Reflejo de Assier Serichol Pérez
Todo empezó aquel día, lluvioso, frío, silencioso.
Eran las once y media. La sirena del recreo había sonado hace mucho, pero yo, al fin conseguía salir de mi castigo. Cargué con mis cosas hasta un banco y me desplomé antes de decirme algo. Lloré, lloré puesto que nunca me habían castigado, lloré por los creían que eran mis amigos y que de la noche a la mañana dejaban tiradas mis esperanzas de que la amistad perdurase para siempre.
Llevo varios días así. De banco en banco. Contándole a todos mis penas. Por mucho que siga solo y distanciado, la cosa a cambiado.
Principalmente porque tengo un amigo. Una amigo que no es real, pero que lo trato como si fuera, un amigo que ni me traicionará y que siempre estará hay para cuando lo necesite. Un amigo de verdad.
Ahora hablo solo. Le hablo al aire según la gente, pero en verdad converso con él. Si observas bien la escena verás que manejo un mazo de cartas y que juego con…el viento. Aunque claro en verdad juego con el. Le gustan los naipes más que a mi, me dice que tras cada carta tapada se esconden cosas y que si fuera por el se pasaría toda la vida desvelando los secretos de simple papeles recortados y con dibujos que significan algo.
Mis padres dicen que debería hablar con alguien, que tengo que socializar con los demás y ser feliz.
—Papa, mamá. Yo ya tengo un mejor amigo, mi mejor amigo soy yo.
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