasión, entusiasmo a la hora de estudiar, y que una nota no defina nuestro camino a la hora de seguir adelante.
— ¡Uf! ¡Qué cansancio! — Dijo el hombre. «Tap tap» «tap tap taptap tap tap tap» — ¡Cariño! ¡La cena ya está lista! — Gritó su mujer. — ¡Voy! ¡Un segundo! ¡Que estoy terminando de poner las piedras! Tras poner unas piedras más, se dice a sí mismo: — bien, ya está. — ¡Empedrador! — Le exhortó el rey, que por ahí pasaba. — Sí, señor — El empedrador se puso de pie y recto como un militar. — Quiero que te vayas unos meses a la guerra, en Cuba — Dijo el superior. — Pero, pero, yo tengo aquí a mi mujer y a mis hijos, no puedo dejarles. Además, si muero, mi familia no podrá sobrevivir. Yo llevo el dinero a casa. Si fallezco, no tendrán nada. — Comentó el hombre casi llorando. — ¿¡Quieres morir ya!? — Saca una pistola de su capa y apunta al empedrador. Éste levanta las manos y después de pensárselo durante unos segundos, dice: — Está bien. Pero déjame despedirme de mis niños. — Entra en su casa con la cabeza bajada y con cara triste. Le anuncia la mala noticia a su mujer y a sus hijos y se dan todos un abrazo muy grande. De repente, el rey grita: — ¡Señor! ¡Venga aquí ahora mismo y traiga su carnet! Tengo que escribir su profesión, para que pueda entrar en el equipo militar de Cuba. El empedrador va corriendo a buscar a su habitación desordenada el carnet que está debajo de unos papeles muy importantes. Después de rebuscar un poco para encontrarlo, consigue ver el carnet. Angustiado, lo coge con agilidad y sale exhausto. Se lo entrega al rey en la mano, y éste se apoya contra el tronco de un árbol. Se saca una pluma del bolsillo y un bote pequeño con tinta. Sumerge la punta de la pluma en la tinta y escribe la profesión del hombre en la parte trasera del carnet. Bueno, o eso intentó. Resulta que el rey no sabía muy bien escribir la palabra «empedrador» y, por accidente, escribió la palabra «emperador». Así fue como un simple empedrador que trabajaba muy duro día y noche y, aun así, apenas les daba para vivir, se convirtió en un poderoso emperador. Y, obviamente, no fue a la guerra, ya que ahora tenía el poder. Él y su familia se volvieron ricos, vivieron felices, comieron perdices y f…¡Un momento! ¡No vayas tan rápido! ¡Que aún quiero añadir una cosa!:
Esta historia demuestra lo importante que es saber escribir. Por unas simples letras tu vida puede pasar a ser maravillosa, como en el caso del empedrador, u horrible, como puede ser tu caso si no escribes con calma y revisando lo que escribes. Y ahora sí. Ya hemos llegado al final: Todos en esta historia vivieron felices y comieron perdices. Y ¡fin!
¿Te imaginas que las mascotas, que son nuestras, nos tuvieran a nosotros como suyas?
Pues, por desgracia, en este horrible mundo que, por cierto, es el mismo que el tuyo, es así.
¿Tú en qué año estás? ¿En el 2021? Pues será eso, porque yo, Kira, ¡vivo en el 3047! Te aconsejo que disfrutes de cada momento al máximo, porque tu futuro será una verdadera tortura…
Es el sonido de su insoportable ladrido el que me pone de tan mal humor. No me deja ni respirar con ese tan agudo chillido que no deja de hacer. Me siento atrapada, sin poder aspirar la felicidad, solo porque a mi egoísta dueño le guste tener a una humana. Darle de comer la comida más insípida que jamás he probado, comprarle las cosas más baratas, aburridas y molestas que existen. Ahora entiendo lo mal que se siente tu pobre perro, tu gato, tu pez, tu tortuga, tu conejo, tu hámster, tu pájaro, tu caballo, tu cabra que está como una cabra, tu oveja, tu vaca y todos esos infinitos animales que solo se lamentan con gritos de ayuda que te llegan hasta el corazón. Esa profundidad en la que no pensamos. Ahora lo entiendo. ¿De verdad tenemos que pasarlo tan mal solo para darnos cuenta de lo egoístas que somos? ¿No somos capaces de ser compasivos sin sufrir? Pobre de ellos.
No puedo hacer lo que me gusta. Estoy condenada. Ya no voy a la playa y escucho ese sonido de esperanza, de relajación, de paz, que se me mete por las uñas y me llega hasta los huesos. Ese sonido que me transmite serenidad, que me hace estar feliz. El olor de la montaña, de la simple madera mojada por la lluvia calmante que trato de oír por la ventana. Pero que no me permiten abrirla.
Espero que dejes de ser así, como fui yo, o acabarás condenado sintiendo cómo se te desvanece el alma.
Aunque no te lo creas, echarás de menos el grito repetitivo y molesto del despertador para ir al colegio o para ir a trabajar.
Ponte las pilas o no sabrás que será de ti en unos cuantos años…
Yo quería ser astronauta. Lo sigo queriendo, pero ya no puedo quererlo. No quieren que lo quiera. Salir de este mundo que nos educa en la mediocridad, subir a la luna y bajársela a esa amada a la que no sé si amo, a esa a la que no sé si puedo amar. Sacrificarlo todo, centrarme en mí y luego en los demás. Autorrealizarme y alejarme de todo lo que no sea necesario. Entrenarme, huir de las distracciones, estar preparado para el día. Yo quiero ser astronauta porque es todo lo contrario a lo que hay fuera: una tierra plagada de personas tristes o que pretenden ser felices; un lugar en el que los besos se dan con alevosía y en el que no somos protagonistas.
Mi sueño es ser astronauta. Pero los sueños son solo eso. Una representación idealizada del futuro que nos distrae de lo que ocurre, de cómo, poco a poco, nos convertimos en máquinas puramente pragmáticas, sin más libertad que ese sueño que cada día se difumina más. No sé si ser astronauta me haría feliz, pero no quiero hacer otra cosa. Cuando todo es plano, las emociones fuertes son más intensas. Los niños quieren ser astronautas porque ninguna otra opción es emocionante. Los niños solo quieren ser felices. Y ser feliz aquí no es fácil. Se aprende a malas.
» 1, 2, 3, 4 » de Pau Dekany Piña
1, 2, 3, 4. ¿Ves? Ya los he perdido, ya no los puedo recuperar. Esos segundos ya se fueron y nunca volverán. Se fueron, tal y como se están yendo estos. Luego, me arrepentiré de dejar ir esos segundos, me pegarán contra el suelo al cargarme con el castigo del tiempo que pasa, siempre a la misma velocidad. Una agonía constante de la que no nos libraremos hasta el final, donde estaremos escribiendo un punto, un nuevo capítulo o a mitad de línea.
No quiero sentir que los pierdo. Quiero escribirlos: esos puntos, esas comas, esos silencios, ese dolor. Quiero sentarme en mi ventana, con un café a mi lado, el barullo de la gente de fondo, y plantar la mina de mi lápiz en una libreta, dibujando unos signos a los que les hemos puesto significado. Quiero poder escribir también los versos más tristes, quiero poder ver a ese olmo viejo, quiero llorarle al mar, la mar, cuando me separen de él, quiero desmayarme, atreverme, estar furioso. Quiero vivir una vida en la que no pueda salir sin una libreta y un lápiz.
Qué bonito es querer. Por querer, querría vivir así, cogiendo un coche un día cualquiera y sin preocuparme del destino, solo de si mis amigos ya se han decidido por qué canción poner después, para cantarla a pleno pulmón en esa autopista en la que somos un simple coche más.
Quiero ser libre en un mundo en el que la única libertad es la que vemos y no está, porque aunque la busquemos, no podemos encontrar algo que no existe.
Con menos intensidad, también quiero otras cosas que dicen que son buenas para mí, pero no es lo que anhelo, no será lo que me llene por completo. Pero, si quiero aunque sea probar, poner en mis labios el sabor de mi sueño, debo hacer aquello que quieren. Así, podré seguir viendo esas sonrisas en mi vida. Aunque cambie años de aventuras por estudios y trabajo, ganaré segundos de vida, vida de la buena, de la que merece la pena dedicarle cuatro segundos.
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