Los Jóvenes Escritores siguen escribiendo desde nuestra Aula Virtual con su profe, Antonia Molinero. Les colgamos el relato que Daniel Suárez Acosta ha escrito sobre su compañera Oli Li Cabrera.
«Olivia» de Daniel Suárez Acosta
Y un día, apareciste. Apareciste tú y tu pelo rizado, de raíces oscuras y puntas claras. Apareciste tú con tu voz suave y adormilada. Apareciste tú y esa forma de mirar de tus ojos oscuros. Su esbelta figura se mueve casi como si flotara, de forma divina. La perfección de su persona se une a rasgos tan humanos como su adorable naturalidad y su sonrisa, tan extraña como reconocible. Un rostro siempre cambiante, que va desde la inexpresión hasta múltiples emociones contrastadas entre sí. Quizás la persona más feliz del mundo cuando está feliz. Está plagada de matices por sus cuatro extremidades que la hacen todavía más compleja y especial: su capacidad de ser tan distante como cariñosa, sus finas cejas, el piercing de su oreja derecha, su reluciente y cuadriculada dentadura, y un largo etcétera de cosas que no menciono y que me faltan por localizar. Llamar su atención no es difícil, mantenerla es imposible. Es fácil acercarse pero no tanto alejarse. No puedes dejar de escucharla cuando habla, no porque te interese o no, sino porque sabes que puedes estarte perdiendo algo increíble si lo haces.. Cada conversación es un descubrimiento, cada palabra que sale de sus finos labios es importante. Simplemente, ella tiene una forma de ser envolvente, es una persona irrepetible e inolvidable.
Y NO HACÍA NADA MÁS QUE EMPEZAR… Y recuerden, este es el último año, y recuerden esta es la última oportunidad, recuerden este año es la selectividad. Estas palabras me perseguían, querían atraparme, querían engullirme. El final, se acaba, conseguían que tuviera en mi mente un reloj de arena al que habían dado la vuelta. Y ese sonido, suave de la fina arena cayendo y deslizándose de manera sutil como si quisiera que yo no me diera cuenta, pero estaba ahí. En cada paso, en cada sentencia de aquellos que creían que tenían la competencia del juicio final. Y seguía cayendo sigilosa, su sonido a la par que suave me resultaba atronador, me atenazaba. El tiempo, justiciero nos pondría en nuestro lugar. Sentencias hechas con la voz de la experiencia, de aquellos que se creían con la potestad de saber quiénes merecían tener un mejor o peor destino. Mi alma de joven asustadiza, a la que un reloj de arena con su sonido cada vez más intenso, cada vez dándome avisos, de que el tiempo se acaba, ya no hay más, este es el final. Y la arena se desliza y cae rápida y la escucho con menos sigilo, como si me hablara. Llegó mi hora, estoy preparada, tras unos largos días de angustiosos exámenes, donde ya nos avisaron que era nuestro final, donde nos hacían creer que no había nada más después de esto…
Han pasado los años, el reloj de arena se ha puesto en marcha cientos de veces, me ha atemorizado otras tantas, y supe que esto no hacía nada más que empezar. Tras dos intentos universitarios fallidos, por intentar llegar a un sueño por el camino que parecía más corto, porque mientras me decían que llegaba el final, que el tiempo se acaba, nadie me dijo que me estaba equivocando. Y esto no hacía nada más que empezar, porque surqué mares que jamás pensé que surcaría y me llevaron a barcos de los que jamás pensé que formaría parte de su tripulación y aprendí. Y me caí, y me levanté y me volví a caer y me volveré a levantar. Y el sonido del reloj de arena sigue conmigo, para que recuerde siempre que: Y no hacía nada más que empezar.
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