Les dejamos los relatos realizados por el alumnado del Curso de Jóvenes Escritores de Verano. Al final de la publicación encontrarán un listado de libros que nos recomiendan.
«Cachos de papel» de Olivia Li Cabrera Gómez
No tenía recuerdos, no tenía pasado, una historia. Todo eso lo formaban montañas de momentos que se habían apropiado de mi habitación.
Al ser imposible almacenar recuerdos, todas esas historias las tenía que guardar en objetos, en pequeños cachos de papel, envoltorios que había abierto y sabía que me harían recordar lo que sentí, lo que ví y así acordarme de quién era.
Estamos formados de recuerdos, de historias que nos han llevado hasta dónde estamos, pero yo no tengo nada de eso.
Todos vivimos en un presente, pero este se mezcla con el pasado el cual pretendemos cambiar en un futuro o volver a encontrar en este. Pero yo solo tengo el presente, lo que hago, lo que siento, lo que estoy viviendo por un par de segundos y luego guardaré en mi habitación. Estoy yo sola contra los fallos que repito una y otra vez, contra esas ganas de saber quién soy, por qué hago lo que hago, de saber mi historia.
Yo soy esa habitación y el día que desapareció, yo desaparecí con ella. Abrí los ojos y toda mi vida, mi historia, yo, ya no estaban. Somos lo que hicimos y yo hice esas montañas en mi habitación, pero ya no estaban y yo deje de estar cuando ella se fueron.
«Alba» de Marta Pérez Álvarez
Esa sonrisa, esos ojos oscuros, ese liso pelo marrón, que desde el primer día me atrajo.
Al principio parecía tímida, como si no quisiera que nadie la viese, pero yo me fije en ella. Pero de esa persona que parecía tímida y callada salió alguien suelta y abierta al mundo. Alguien divertida, que con su sonrisa hace feliz a todo el que la rodea, y se preocupa por los demás y las cosas que ocurren a su alrededor. Que a través de esas gafas refleja seguridad y empatía.
A mi me enorgullece mucho haberla conocido. Tenemos tantas cosas en común y somos tan diferentes, aunque no hayamos hablado. Alguien que para mí escribe de maravilla, con mucha intensidad, aprovechando esas circunstancias tan paranormales que Le pasan pos la cabeza contándonoslas con tanta rapidez pero con tantos detalles que nos dejan con intriga. A la cual con estar cómoda le basta y le da igual la opinión de los demás.
Estoy muy orgullosa de haber conocido a alguien tan interesante como ella. Con ese sentido del humor tan singular, con su forma de ser…
Es ese tipo de personas que me daría pena perder.
«El guardia» de Paula Herrera Domínguez
Una verga grande y tenebrosa. De metal oxidado y tan oscura como mi miedo a ella. Un paso más y estoy dentro. Había llegado dos horas antes, y no había absolutamente nadie. A mi derecha la tumba de mi abuela. Rodeada de rosa, margaritas, tulipanes y todo tipo de ramos. A la izquierda un pequeño cuarto. En él, el guardia. Un hombre robusto y misterioso, que al entrar me saludó con una sonrisa.
Como quedaba tiempo me di un paseo por el cementerio. Hacía viento y las hojas se caían de los árboles. La brisa aumentaba su fuerza, como si me quisiera avisar de algo. ¿Pero de qué? El tiempo se me había pasado volando y solo faltaban diez minutos para decir adiós a parte de mi corazón.
Toda mi familia estaba allí. Desde el abuelo hasta mi primo pequeño. Pero había algo raro. No estaban tristes, desolados o llorando, más bien todo lo contrario. Enfadados, confusos, perdidos tal vez. Eché la vista adelante y me di cuenta de la tragedia. La tumba de mi abuela, ya no estaba. Corrí a la entrada en busca del guardia, pero este también había desaparecido. Cerré los ojos por un momento. Cuando volví a la realidad no había nadie. Solo quedaba el cementerio, la verja y yo. De repente se había hecho de noche y la luna brillaba con fuerza.
Unos pasos. Silencio. Un silbido. Silencio de nuevo. Un crujido. Otra vez silencio. Un ruido chirriante al lado de mi oído. Como si rayasen una pizarra. Y después, silencio. Pero esta vez un silencio más profundo, más oscuro. Se notaba en el ambiente que algo se acercaba. Quería corre, huir, salir de allí. Pero no podía. El miedo me tenía atrapado. Totalmente encadenado. Algo rozó suavemente mi mano. Tragué saliva y esperé a que la tragedia viniese a por mi. Lo que fuese que hubiese detrás mio se acercó. Se aproximó a mi oreja y susurró “ Se donde esta tu abuela. Pero eso no es lo importante. Ten cuidado.” Volví a cerrar los ojos. Con la intención de volver a la realidad. Los abro con esperanza, pero no. Sigo solo. Estaba atrapado allí. Sin mi familia, sin mis seres queridos. Eso si da miedo.
«El eco de un porvenir» de Alba Férez Romero
El tiempo pasado era su monstruo; que fagocitaba a la actualidad, el corazón alrededor del cual se apretaban presente y futuro. Razones de más eran las que necesitaba para querer modificar lo remoto. Era ella lo suficientemente consciente para saber que es algo muy inverosímil, pero no quitaba el hecho de que fuera un sueño profundo, sincero y anhelado. Busca un cambio, leve o mínimo, un arreglo; es una necesidad. ¿Debería abrazar a su corazón y sentir el céfiro viento de primavera? ¿Por qué no podría hacerlo solo por una vez? Que se logre y que se cumpla; que a pesar del ciclo continuo, merece la pena seguir con las ansias de ese irrealizable deseo. Canela tez presente, que el sutil fulgor se abalanzaba sobre esta por la aurora clara, con nubes despiertas. Ojos asemejados a la enstatita marrón, con toques finos y transparentes. Sus lacios cabellos teñidos en oscuridad, recogidos; alzados. Ella está, mírala; presenciando el eco de un porvenir que jamás abrirá sus puertas. Mírala; posee un alma clemente y ansía el sueño, ella añora. Por favor, mírala; inasequible pretérito.
«Vuelve a la Tierra» de Daniel Suárez Acosta
Desde la muerte de Mac Miller, he escuchado su canción «Come Back To Earth» 38 veces. La canción habla de cómo está hundido en una piscina, y cómo intenta buscar una salida. Pero está debajo del agua, así que no puede pedir ayuda. Hay gente en los bordes de la piscina, pero nadie se tira a salvarle. En vez de eso, le gritan, «vuelve a la tierra», esperando que funcione, pero sin éxito.
A veces, me siento un poco como Mac. Atravieso, sobre todo en verano, situaciones estresantes y problemas personales, no tan graves como los de Mac, pero que también me hunden en esa piscina. Soy una persona sensible, pero no soy capaz de expresar esas emociones. Cuando estás bien no es un problema, pero cuando estás mal es una pesadilla, porque la única persona con la que puedes hablar de ello es contigo mismo. Cuando la gente dice «el que come callado come dos veces», suele referirse a momentos de orgullo y felicidad, pero tiende a olvidarse de las malas situaciones en las que nos coloca la vida.
A diferencia de Mac, yo sí tenía una forma de salir de la piscina. La música. Mis auriculares de 70 euros, probablemente la mejor inversión de mi vida, que tantas veces me han hecho papilla las orejas, pero que otras ocasiones me han ayudado a llorar, a apartarme del mundo, a gritar sin preocuparme de lo ronca y apagada que suene mi voz. Cuando subo el volumen, me despreocupo de todo, centro mis fuerzas en descargar la emoción que siento, y reproduzco música representativa de esa situación que estoy viviendo. Después de esas sesiones de terapia musical, siento que estoy preparado para cualquier cosa, y puedo afrontar lo que me pongan delante.
El 7 de septiembre de 2018, Mac Miller murió de una sobredosis. Come Back To Earth fue su grito desde la piscina en busca de ayuda. Nadie lo escuchó. Y es que en algunos casos, los únicos oídos que pueden ayudarte, son los tuyos propios.
«Volando con mariposas» de Otto Farrujia Barranco
Recuerdo aquel mediodía como la mariposa que vi hoy al salir de casa, es como si me montara en sus coloridas y frágiles alas para transportarme a aquel horrible momento y lugar.
Era uno de esos días calurosos de abril, yo estaba en un cumpleaños en una gran casa, con un denso jardín donde afloraban todo tipos de flores, matorrales y árboles, también tenía un patio interior con una canasta de baloncesto y con dos o tres mesas de madera, perfectas para sentarse a comer y por último, una siniestra torre de color amarillo.
Estábamos jugando al escondite, contábamos, corríamos y nos escondíamos, o al menos así se jugaba, pero un amigo y yo decidimos escondernos en lo alto de la gran torre, se nos fue un poco de la mano. Allí muy poca gente nos encontraría, además queríamos ganar la partida.
Mientras estábamos sentados en lo alto de la torre, mientras unas frías gotas de sudor nos corrían por la cara, cuando de repente la puerta se cerró de con un gran estruendo, no sabíamos que hacer.
Estábamos preocupados, tensos.
Ya era demasiado tarde para pedir ayuda.
Eso no lo era todo, ratas y arañas se acercaban hacia nosotros
Descubrimos una silla marrón en un lado de la habitación y decidimos lanzarnos con ella contra la puerta. Cogimos fuerzas y fuimos hacia la puerta, esta se abrió y salimos rodando por las escaleras.
¡Todo fue una broma de nuestros amigos!
«Cascos» de Manuela Ramos Castro
Estaba en la calle caminando como todas las tardes viendo el sol ponerse. Pasando por las cafeterías y observando a la gente. Se sentó en un banco y empezó a imaginarse las conversaciones de la gente. Empezó por una niña que hablaba por teléfono, imagino que le estaba pidiendo a su madre que la dejara quedarse mas tiempo en la calle con sus amigos. Luego pasó a un grupo de 4 chicas de unos 20 años. Ella imaginó que estas estaban hablando de lo petadas que estaban de estudio y del poco tiempo libre que tenían. Estuvo así toda la tarde, pasó de la niña que llamaba a su madre a un grupo de gente mayor que se quejaban de su estado.
Cuando llegó a su casa fue lo mismo de siempre, su madre y su padre discutiendo sin parar. Cogió sus cascos, se puso música he imagino que en vez de pelear estaban simplemente charlando sobre que harían de cenar.
La gente se mete con ella por hacer eso, la llaman loca. Pero lo que ellos no saben es que cuando no se es feliz con su vida, es más fácil imaginarse otra.
«Ella» de Diana González Padrón
Esperaba que la oscuridad la alumbrara aquella noche, todo estaba preparado, menos ella.
Cada pintalabios en su sitio, sus tacones favoritos al lado, el vestido planchado y su cuerpo alerta. Después de siete meses sin hablar creía estar preparada, aunque pienso que sólo era una sensación fallida. Se levantó con fuerzas hacia el futuro, pero con un par de lágrimas que por segundos desenfocaban el camino.
Se maquilló, se vistió y repentinamente gritó. No puedo más – dijo. Fingir no era lo suyo y tener que esperar para ser ella la ahogaba poco a poco. Con el paso del tiempo se acostumbró a la soledad, el silencio y quizás fue eso lo que la mató. Yo sólo me dedico a imaginar que se le pasaba por la cabeza para llegar a un punto tan extremo.
Ahora me maquillo y me visto de gala para sentirla. Después me baño y me quito toda la ropa. Duermo desnuda y soy capaz de ser ella por un tiempo.
«Al fin y al cabo» de Silvia Pérez Acosta
Soy la única persona que despierta pensando que alguien la observa. No estoy segura de quién es. Puede que sea un ser superior, o simplemente un terrorífico invento de mi imaginación. Pero lo que sí tengo claro es que me atemoriza su presencia.
Su cuerpo, delgado, esbelto y negro, tan oscuro como si fuera la sombra de todos mis miedos, me observa, y solo han sido un par de veces en las que le he visto, mas nunca he llegado a ver su rostro.
Su presencia hace que mi cuerpo se inmovilice por completo y no pueda más que abrir mis ojos, y mi cerebro, despierto, pero preso del pánico hace que mis articulaciones no se muevan, y que todas mis ganas de correr sean en vano.
-Simplemente te lo estás imaginando- me digo a mi misma, tratando de calmarme.
La primera vez no funcionó. Dejé que el miedo se apoderara de mi, y este, lleno de poder, consiguió personificarse en este ser, dándome una de las peores experiencias de mi vida.
La segunda vez fue diferente. No me rendí ante el pánico, y mi mente consiguió batir a la otra parte de esta que me atormentaba, al fin y al cabo, mi imaginación puede ser mi peor enemiga.
Mi historia no tiene final feliz. No me hice amiga de aquella presencia. Ni tampoco me agrada que aparezca. Pero he aprendido a afrontarla. Ahora sé que cuando aparece no es mal augurio. Es más bien una señal, de mi sin sentido universo, que me recuerda que puedo con ella y con más.
«Las arañas» de Francisco Javier Suárez García
Era una noche normal, como muchas otras. Lo que la diferenciaba era la desesperada presencia de algo que no está.
Sentía ese algo a mi lado, escondido en la oscuridad. Cuanto más lo pensaba, más sentía aquella cosa.
Cansado y alarmado, fui a la cocina en busca de una relajación que no llegó.
Todo era muy raro. Veía cómo pequeñas arañas paseaban sus raquíticos cuerpos por una parte de la cocina.
Mecánicamente abrí un armario, donde suponía que tenía algo para comer. Me costaba fijar la vista. Me sentía fatigado. De pronto, en la oscuridad del armario brillaron cientos de ojos. Algo se movía ahí dentro. O quizá era mi imaginación. ¡O quizá no!…
Desconcertado, vislumbré las galletas que había comprado ayer. Cogí la caja con decisión. Miré fugazmente al interior. Empezaron a salir arañas.
Tiré la caja al suelo. Seguían saliendo arañas. Hui de la cocina al percibir un ruido desconocido dentro del armario. De un salto llegué al baño. Cerré la puerta.
Intentaba comprender lo que había pasado. Con la espalda apoyada en el lavabo respiraba con dificultad.
De pronto, diminutas arañas se empezaban a colar por debajo de la puerta. Cogí el secador pensando que sería un arma letal que me libraría definitivamente de los malditos bichos. Casi sonriendo lo encendí y lo puse a la máxima potencia. Intentaba mantener a las arañas a raya, pero no las podía contener.
Abandoné el secador y rápidamente fui a la bañera, cogí la alcachofa y empecé a echar agua. Por un momento, el invento parecía funcionar, sin embargo vi con perplejidad que las arañas habían logrado abrir la puerta. Estaba totalmente rodeado. Eran 500, o miles, o millones. Me quedé petrificado. No sabía qué hacer. Cerré los ojos y por unos instantes me sumí en los más absortos pensamientos. Estaba confuso. No distinguía la realidad.
Abrí los ojos y estaba en mi cama. Como si nada hubiese pasado.
Estoy despierto. ¡Estoy despierto!…
Ahora veo arañas por todas partes, y busco en mi mente el momento en el que lo soñé, sólo para cambiar la realidad.
«Él» de Lucía Correa Bravo de Laguna
El sentimiento de tristeza y las lágrimas de un corazón roto fueron los elementos que hicieron de mi vida la más exquisita novela.
Tumbada en la cama, sintiendo como su tacto se clava en mi piel como si fuera el más afilado cuchillo, es cuando la tristeza empieza a corroerme. La satisfacción de tenerle cerca es lo que me hace sentirme tan patética.
Sé que solo yo soy testigo de su tacto, sus besos y sus dulces palabras, porque el destino se asegura de que estos momentos se mantengan en secreto. Pero por un momento pienso que pasaría si se dignara a abrir su corazón a los demás, a veces pienso que pasaría si fuera sincero consigo mismo. Probablemente nuestras risas, nuestros pequeños encuentros, no serían necesarios y yo no tendría que aguantar la respiración de esta manera. Porque duele, duele tenerle cerca y a la vez tan lejos, me duele saber que es mío pero solo a momentos.
Con él me cuesta respirar. Necesito soltar todo el aire que llevo guardando todo este tiempo. Necesito oxígeno, pero coger aire significa abandonarlo todo, y la palabra todo es él.
Me levanto y él me mira extrañado, con un intento de agarrarme la mano. Hoy seré capaz de respirar con normalidad.
«4 de julio» de Lucía Quintana López
2 de julio
Vuelvo a salir y no tarda en aparecer, como una sombra que me persigue, aprieto el paso, el corazón me late cada vez más fuerte esto se tiene que acabar ya.
Me pongo los cascos y intento olvidarme de él, no es fácil pero empiezo a acostumbrarme.
En seguida bajo las escaleras y regreso a casa, el miedo me supera.
Cojo las llaves y miró hacia atrás sigue ahí esperando a mi lado a veces pienso que no es real no le dirijo la palabra entro corriendo y cierro la puerta rápidamente.
Mi respiración vuelve a la normalidad el silencio de la casa me devuelve a la calma.
Me dirigo a mi habitación cierro las ventanas y me pongo a estudiar. Mañana tengo examen de mates.
3 de julio
Me despierto en medio de la noche con la respiración agitada.
He vuelto a soñar con el. Otra pesadilla más. No lo puedo sacar de mi mente, ni siquiera en mis sueños.
Me calmo y cierro los ojos.
Me estoy volviendo loca.
5 de julio
Amarro a mi perro y abro la puerta.
Subo las escaleras y me dirijo hacia la avenida.
Lo encuentro a lo lejos, a lo mejor hoy no me ve cojo otro camino y bajo por un descampado. Acelero el paso, no está, al menos hoy me libraré de el.
Aprovecho para jugar con mi perro.
Nos pasamos jugando un buen rato.
De repente oigo ruidos, pasos, alguien se acerca, me doy la vuelta, no hay nadie.
Pienso que es un pájaro que ha movido las ramas de un árbol.
Pero de repente ahí está me mira de frente saca el cuchillo ante mis ojos estoy muy asustada no me muevo no grito no corro estoy temblando.
Sonríe y lo hace.
6 de julio
Mi hermana aún no ha regresado.
Espero que no se haya metido en ningún lío.
Ayer se fue a las tres y no ha vuelto.
Mi perro apareció anoche en la puerta estaba atemorizado no paraba de ladrar y se movía frenético.
Estoy muy preocupado.
Debí hacerle caso, aquel hombre era peligroso.
Tengo miedo de haberla perdido, de no volver a verla más.
Libros recomendados por nuestros alumnos
- El dueño de las sombras (Trilogía eblus 1) de Care Santo.
- Último verano en Tokio de Cecilia Vinesse.
- Misery de Stephen King.
- Los asesinatos de Coleraine de Georgine Pérez.
- Orgullo y prejuicio de Jane Austen
- La muerte del comendador de Haruti Murakami
- El mundo amarillo de Albert Espinosa
- Ocho de Rebeca Stones
- Algo tan sencillo como tuitear te quiero (Trilogía. Volumen I) de Blue Jeans.
- La historia interminable de Michael Ende
- Las aventuras de Simón Bolívar de Vinicio Romero Martínez.
- Las chicas del alambre de Jorde Sierra I Fabra.
- Momo de Michael Ende.
- La chica invisible (Trilogía) de Bleu Jeans.
- El visitante de Stephen King.
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