El incesante goteo de la lluvia provoca que la desorientada y aludida señora Drossmoire se despierte a mitad de esta larga noche.
Traga saliva, respira hondo y se levanta de la cama, con los pies descalzos avanza silenciosamente hacia la cocina.
Una casa destartalada en la que viven ella y su perro, Tobbe. La vieja señora vuelve a la cama, se rodea con su manta de seda, e intenta seguir con su sueño eterno.
La primera luz de la mañana cae en el rostro de la anciana, Tobbe sube por las escaleras, la mano de su ama cuelga de la cama, Tobbe entra al dormitorio y con preocupación lame la mano de su dueña. La señora Drossmoire despierta feliz por la compañía del que dice ser su hijo. La señora Drossmoire, con los pies descalzos, baja las escaleras, enciende la radio, mientras se sube a una banqueta para coger el bote de las pastillas. En la radio transmiten una emisión urgente, en la que avisan de que un psicópata escapó de una de las prisiones cerca de la costa, a unos cuantos kilómetros de esta zona, la fuga sucedió hace 2 días. La señora Drossmoire despreocupada por esa información alcanza el bote de las pastillas, llena un vaso de agua y vuelca las pastillas en el interior del vaso y lo absorbe. Al no encontrar al perro, ella coge uno de los periódicos de hace días y descansa en su butaca a la espera de la noche. La lluvia y el viento no cesan. El ocaso llega, la señora Drossmoire se levanta de su butaca y sube descalza por las escaleras. Se acuesta en su cama y duerme su preciado sueño. Tobbe lame su mano en un momento de la noche, la anciana sonríe y desde hace bastante tiempo se siente feliz. Llega la mañana, la anciana baja por las escaleras y avanza descalza hacia la cocina, abre uno de los armarios y dentro de él ve a el pequeño perro Tobbe, el cual por las heridas llevaba muerto más de 2 días. En ese momento la señora Drossmoire grita, grita por pánico, grita por terror. Desde ese momento nadie la vio nunca más.
Foto: Jesús Olmo
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