LA CRUELDAD DE NACER de Mónica Cobo Kapyrina
Siempre he sido un hombre, o eso es lo que dice mi novia siempre. Cada día me lo recuerda, siempre me tortura con el mismo arma.
La verdad; la que tanto intento ocultar, la que a tantos problemas me ha llevado por hacer el pecado de florecer y no quedarse bajo tierra, por gritar sus colores y sus peculiaridades. Mi verdad, es que soy mujer. Me siento como una mujer, pienso como una mujer, actúo como tal…
Cada día me es un tormento, un sacrificio. Mis lágrimas me hacen parecer un demente, en vez de: REAL. Mis emociones me hacen siempre parecer un antónimo.
No veo día en el que no cometa equivocaciones, pero lo extraño, es que en mi interior no se sienten como tales. Hago lo que mi corazón me ordena, pero parece que ello es pecado.
Grito en silencio cada noche al dormir con la persona que más me odia en el mundo. Su excusa siempre es que sigue conservando esperanzas, la fe en que «vuelva» a ser yo, pero, lo que en realidad no sabe, es que siempre fui así. No quise convertirme en la mancha que ahora impregna su vida, pero mi corazón no podía aguantar más encerrado en semejante jaula; la que conlleva el convivir con la sociedad.
Hay un recuerdo que nunca llegará a escapar de mi memoria, que nunca llegará a convertirse en algo tierno.
Hoy mi rostro no es el mismo, y nunca volverá a serlo. Evocaciones surgen frente a mis ojos; ahora hinchados de tanto dejarme llevar. Sus manos se aferran a mi cuello violentamente ( *oscuridad* ), su voz se transforma en gritos inhumanos (*oscuridad*)
Quedo magullado en el suelo, con manchurrones de color escarlata recorriéndome la piel (*oscuridad*) aún puedo presenciar con toda su vivacidad su último golpe; ése que ni con sus polvos de maquillaje que en secreto me ponía, irían a arreglar.
Por fin puedo reflejar lo que siento al exterior, ¡por fin! Aunque no sea lo que deseaba. (Dolor)
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