En el mundo en el que vivo, las flores forman los arcoíris, se escribe poesía con lágrimas de corazones rotos y los regalices atan las zapatillas de los jóvenes. Por eso, personas sin imaginación, quieren que responda a una pregunta: ¿existen los fantasmas?
Preguntan sin darse cuenta de su alrededor. No saben quiénes son los que atrasan a la guagua unos minutos para que ellos no la pierdan. Ignoran quiénes buscan esas cosas que ellos perdieron, para que puedan terminar ese trabajo. No son conscientes de quiénes son los desamparados que los abrazan en la esquina de su cuarto cuando las cosas no salen como querían, o escuchan sus gritos cuando pierden a un ser querido. Siguen preguntándose eso, mientras que ellos revisan el tráfico, el coreo sin leer, el programa que querían grabar, para que puedan seguir cuestionando su existencia. Luego se asustan de que las muñecas giren solas, porque se olvidan de que ellos también necesitan reír cuando a nosotros nos va bien.
Filosofan sobre si los fantasmas existen, y yo les digo que ellos mueren para vivir por alguien. Nos dejan de cualquier manera, y nos cuidan desde entonces, aunque no les agradezcamos todo lo que hacen. Caminan al lado nuestro, sin juzgar nuestros pasos, queríendonos incluso cuando nosotros no lo hacemos.
Si esperabas que te respondiera con un simple no, ¿qué haces preguntándole a un escritor?
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