PRESENTACIÓN DEL JLOG

PRESENTACIÓN DEL JLOG

Libro Colectivo Juvenil | Aprende a escribir

Libro Colectivo Juvenil. Escuela literaria

Proyecto realizado en colaboración con La Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de La Laguna. El proyecto “Libro Colectivo Juvenil”, consiste en una publicación colectiva, con una tirada de 200 ejemplares, más edición digital, en la que se recogerán 30 textos escritos por 30 jóvenes escritores/as noveles, residentes del municipio de La Laguna y con edades … Sigue leyendo

El JLOG es un Espacio de Jóvenes Escritores (11 a 17 años). Un escaparate literario para dar a conocer el trabajo del alumnado del Curso de Jóvenes Escritores impartido por Antonia Molinero. 

Actualmente este curso se imparte en colaboración con la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de La Laguna.

*No hemos quitado las antiguas entradas de nuestro antiguo blog porque son muy buenas, pero a partir de este momento, los jóvenes escritores OKUPAN este espacio por la cara.

TALLER DE VERANO JÓVENES ESCRITORES

TALLER DE VERANO JÓVENES ESCRITORES

TALLER DE VERANO JÓVENES ESCRITORES

¿Te imaginas que las mascotas, que son nuestras, nos tuvieran a nosotros como suyas?

Pues, por desgracia, en este horrible mundo que, por cierto, es el mismo que el tuyo, es así.

¿Tú en qué año estás? ¿En el 2021? Pues será eso, porque yo, Kira, ¡vivo en el 3047! Te aconsejo que disfrutes de cada momento al máximo, porque tu futuro será una verdadera tortura…

Es el sonido de su insoportable ladrido el que me pone de tan mal humor. No me deja ni respirar con ese tan agudo chillido que no deja de hacer. Me siento atrapada, sin poder aspirar la felicidad, solo porque a mi egoísta dueño le guste tener a una humana. Darle de comer la comida más insípida que jamás he probado, comprarle las cosas más baratas, aburridas y molestas que existen. Ahora entiendo lo mal que se siente tu pobre perro, tu gato, tu pez, tu tortuga, tu conejo, tu hámster, tu pájaro, tu caballo, tu cabra que está como una cabra, tu oveja, tu vaca y todos esos infinitos animales que solo se lamentan con gritos de ayuda que te llegan hasta el corazón. Esa profundidad en la que no pensamos. Ahora lo entiendo. ¿De verdad tenemos que pasarlo tan mal solo para darnos cuenta de lo egoístas que somos? ¿No somos capaces de ser compasivos sin sufrir? Pobre de ellos.

No puedo hacer lo que me gusta. Estoy condenada. Ya no voy a la playa y escucho ese sonido de esperanza, de relajación, de paz, que se me mete por las uñas y me llega hasta los huesos. Ese sonido que me transmite serenidad, que me hace estar feliz. El olor de la montaña, de la simple madera mojada por la lluvia calmante que trato de oír por la ventana. Pero que no me permiten abrirla.

Espero que dejes de ser así, como fui yo, o acabarás condenado sintiendo cómo se te desvanece el alma.

Aunque no te lo creas, echarás de menos el grito repetitivo y molesto del despertador para ir al colegio o para ir a trabajar.

Ponte las pilas o no sabrás que será de ti en unos cuantos años…

TALLER DE MENSAJES DIRECTOS

TALLER DE MENSAJES DIRECTOS

TALLER DE MENSAJES DIRECTOS

«Justicia Poética» de Daniel Suárez Acosta

Si pudiera decirte una palabra antes de que te fueras a esa tierra que te arrebataron y a la que te prometieron que volverías, sería «gracias». Cualquier otra cosa no te haría justicia; esa justicia que tanto mereces y añoras. 

Gracias por ayudarme a convertirme en la persona que soy hoy en día. Gracias por remover todas las piedras para encontrarme cuando me perdí. Gracias por ser sincera conmigo, por no decirme lo que quería oír, por contarme lo bonito, y sobre todo, lo feo. Gracias por ser tú. Te quiero.

Dedicado a una amiga.

«John Doe» de Violeta Gutiérrez

Volar, volar hacia ti, hacia tus brazos, hacia  tu pecho, sumergirme en tu mirada y soñar, soñar despierta, soñar dormida, soñar con tu rostro sin tenerte delante. Reírme contigo, pero también de ti, llorar a tu lado, pero siendo feliz, vivir, vivir sabiendo que tu corazón y el mío laten en un solo compás.

«Libre» de Nazayda Balmaseda Ramos

Anoche soñé contigo. Volabas libre, veraz,  soltabas las cadenas ya oxidadas que ceñían tu alma, segadoras de tus alas que tanto deseo sentían por el aire. Eras ajena a todo, eras tú porque querías serlo, porque te gustaba vivir en un mundo sin números, sin lágrimas en vano, sin gritos enmudecidos por la vergüenza. 

Anoche soñé contigo, el agua reflejaba tu rostro relajado, sin surcos y sin muecas, feliz de estar viva porque era un logro.

Anoche soñé contigo; desperté cuando sonreías y tu susurro acariciaba el aire, “estoy bien”.

Hoy te he visto callada, despierta pero soñadora, nadando hacia arriba para llenar los pulmones de esperanza, para sobrevivir a la vida. Cual calma después de la tormenta, suspiras en silencio, esperando a que el viento te lleve con él.

«Para los chicos a prueba de balas, del poeta de la ventana» de Pau Dekany Piña

Os escribo escapando del vórtice en el que me hallo. Gracias por dejarme usaros hasta que salga de aquí, por enseñarme el valor oculto que olvidé y creer en mí cuando ni yo mismo lo hacía. Sin verme, ni pasar cinco minutos hablando conmigo en un café, explotáis ese potencial que ni yo mismo creía tener. Me ayudáis a quererme y a tener esa fuerza para salir a la calle, y sonreír a esos extraños de los que creo tener un vago recuerdo.
Por invitarme a esa tienda mágica y dedicarme ese álbum para enseñarme que tengo razones para amarme, odio resumir todo en un gracias. Cuando salga de aquí, os mandaré mis poesías, las que escribí con vuestras canciones rescatándome.

Dedicado al grupo de música BTS.

«- Intervalos de reencuentros-» de Jimena Bazo

Bueno, nunca pensé estar haciendo esto, siempre eres tú quién me dice, quién dedica, porque, es a mí me a quién se le da mal las palabras, a quién por mucho que sienta no lo exterioriza.

Tanto tiempo estando presente en mi vida, pero de una manera exterior, por figuras maternas que nos enlazaban, aunque hayamos sido nosotras su vínculo.

Entre días casuales te convertiste en tirita y sanación, en algo insaciable, sin fondo, en la ansia de tragar palabras. Eres la que reivindica en voz alta, la que lee tanto como yo, la atrevida y desvergonzada, la niña pequeña y a la vez la persona más reflexiva del mundo.

Aunque solo vea tu pelo ondear en la estación más cálida. Todo vale y valdrá la pena, horas de camino, helados de frambuesa con un tenue sabor a mantequilla, manos teñidas de moras, sol y nubes, crujidos de madera por la hamaca, risas, susurros a primera vista. Solo gracias por perderte conmigo.

Dedicado a una amiga.

CURSO DE JÓVENES ESCRITORES

CURSO DE JÓVENES ESCRITORES

Curso de jóvenes escritores

«Zenit» de Daniel Suárez Acosta

El grave silbido del viento está en mi contra, pero no detiene mi avance por el empedrado camino de regreso. Aunque es muy probable que mis chanclas sí que lo hagan, la planta del pie molesta más a cada paso que doy. La proximidad del mar refresca el aire, quizás demasiado teniendo en cuenta que el sol está cada vez más lejos de su zenit. El desenfadado tiempo se tornará insoportable mucho antes de que llegue a casa; el anochecer golpea con fuerza cada vez que cae. Debí haber salido antes del charco.

Todavía queda un rato para llegar al faro, pero al menos ya puedo verlo desde la distancia, tocando el cielo, apagado y sin intención de encenderse. Ya no hay gente en el camino ni en los charcos, siempre queda más vacío en invierno aunque sea la época del año en la que más me llena a mí. No por el clima, que deja bastante que desear, sino por todo lo que hicimos y lo que nos queda por hacer. Echaba de menos estas noches, las sudaderas y los pantalones cortos, el salitre. La sirena que me dio tantas penas como alegrías, desaparecida entre las olas. Personaje tras personaje, nunca conocí a nadie de aquí que me haya dejado indiferente. No hay sitio que me dé más paz, aunque no haya estado exento de guerra. El faro que iluminó mi vida aún estando apagado, la respuesta cuando no la hay. El lugar que me enseñó a vivir, a no esperar a que nadie encienda esa luz por mí. 

«A kind of magic» de Pau Dekany Piña

Allá donde mirase en mi mente, todo era agua. Un agua oscura, que escondía criaturas que todos tememos: el miedo, la soledad, la inseguridad. Algunas algas se enrollaban en mis tobillos, y tiraban de mí hacia ese oscuro fondo marino. Mientras luchaba por respirar, por vivir, por que alguien me sacase, seguía estudiando y pintando una sonrisa en mi cara para no preocupar a mis amigos.

La cama me atrapaba, el colegio me engullían y ellos cada vez daban un paso más lejos. Pensaba que esa mar que llevaba dentro había salido de mí, y se personificó en mi día a día. El ritmo de mi vida era una pequeña síncopa de olas que se mecían en mi cuerpo. 

Un día, rebuscando en las memorias de una casa que estaba naciendo, mi padre sacó una gran caja. Su cara proyectaba esa alegría que tanto anhelaba tener, y me enseñó ese pequeño recuerdo que cargaba consigo. Abrió ese aparato que nunca vi funcionar, y cuando terminó de explicarme como funcionaba, se marchó.

Lo puse en mi cuarto, junto con aquel cartón duro que estaba dentro de la caja. «Queen». Supe que era, ese grupo que tanto me había conectado con mi padre, y me atreví a cambiar el compás. Acaricié las pequeñas grietas del disco negro, lo giré sobre su eje incontables veces, aprecié cada milímetro de ese círculo, como si hubiese llegado de Marte. Lo deslicé hasta colocarlo en su sitio. Me fijé en la pequeña aguja, un brillo tan minúsculo que deja ciego al que lo ve por primera vez. La hice flotar hasta ese camino que le tocaba recorrer. Que envidia que ella supiera por donde coger, y yo estuviera tan perdido. Se escuchó un pequeño ruido blanco, e inmediatamente sonó.

Las olas empezaron a cesar en fuerza al escuchar el baile de la aguja con el vinilo. Las algas se fueron cayendo, y mis pies bailaban al ritmo de ese grupo de rock. Por un momento, sentí el aire en mi piel, y apreciaba cada imperfección de ese sonido antiguo. Ya había escuchado esa canción antes, pero no me había nunca salvado como ahora. Me quedé como un barco a la deriva, disfrutando de como el sol volvía a salir de entre las nubes. 

Una puerta ante mí se abrió,  y agarré esa mano que quería también bailar. Dos generaciones distanciadas por kilométricos años, pero unidas por una simple melodía. Un momento único en el insignificante universo, que apartaba todo lo que no servía para soltar unas risas. Los tres minutos más brillantes de toda la oscuridad en la que vivimos, estaban transcurriendo en ese momento. Nada importaba, ni las notas, ni las tareas, ni esa gente que creía que me conocía. Nada por lo que me deprimía existía en ese entonces, solo un padre y un hijo cantando su grupo favorito.

«Profundizar» de Jimena Banzo García

En un silencio en el que se oye el romper de las olas, el sonido de las piedras moverse contra el vaivén de la marea pero que es un silencio óptimo, colores claros, recuerdos evocados, esos días en los que el mar estaba embravecido, la sal se te pegaba al cuerpo e inundaba tus fosas nasales impidiéndote oler nada más, salías pensando que te habías quitado toda la arena pero luego descubrías miles de granos unidos a tu cuerpo, cuando habías dicho de no volver a entrar al agua, helada y perfecta, aunque luego volvieras a pasar horas con la perfecta temperatura pegada a tu cuerpo, los labios morados y los dientes castañeando, correr por la arena seca hasta la mojada por el calor que desprende la playa, enterrarte en la arena con el resentimiento de pensar en volver a quitarte el calor que se había adosado a tu figura, cuando quedaban quince minutos de sol que comprobabas con tus dedos, esas veces en las que te quejabas de ir a la playa solo por el simple hecho de hacerlo ya que tenías ese sentimiento agridulce de la pereza de moverte y el saber que cuando bucearas hasta quedarte sin aire habría valido la pena, el libro que volvía a casa con una nueva capa de recuerdos, esa vez en la que en la que casi rompes a llorar porque la rosa no llegó al agua y se juntó con un alma perdida, no llegó porque no quisiste ponerle una piedra ya que tendrías que haberle puesto cinta y no querías tirar plástico al mar, tantos recuerdos impecables, rotos, insuperables, de alegría, llanto, tristeza.

Porque ¿Quién se imaginó que aprenderías tanto junto a una ola?

Dana Razzak Anta

Ese lugar en el que he reído, en el que he llorado tantas veces. Luminoso y oscuro a la vez. Pequeño, pero grande en mi mente.

Ese lugar que me salvó tantas veces de la soledad absoluta. Donde pasé buenos momentos con mis amigas, o más bien con mis antiguas amigas. En el que tantas veces nos hemos caído, jugado… Objetos que traen tan buenos recuerdos, como las papeleras en las que encestábamos el papel que envolvía nuestro desayuno del recreo, esa rotonda de flores en la que jugamos al pilla pilla, o aquella alcantarilla en la que nos hemos resbalado más de mil veces.

Los días de lluvia en los que nos tapaba el techo, mientras que mirábamos por el balcón todo el patio mojado, y la gente intentando resguardarse. Los días soleados en los que corríamos y saltábamos en los charcos sin preocupaciones, viendo las nubes alejándose, y en los que nos sentábamos a hablar o a usar la imaginación para jugar. 

Ese lugar en el que a veces aprovechábamos para estudiar juntas, nerviosas por no haber estudiado antes, pero nunca aprendimos la lección. Veces, que celebrábamos la victoria del partido de baloncesto y otras en las que consolábamos a nuestro equipazo.

Ese lugar lleno de recuerdos, lleno de mis ideas sobre cosas que nunca entendí. El lugar en el que compartía todos los secretos con mis hermanas del alma. Las culpables de que en este momento mi alma esté rota. Ahora ese lugar está vacío, ahora, ese lugar guarda mis oscuros pensamientos, sobre como todo lo que teníamos se hundió, sobre como todo se perdió en el profundo, oscuro e infinito mar del olvido. 

Durante todo ese tiempo pasaba por ahí, y me reía, recordando todo lo que pasamos juntas. Ahora, cuando lo hago, pienso en todo lo que había tenido, en todo lo que perdí, en todo lo que me falta. 

«Estrella» de Nazayda Balmaseda Ramos

Adrenalina. Energía recorriendo las venas de un cuerpo que rebosa expresión. El suelo es un manto negro, recogedor de sueños y de arte, una explanada con un límite tan desdibujado que parece invisible. Las cuerdas cuelgan, agarradas de un enganche oculto por la negrura que se extiende hasta el techo. Adelanto mis pasos y me adentro en ese sueño, polizón de la realidad. El telón sube lentamente, alargando esos segundos de expectación y temblor que sacuden mi cuerpo, ese punto en el que sabes que ya no hay vuelta atrás y coges aire porque es lo único que te queda. Respirar.
Los focos prenden fuego a la inseguridad, cegándome;  reflejando el brillo de las estrellas fugitivas de la belleza, cuyo propósito es iluminar el camino de aquellos que han perdido su voz. Me aíslan, crean un muro de luz entre mi corazón y los que laten conmigo detrás de ella. Es ahí cuando me arropa la calma, un sentido de pertenencia, de hogar. Quiero quedarme ahí, en la realidad soñadora, en el telón subido, en las estrellas prófugas y en el corazón palpitante. Quiero llenarme de emoción para dejar de estar vacía, ser un punto diminuto en el hábitat de los atrevidos. Soy alma y soy cuerpo, errando entre ambos medios . Me fundo con las luces que me rodean, me derrito en vida. Y brillo.

Olivia Li Cabrera Gómez

Eligieron crearlas de plástico, para que no desapareciesen, porque no podemos aceptar que las cosas lo hacen, porque nos negamos a ver la hojas verdes poniéndose cada vez más marrones. 

Entrelazando las espinas y pidiendo que no corten. Las flores, colocadas con cuidado llenando cada espacio, muy juntas y recorriendo el círculo sobre mi pelo. La diadema de flores que me puse aquel verano, con la que sople las velas. La que reflejaba lo que fui aquel año y todos en los que permaneció colocada al lado de mi cama.

Pero ya no la encuentro, la veo y forma parte de un recuerdo aún sin estar marchita. Ahí el porque de que fuese de plástico. La intención de que durase para siempre, lo difícil de aceptar que las flores se acaban muriendo. Todo lo que duele verlas secas y sin color porque antes fueron demasiado perfectas. De lo bonito duele el perderlo, de los colores parte el que no busquemos al negro.

El recuerdo de esa niña desaparecida entre los pétalos que siguen pero ya no sobre su cabeza. El intento de buscar lo que queda de ella, el dolor de sus miradas al darse cuenta que ya no la llevo puesta. Veo que a veces se paran, me mirar y se apartan, se dan cuenta de la ausencia de las flores y automáticamente lo justifican a un cambio. Les duele no verlas y lo entiendo, pero no entiendo de qué parte el autoconvencerse de que estas nunca iban a acabar marchitas.

Creo que hay que olvidarse de que las cosas se acaban, vivir como si siempre fuesen a quedar flores que arrancar de los bordes del camino. Pero no hay que obligar al otoño a que las siga dejando vivas. Pretender que el invierno deje de serlo para poder conservar ese calor que tu te niegas a perder. 

Han dejado de pintar cada uno de los bolis que he acabado tocando, y al principio los miraba como si fueran para siempre.  Pero un día dejan de pintar y no entendemos en qué momento desaparecieron, vemos el recipiente vacío, pero no en todos los folios que se fue quedando. 

Muy poca gente es capaz de aceptar el fin de las cosas, capaz de mirarlas y saber que no son para siempre mientras las esta tocando. Nadie sabe que se acaban yendo hasta que se van. Cuando cogemos una flor del suelo y le buscamos un lugar dentro de lo momentáneo que son nuestras vidas. Un sorbo de agua en el que sumergirla, que nos hace creer que acabará durando más que las de la anterior primavera. Como esperando a que se quede, como si fuese a durar más que esa noche. Como si el agua, o el que fuesen de plástico fuese a hacer que duraran para siempre.

«Enredadas letras» de Violeta Gutiérrez Huecas

Con su tapa fuerte y rígida protegía todas mis fantasías, con sus páginas amarillas envolvía mis sueños, esa pequeña libreta de colorines semejante al arcoíris, esa que me regaló mi abuela cuando ella todavía era parte de mi familia, esa en la que tantas veces habían caído mis lágrimas.

La tinta cubría toda la superficie, letras enmarañadas en un mar de palabras, legibles pero a la vez imposibles de entender, eran mis sueños aquello que leía, eran mis ilusiones aquellas que decoraban las páginas.

Leer siempre había sido una vía de escape, sin embargo aquello era condenar mi mente a volver atrás en el tiempo, a revivir todo lo que en su momento trate de olvidar.

Las páginas atesoraba felices viajes a lugares maravillosos, meriendas con quién fue mi otra mitad, noches en vela imaginando un futuro, una lista de fantasías sin cumplir que con ilusión creé.

Sin embargo atesoraban también sufrimiento, aguadas lágrimas que mi corazón no podía callarse mas, pesadillas que me perseguían incluso despierta, el vacío de sentirme infeliz dentro de una familia aparentemente perfecta.

Aquella era mi alma, siempre acompañándome en mi mochila, siempre dispuesta a ser el hombro donde llorar, siempre viviendo junto a mi, viendo cómo lograba construir poco a poco, y observando también como caía aquello que había construido.

Por eso cuando me dijeron que debía deshacerme de ella, una parte de mi alma se encogió, y en una esquina lloré, lloré por todos los momentos que desaparecerían entre el fuego, lloré por todos los castillos construidos, también por los que habían caído, llore por un mundo de fantasías que iba a ser consumido, y lloré por todas esas palabras sin sentido, que dentro de mi propio mar, habían encontrado su camino.

RELATOS DE LOS JÓVENES ESCRITORES DEL CURSO DE VERANO

RELATOS DE LOS JÓVENES ESCRITORES DEL CURSO DE VERANO

Curso de verano de jóvenes escritores

Les dejamos los relatos realizados por el alumnado del Curso de Jóvenes Escritores de Verano. Al final de la publicación encontrarán un listado de libros que nos recomiendan.

«Cachos de papel» de Olivia Li Cabrera Gómez

No tenía recuerdos, no tenía pasado, una historia. Todo eso lo formaban montañas de momentos que se habían apropiado de mi habitación.
Al ser imposible almacenar recuerdos, todas esas historias las tenía que guardar en objetos, en pequeños cachos de papel, envoltorios que había abierto y sabía que me harían recordar lo que sentí, lo que ví y así acordarme de quién era.
Estamos formados de recuerdos, de historias que nos han llevado hasta dónde estamos, pero yo no tengo nada de eso.
Todos vivimos en un presente, pero este se mezcla con el pasado el cual pretendemos cambiar en un futuro o volver a encontrar en este. Pero yo solo tengo el presente, lo que hago, lo que siento, lo que estoy viviendo por un par de segundos y luego guardaré en mi habitación. Estoy yo sola contra los fallos que repito una y otra vez, contra esas ganas de saber quién soy, por qué hago lo que hago, de saber mi historia.
Yo soy esa habitación y el día que desapareció, yo desaparecí con ella. Abrí los ojos y toda mi vida, mi historia, yo, ya no estaban. Somos lo que hicimos y yo hice esas montañas en mi habitación, pero ya no estaban y yo deje de estar cuando ella se fueron.

«Alba» de Marta Pérez Álvarez

Esa sonrisa, esos ojos oscuros, ese liso pelo marrón, que desde el primer día me atrajo.
Al principio parecía tímida, como si no quisiera que nadie la viese, pero yo me fije en ella. Pero de esa persona que parecía tímida y callada salió alguien suelta y abierta al mundo. Alguien divertida, que con su sonrisa hace feliz a todo el que la rodea, y se preocupa por los demás y las cosas que ocurren a su alrededor. Que a través de esas gafas refleja seguridad y empatía.
A mi me enorgullece mucho haberla conocido. Tenemos tantas cosas en común y somos tan diferentes, aunque no hayamos hablado. Alguien que para mí escribe de maravilla, con mucha intensidad, aprovechando esas circunstancias tan paranormales que Le pasan pos la cabeza contándonoslas con tanta rapidez pero con tantos detalles que nos dejan con intriga. A la cual con estar cómoda le basta y le da igual la opinión de los demás.
Estoy muy orgullosa de haber conocido a alguien tan interesante como ella. Con ese sentido del humor tan singular, con su forma de ser…
Es ese tipo de personas que me daría pena perder.

«El guardia» de Paula Herrera Domínguez

Una verga grande y tenebrosa. De metal oxidado y tan oscura como mi miedo a ella. Un paso más y estoy dentro. Había llegado dos horas antes, y no había absolutamente nadie. A mi derecha la tumba de mi abuela. Rodeada de rosa, margaritas, tulipanes y todo tipo de ramos. A la izquierda un pequeño cuarto. En él, el guardia. Un hombre robusto y misterioso, que al entrar me saludó con una sonrisa.

Como quedaba tiempo me di un paseo por el cementerio. Hacía viento y las hojas se caían de los árboles. La brisa aumentaba su fuerza, como si me quisiera avisar de algo. ¿Pero de qué? El tiempo se me había pasado volando y solo faltaban diez minutos para decir adiós a parte de mi corazón.

Toda mi familia estaba allí. Desde el abuelo hasta mi primo pequeño. Pero había algo raro. No estaban tristes, desolados o llorando, más bien todo lo contrario. Enfadados, confusos, perdidos tal vez. Eché la vista adelante y me di cuenta de la tragedia. La tumba de mi abuela, ya no estaba. Corrí a la entrada en busca del guardia, pero este también había desaparecido. Cerré los ojos por un momento. Cuando volví a la realidad no había nadie. Solo quedaba el cementerio, la verja y yo. De repente se había hecho de noche y la luna brillaba con fuerza.

Unos pasos. Silencio. Un silbido. Silencio de nuevo. Un crujido. Otra vez silencio. Un ruido chirriante al lado de mi oído. Como si rayasen una pizarra. Y después, silencio. Pero esta vez un silencio más profundo, más oscuro. Se notaba en el ambiente que algo se acercaba. Quería corre, huir, salir de allí. Pero no podía. El miedo me tenía atrapado. Totalmente encadenado. Algo rozó suavemente mi mano. Tragué saliva y esperé a que la tragedia viniese a por mi. Lo que fuese que hubiese detrás mio se acercó. Se aproximó a mi oreja y susurró “ Se donde esta tu abuela. Pero eso no es lo importante. Ten cuidado.” Volví a cerrar los ojos. Con la intención de volver a la realidad. Los abro con esperanza, pero no. Sigo solo. Estaba atrapado allí. Sin mi familia, sin mis seres queridos. Eso si da miedo.

«El eco de un porvenir» de Alba Férez Romero

El tiempo pasado era su monstruo; que fagocitaba a la actualidad, el corazón alrededor del cual se apretaban presente y futuro. Razones de más eran las que necesitaba para querer modificar lo remoto. Era ella lo suficientemente consciente para saber que es algo muy inverosímil, pero no quitaba el hecho de que fuera un sueño profundo, sincero y anhelado. Busca un cambio, leve o mínimo, un arreglo; es una necesidad. ¿Debería abrazar a su corazón y sentir el céfiro viento de primavera? ¿Por qué no podría hacerlo solo por una vez? Que se logre y que se cumpla; que a pesar del ciclo continuo, merece la pena seguir con las ansias de ese irrealizable deseo. Canela tez presente, que el sutil fulgor se abalanzaba sobre esta por la aurora clara, con nubes despiertas. Ojos asemejados a la enstatita marrón, con toques finos y transparentes. Sus lacios cabellos teñidos en oscuridad, recogidos; alzados. Ella está, mírala; presenciando el eco de un porvenir que jamás abrirá sus puertas. Mírala; posee un alma clemente y ansía el sueño, ella añora. Por favor, mírala; inasequible pretérito.

«Vuelve a la Tierra» de Daniel Suárez Acosta

Desde la muerte de Mac Miller, he escuchado su canción «Come Back To Earth» 38 veces. La canción habla de cómo está hundido en una piscina, y cómo intenta buscar una salida. Pero está debajo del agua, así que no puede pedir ayuda. Hay gente en los bordes de la piscina, pero nadie se tira a salvarle. En vez de eso, le gritan, «vuelve a la tierra», esperando que funcione, pero sin éxito.
A veces, me siento un poco como Mac. Atravieso, sobre todo en verano, situaciones estresantes y problemas personales, no tan graves como los de Mac, pero que también me hunden en esa piscina. Soy una persona sensible, pero no soy capaz de expresar esas emociones. Cuando estás bien no es un problema, pero cuando estás mal es una pesadilla, porque la única persona con la que puedes hablar de ello es contigo mismo. Cuando la gente dice «el que come callado come dos veces», suele referirse a momentos de orgullo y felicidad, pero tiende a olvidarse de las malas situaciones en las que nos coloca la vida.
A diferencia de Mac, yo sí tenía una forma de salir de la piscina. La música. Mis auriculares de 70 euros, probablemente la mejor inversión de mi vida, que tantas veces me han hecho papilla las orejas, pero que otras ocasiones me han ayudado a llorar, a apartarme del mundo, a gritar sin preocuparme de lo ronca y apagada que suene mi voz. Cuando subo el volumen, me despreocupo de todo, centro mis fuerzas en descargar la emoción que siento, y reproduzco música representativa de esa situación que estoy viviendo. Después de esas sesiones de terapia musical, siento que estoy preparado para cualquier cosa, y puedo afrontar lo que me pongan delante.
El 7 de septiembre de 2018, Mac Miller murió de una sobredosis. Come Back To Earth fue su grito desde la piscina en busca de ayuda. Nadie lo escuchó. Y es que en algunos casos, los únicos oídos que pueden ayudarte, son los tuyos propios.

«Volando con mariposas» de Otto Farrujia Barranco

Recuerdo aquel mediodía como la mariposa que vi hoy al salir de casa, es como si me montara en sus coloridas y frágiles alas para transportarme a aquel horrible momento y lugar.

Era uno de esos días calurosos de abril, yo estaba en un cumpleaños en una gran casa, con un denso jardín donde afloraban todo tipos de flores, matorrales y árboles, también tenía un patio interior con una canasta de baloncesto y con dos o tres mesas de madera, perfectas para sentarse a comer y por último, una siniestra torre de color amarillo.

Estábamos jugando al escondite, contábamos, corríamos y nos escondíamos, o al menos así se jugaba, pero un amigo y yo decidimos escondernos en lo alto de la gran torre, se nos fue un poco de la mano. Allí muy poca gente nos encontraría, además queríamos ganar la partida.

Mientras estábamos sentados en lo alto de la torre, mientras unas frías gotas de sudor nos corrían por la cara, cuando de repente la puerta se cerró de con un gran estruendo, no sabíamos que hacer.

Estábamos preocupados, tensos.

Ya era demasiado tarde para pedir ayuda.

Eso no lo era todo, ratas y arañas se acercaban hacia nosotros

Descubrimos una silla marrón en un lado de la habitación y decidimos lanzarnos con ella contra la puerta. Cogimos fuerzas y fuimos hacia la puerta, esta se abrió y salimos rodando por las escaleras.

¡Todo fue una broma de nuestros amigos!

«Cascos» de Manuela Ramos Castro

Estaba en la calle caminando como todas las tardes viendo el sol ponerse. Pasando por las cafeterías y observando a la gente. Se sentó en un banco y empezó a imaginarse las conversaciones de la gente. Empezó por una niña que hablaba por teléfono, imagino que le estaba pidiendo a su madre que la dejara quedarse mas tiempo en la calle con sus amigos. Luego pasó a un grupo de 4 chicas de unos 20 años. Ella imaginó que estas estaban hablando de lo petadas que estaban de estudio y del poco tiempo libre que tenían. Estuvo así toda la tarde, pasó de la niña que llamaba a su madre a un grupo de gente mayor que se quejaban de su estado.

Cuando llegó a su casa fue lo mismo de siempre, su madre y su padre discutiendo sin parar. Cogió sus cascos, se puso música he imagino que en vez de pelear estaban simplemente charlando sobre que harían de cenar.

La gente se mete con ella por hacer eso, la llaman loca. Pero lo que ellos no saben es que cuando no se es feliz con su vida, es más fácil imaginarse otra.

«Ella» de Diana González Padrón

Esperaba que la oscuridad la alumbrara aquella noche, todo estaba preparado, menos ella.

Cada pintalabios en su sitio, sus tacones favoritos al lado, el vestido planchado y su cuerpo alerta. Después de siete meses sin hablar creía estar preparada, aunque pienso que sólo era una sensación fallida. Se levantó con fuerzas hacia el futuro, pero con un par de lágrimas que por segundos desenfocaban el camino.

Se maquilló, se vistió y repentinamente gritó. No puedo más – dijo. Fingir no era lo suyo y tener que esperar para ser ella la ahogaba poco a poco. Con el paso del tiempo se acostumbró a la soledad, el silencio y quizás fue eso lo que la mató. Yo sólo me dedico a imaginar que se le pasaba por la cabeza para llegar a un punto tan extremo.

Ahora me maquillo y me visto de gala para sentirla. Después me baño y me quito toda la ropa. Duermo desnuda y soy capaz de ser ella por un tiempo.

«Al fin y al cabo» de Silvia Pérez Acosta

Soy la única persona que despierta pensando que alguien la observa. No estoy segura de quién es. Puede que sea un ser superior, o simplemente un terrorífico invento de mi imaginación. Pero lo que sí tengo claro es que me atemoriza su presencia.

Su cuerpo, delgado, esbelto y negro, tan oscuro como si fuera la sombra de todos mis miedos, me observa, y solo han sido un par de veces en las que le he visto, mas nunca he llegado a ver su rostro.

Su presencia hace que mi cuerpo se inmovilice por completo y no pueda más que abrir mis ojos, y mi cerebro, despierto, pero preso del pánico hace que mis articulaciones no se muevan, y que todas mis ganas de correr sean en vano.

-Simplemente te lo estás imaginando- me digo a mi misma, tratando de calmarme.

La primera vez no funcionó. Dejé que el miedo se apoderara de mi, y este, lleno de poder, consiguió personificarse en este ser, dándome una de las peores experiencias de mi vida.

La segunda vez fue diferente. No me rendí ante el pánico, y mi mente consiguió batir a la otra parte de esta que me atormentaba, al fin y al cabo, mi imaginación puede ser mi peor enemiga.

Mi historia no tiene final feliz. No me hice amiga de aquella presencia. Ni tampoco me agrada que aparezca. Pero he aprendido a afrontarla. Ahora sé que cuando aparece no es mal augurio. Es más bien una señal, de mi sin sentido universo, que me recuerda que puedo con ella y con más.

«Las arañas» de Francisco Javier Suárez García

Era una noche normal, como muchas otras. Lo que la diferenciaba era la desesperada presencia de algo que no está.

Sentía ese algo a mi lado, escondido en la oscuridad. Cuanto más lo pensaba, más sentía aquella cosa.

Cansado y alarmado, fui a la cocina en busca de una relajación que no llegó.

Todo era muy raro. Veía cómo pequeñas arañas paseaban sus raquíticos cuerpos por una parte de la cocina.

Mecánicamente abrí un armario, donde suponía que tenía algo para comer. Me costaba fijar la vista. Me sentía fatigado. De pronto, en la oscuridad del armario brillaron cientos de ojos. Algo se movía ahí dentro. O quizá era mi imaginación. ¡O quizá no!…

Desconcertado, vislumbré las galletas que había comprado ayer. Cogí la caja con decisión. Miré fugazmente al interior. Empezaron a salir arañas.

Tiré la caja al suelo. Seguían saliendo arañas. Hui de la cocina al percibir un ruido desconocido dentro del armario. De un salto llegué al baño. Cerré la puerta.

Intentaba comprender lo que había pasado. Con la espalda apoyada en el lavabo respiraba con dificultad.

De pronto, diminutas arañas se empezaban a colar por debajo de la puerta. Cogí el secador pensando que sería un arma letal que me libraría definitivamente de los malditos bichos. Casi sonriendo lo encendí y lo puse a la máxima potencia. Intentaba mantener a las arañas a raya, pero no las podía contener.

Abandoné el secador y rápidamente fui a la bañera, cogí la alcachofa y empecé a echar agua. Por un momento, el invento parecía funcionar, sin embargo vi con perplejidad que las arañas habían logrado abrir la puerta. Estaba totalmente rodeado. Eran 500, o miles, o millones. Me quedé petrificado. No sabía qué hacer. Cerré los ojos y por unos instantes me sumí en los más absortos pensamientos. Estaba confuso. No distinguía la realidad.

Abrí los ojos y estaba en mi cama. Como si nada hubiese pasado.

Estoy despierto. ¡Estoy despierto!…

Ahora veo arañas por todas partes, y busco en mi mente el momento en el que lo soñé, sólo para cambiar la realidad.

«Él» de Lucía Correa Bravo de Laguna

El sentimiento de tristeza y las lágrimas de un corazón roto fueron los elementos que hicieron de mi vida la más exquisita novela.
Tumbada en la cama, sintiendo como su tacto se clava en mi piel como si fuera el más afilado cuchillo, es cuando la tristeza empieza a corroerme. La satisfacción de tenerle cerca es lo que me hace sentirme tan patética.

Sé que solo yo soy testigo de su tacto, sus besos y sus dulces palabras, porque el destino se asegura de que estos momentos se mantengan en secreto. Pero por un momento pienso que pasaría si se dignara a abrir su corazón a los demás, a veces pienso que pasaría si fuera sincero consigo mismo. Probablemente nuestras risas, nuestros pequeños encuentros, no serían necesarios y yo no tendría que aguantar la respiración de esta manera. Porque duele, duele tenerle cerca y a la vez tan lejos, me duele saber que es mío pero solo a momentos.

Con él me cuesta respirar. Necesito soltar todo el aire que llevo guardando todo este tiempo. Necesito oxígeno, pero coger aire significa abandonarlo todo, y la palabra todo es él.

Me levanto y él me mira extrañado, con un intento de agarrarme la mano. Hoy seré capaz de respirar con normalidad.

«4 de julio» de Lucía Quintana López

2 de julio
Vuelvo a salir y no tarda en aparecer, como una sombra que me persigue, aprieto el paso, el corazón me late cada vez más fuerte esto se tiene que acabar ya.
Me pongo los cascos y intento olvidarme de él, no es fácil pero empiezo a acostumbrarme.
En seguida bajo las escaleras y regreso a casa, el miedo me supera.
Cojo las llaves y miró hacia atrás sigue ahí esperando a mi lado a veces pienso que no es real no le dirijo la palabra entro corriendo y cierro la puerta rápidamente.
Mi respiración vuelve a la normalidad el silencio de la casa me devuelve a la calma.
Me dirigo a mi habitación cierro las ventanas y me pongo a estudiar. Mañana tengo examen de mates.

3 de julio
Me despierto en medio de la noche con la respiración agitada.
He vuelto a soñar con el. Otra pesadilla más. No lo puedo sacar de mi mente, ni siquiera en mis sueños.
Me calmo y cierro los ojos.
Me estoy volviendo loca.

5 de julio
Amarro a mi perro y abro la puerta.
Subo las escaleras y me dirijo hacia la avenida.
Lo encuentro a lo lejos, a lo mejor hoy no me ve cojo otro camino y bajo por un descampado. Acelero el paso, no está, al menos hoy me libraré de el.
Aprovecho para jugar con mi perro.
Nos pasamos jugando un buen rato.
De repente oigo ruidos, pasos, alguien se acerca, me doy la vuelta, no hay nadie.
Pienso que es un pájaro que ha movido las ramas de un árbol.
Pero de repente ahí está me mira de frente saca el cuchillo ante mis ojos estoy muy asustada no me muevo no grito no corro estoy temblando.
Sonríe y lo hace.

6 de julio
Mi hermana aún no ha regresado.
Espero que no se haya metido en ningún lío.
Ayer se fue a las tres y no ha vuelto.
Mi perro apareció anoche en la puerta estaba atemorizado no paraba de ladrar y se movía frenético.
Estoy muy preocupado.
Debí hacerle caso, aquel hombre era peligroso.
Tengo miedo de haberla perdido, de no volver a verla más.

Curso de verano de jóvenes escritores

Libros recomendados por nuestros alumnos

  • El dueño de las sombras (Trilogía eblus 1) de Care Santo. 
  • Último verano en Tokio de Cecilia Vinesse. 
  • Misery de Stephen King. 
  • Los asesinatos de Coleraine de Georgine Pérez. 
  • Orgullo y prejuicio de Jane Austen
  • La muerte del comendador de Haruti Murakami 
  • El mundo amarillo de Albert Espinosa
  • Ocho de Rebeca Stones
  • Algo tan sencillo como tuitear te quiero (Trilogía. Volumen I) de Blue Jeans. 
  • La historia interminable de Michael Ende
  • Las aventuras de Simón Bolívar de Vinicio Romero Martínez. 
  • Las chicas del alambre de Jorde Sierra I Fabra. 
  • Momo de Michael Ende. 
  • La chica invisible (Trilogía) de Bleu Jeans. 
  • El visitante de Stephen King. 

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