Caminé. Caminé sola un martes lluvioso a las cinco de la tarde por La Laguna. No quería compañía, no tenía ningún destino, simplemente caminé. Llevé un lápiz y papel y a cada rato me ponía a escribir algo, pero seguía caminando, no sabía qué quería, no tenía ganas de nada, ni siquiera buscaba algo en concreto, pero no llevaba un buen día. Solo quería olvidar, olvidar aquel nombre, ese que me hacía daño constantemente, ese que hoy, una vez más, había vuelto a salir del pasado. Seguí sin rumbo, y ya eran las siete, se me había pasado la hora de las clases de saxofón, pero daba igual. Todo daba igual. Al girar una esquina, por la cual paso todos los días acelerada para ir al instituto, me paré. Me paré y observé como nunca lo había hecho antes todo lo que había en aquella calle. Entonces la vi, aquella papelera rodeada de flores al lado de la cual, en un banco, había pasado mil horas contigo, cuando te quería, o más bien, cuando me querías, porque yo aún sigo haciéndolo. A lo largo de los años que pasé contigo, esa calle cambió mucho, y también la papelera y las flores que tenía alrededor. Cuando empecé contigo la papelera no tenía nada escrito, tampoco tenía flores. Unos meses más tarde, alguien había escrito en ella un nombre, que curiosamente coincidía con el tuyo, Bruno. Un tiempo más adelante, las flores empezaron a crecer, pero nuestro amor, o más bien el tuyo, cada vez se apagaba más. Un tiempo después lo hiciste, me engañaste. Yo no lo pude soportar, y a pesar de lo mucho que te amaba, y te amo, lo dejé contigo, me alejé de ti, pero solo físicamente, porque de mi mente aún no te has ido. Hoy me paré una vez más en esa calle, pero tú ya no estabas, y las flores, las flores estaban mucho más grandes; habían invadido a la papelera, y parecía que me miraban diciendo: hiciste bien, todo florecerá y su nombre se borrará de esta papelera, haciéndolo a su vez de tu corazón.
El tumulto de gente abarrota la sala en un santiamén. Personas de todas las etnias entran a la vez, como un tropel, y me dejan suspendido en medio de un mar humano.
Me fijo en la mirada de cada ser que atraviesa mi alrededor, todas perdidas. Todas en direcciones diferentes. La infinidad de turistas sacan móviles y cámaras de fotos e intentan captar el mejor plano entre toda la gente.
-¡Paso! – Grito desesperado entre la multitud- Leches, que dejen paso.
Nadie se mueve ni un ápice. Rebajo mi mirada hasta mi transmisor, pensando en las órdenes salidas por el chisme hace por lo menos una media hora:
-Supervisa estancia.
Consigo abrirme paso, rebaso a un pareja japonesa que comentan ensimismados las pinturas. Esquivo a un grupito de ancianos y me escabullo entre los que mantienen sus cámaras en alto para las fotos del recuerdo.
-Aquí seguridad, nada extraño en la sala, todo en orden-. Le grito al aparato esperando que alguien escuche mis declaraciones al otro lado de la linea.
De repente unas exclamaciones inundan la estancia.
Empujo desesperado a las dos primeras filas y llego a la valla de seguridad. Entonces… Abro mucho los ojos y arranco el walkie del cinturón…
Tartamudeando… Informo hacia el aparato.
-No me lo puedo creer… Aquí en la sala, hemos… hemos perdido un cuadro.
Martini dulce de Joaquín Tena, alumno actual del Fitness con Letras.
-Bajada y subida son el mismo y único camino, -me dijo un señor de barba blanca, cuando me senté en la mesa donde él tomaba una jarra de cerveza. Compartí su mesa porque yo sé que en Inglaterra es costumbre compartirla con otras personas aunque no las conozcas, y el hombre, un lobo de mar, hablaba perfectamente el español, pero con fuerte acento anglosajón. Apenas me hube sentado, él se levantó y me deseó las buenas noches. La camarera se deslizaba como un delfín entre las mesas, con la gracia de una bailarina de ballet, bandeja en mano, sonriente y servicial. Pedí una botella de vino rosado mientras pensaba en lo de la subida y la bajada, porque el lobo de mar con su sentencia de gurú del Ganjes me había dejado mosqueado. Pero al segundo vaso ni el lobo de mar ni la sentencia formaban parte de mi existencia. Yo estaba embobado con la camarera que me recordaba a Leslie Carol, una actriz con carita de gata de tiempos de “Lo que el viento se llevó”. Pero, como estaba leyendo “El talento de Mr. Repley”, y en esta novela los personajes beben mucho vermut , pedí un Martini. La camarera sonrió, y, a la vez que anotaba mi pedido, me dijo que para aperitivo era mejor el Pernaud. Pero me tomé un vermut blanco como Marge, la amiga de Mr. Ripley. Frío, dulce; repetí otro antes de pasar a los entremeses, y siguiendo los consejos de la doncella de Orleans (lo noté por el acento) , pedí una ensalada con fois que le ayudé a bajar con un provençal demi-doux. De repente la camarera me recordó a Isadora Ducan: una libélula entre los clientes, ligera y transparente. La bebida en los señores de edad provecta se precipita rápida en la bajada y, si se tiene costumbre, aguanta la subida. Pero la bajada y la subida es un mismo camino: de la cabeza a la vejiga. Hice un gesto como queriendo buscar al lobo de mar que súbitamente había vuelto a mi conciencia. Pero no estaba, así que tras dominar la punzada de la hernia discal, me levanté y me dirigí al aseo. A la salida del mingitorio intenté que no se me notara el efecto de los martinis y con cuidado volví a la mesa. Pero al acercarme vi un pájaro picoteando los restos de mi ensalada tibia. Creo que era una gaviota, aunque no estoy seguro, porque yo de ornitología… Lo que sé es que el pájaro debía de tener diarrea, pues la mesa y la silla estaban llenas de cagadas y, aunque la Isadora Duncan me dijo que enseguida me preparaba otra mesa, yo estaba de pie, mirando a todo el mundo, y todo el mundo me miraba sonriente, porque casi todos, dejándose llevar por los consejos de la chica habían bebido como Mr. Repeley en la novela, aunque no la estuvieran leyendo. Isadora me sugirió que en lugar de estar de pie mientras se restablecía el orden perturbado por el pajarraco mejor sería que me sentara a la barra, donde me sirvieron una copa de vermut, invitación de la casa. Como detrás de la barra había un pequeño televisor que retransmitía un partido de la Real, club del que soy aficionado, me quedé mirando hasta que la camarera me sugirió continuar con un escalope de ternera con muselinne de ajo y judías verdes. Cuando llegó el escalope, el partido estaba en la prórroga, así que le pedí que me dejara continuar en la barra. “Pas de problèmme”, dijo. Para los postres ya el partido estaba en la tanda de penaltis y devoré un helado de higos con chocolate caliente acompañado con vino Málaga. El Málaga lo bebí de un solo trago, con lo que la libélula me sirvió una segunda copa. Pero , a pesar de la torpeza que estaba adquiriendo mi lengua, logré decirle que preferiría un cava. “No se apure”, dijo, “en vista de todas las incomodidades sufridas, la casa le invita a tomar una copita de cava”. Como ya llevaba un rato malinterpretando la realidad, asentí. Daba tumbos desde la banqueta y tan pronto me quedaba anonadado mirando al televisor como giraba la cabeza para mirar si las gaviotas se metían con otro cliente. En una de estas, cuando pasó la muchacha, le quise tocar en el brazo, pero le desestabilicé la bandeja y se fueron rodando, con restos de postre, los platos de los últimos comensales. -No se apure,- me dijo -ya eran los últimos clientes, y después de usted cerraremos el comedor. -Pues, siéntate y tomate una copa ahora, conmigo. ¡Hala, que yo te invito! Se desasió de mi, que inoportunamente le estaba cogiendo el vuelo de la manga, y con determinación, dijo: -Lo siento, yo nunca bebo. Quise pensar en la palabra abstemio, pero me resultaba imposible pronunciarla. Así que le dije que la bajada y la subida son un único y mismo camino y le dejé cincuenta euros de propina, que ella rechazó de plano, y con la dulzura de un sorbo de martini me cogió de la mano y me llevó a la puerta, donde mi interior maulló como un gatito en celo por más de diez minutos.
Sylvette Athouel, alumna del curso de Memorias, nos deja este texto sobre la vida, Como una estrella fugaz.
Como una estrella fugaz
La vida…uffff ¿la vida es este momento en el que te pegan en el culo para que llores? Vaya forma de abrirte a un mundo nuevo después de salir de un vientre tibio y encontrarte de bruces con una bata blanca que tira de ti, te gira el cuello como un pollo para sacarte de tu piso alquilado durante nueve meses, un piso con vistas al amor… La vida es una canción inacabada, una canción que vas componiendo día a día, canción de cuna, canción de cuento de hadas, canción de amores adolescentes, canción de desamor, de llantos, risas, perdidas, canción del ave fénix. Volver a empezar en cada momento, descubrir lo inesperado, paso a paso y cada paso es diferente como diferentes son los momentos, las emociones, la percepción de la luz y de la noche, los olores porque aunque hagas la tortilla de patatas de la misma manera, siempre huele diferente y sabe diferente. El aprendizaje es así, nunca termina, las lecciones de vida son continuas, la mirada cambia, las creencias se desvanecen, el cuerpo llora una hora, un día, una semana pero se abre un espacio de serenidad poco a poco y las olas mentales ya no te apresan. Hablar de la vida es ver un inmenso campo de partículas que podemos armonizar o enredar, según el momento de cólera, de odio, de alegría, de satisfacción o de amor, es nuestra forma de pensar y nos pertenece porque la hemos elegido. La vida son los mensajes susurrados por el alma, cuando estas a solas y oyes una voces lejanas que te hablan, que te indican el camino y te dan fuerza para continuar porque no estas sola, porque la soledad no es real, es un estado de tu alma inquieta y de tu fe quebrantada.
Mi vida ha sido pilotada por el miedo y la inseguridad durante muchos años. Esto ya desapareció. Me di cuenta que era una mentira, que no era real, que solo era una creación, un invento, una manera de pararme y limitarme. La fuerza de voluntad me ha permitido comprender que lo que realmente aprecio en la vida es lo que más esfuerzos me ha costado. La vida son las grandes etapas de nuestra existencia, el camino para convertirse en seres alegres, en guerreros espirituales y aceptar el riesgo de nuestra libertad, tener el valor de aceptarlo todo incluso lo que más temor nos produce. La vida son los recuerdos grabados en la memoria de un tiempo cuando envejecer era utópico porque solo existía la escuela y el patio del recreo pero cuando los aviones de papel se los lleva el viento, es que ya pasó una etapa de tu vida, se fue como una estrella fugaz. A pesar de las amarguras, los amores que pasan, los ideales que se hacen la maleta, la vida se aferra y renace como las primaveras que traen bocanadas de aire fresco. La edad, los kilos, los niños, la hipoteca, los malos momentos, batallar, salir adelante, aprovechar el tiempo para alcanzar la felicidad. Dejar de funcionar como autómatas, creer en uno mismo, sentir y vivir sin obligaciones absurdas, sin ser engullidos por una vorágine de botones, mandos a distancia y cámaras digitales. A mi me gustaban las fotos en papel, las fotos en negro y blanco. Ahora tenemos ficheros “verano2012” con 600 fotos. Pero ¿quién va a tener paciencia para mirar 600 fotos? ¿Cuántas familias se van a sentar para ver 600 fotos…….o bajarse horas y horas de música …….no sirve para nada a no ser que pienses ir a Alaska caminando enchufados a tus auriculares. Pero esto también es la vida. La vida es un paseo a veces por las nubes, a veces bajo tierra, es un camino largo que sube, baja y se pierde, es escalar una montaña, cruzar un bosque de elfos y princesas, enfrentarte a tus propios dragones y quemarte las pestañas. No creo que la vida de un ser humano consiste en pasar algunas décadas en la tierra a experimentar y desaparecer, no tendría sentido, y como no tiene sentido no puede ser verdad. Hay algo más, algo intangible, sutil y misterioso, secreto y mágico. La vida es infinita, es antes de la vida y después de la vida porque hay otra vida después de esta, porque la vida tiene alma y el ama tiene vida eterna. La vida es imprevisible porque el futuro esta por hacer, solo el momento presente es verdadero, palpable y hay que vivirlo como algo único y esencial. Como una estrella fugaz.
Artículo escrito por Fayna Torres, nuestra becaria de periodismo de la ULL que ya terminó sus prácticas en la Escuela.
Gracias por tus textos en el blog, tus gabinetes de prensa, tus silencios y tus rosquetes de chocolate.
Por todo y por nada
La Escuela Literaria, con dirección en la calle Carretas, en La Laguna, ha cumplido doce años. Un lugar donde las letras bailotean entre humeantes tazas de té, chocolates calientes y el compartido amor por la literatura. Muchos son los amantes de la palabra escrita que han pasado por este centro de enseñanza donde la imaginación y la creatividad gozan de una libertad sin igual.
Desde por la mañana hasta bien entrada la noche las ideas no dejan de fluir. En cuanto entras en este singular espacio casi puedes ver las palabras flotando en el aire, esperando a que alguien las una en el orden correcto. Lo que aprendes una vez llegas aquí es que ese orden es diferente para todos y cada uno de nosotros y que se rige bajo ese artista que todos llevamos en nuestro interior. Y es eso lo que convierte a la Escuela Literaria en el sitio idóneo para expresarse, ya que todas las ideas tienen cabida. Lo único que debemos hacer es seguir los consejos de los profesores para darles la voz que esas ideas merecen.
Los docentes, amantes de la literatura tanto como cualquiera que cruce por la puerta atraído por el perfume literario, ofrecen cada día sus lecciones con el fin de que, cuando estemos preparados, podamos contar nuestra historia de la mejor manera posible. Sin embargo, pronto te das cuenta de que no sólo son las clases teóricas lo que te enseñarán a escribir, sino esas charlas espontáneas que surgen entre los alumnos y los profesores, esas tertulias donde la cultura es la actriz principal, donde puedes compartir tus opiniones e impresiones sobre tu libro favorito, hablar sobre esos escritores de los que leerías hasta su lista de la compra, comentar esa película que te ha inspirado para tu último ejercicio o, simplemente, descubrir esas vivencias y anécdotas, tanto las tuyas como la de los compañeros, en quienes has descubierto un igual en cuanto al amor por lo literario se refiere.
Si hay algo que se percibe en la Escuela Literaria es una tranquilidad y comodidad que empieza a contagiarse entre quienes se encuentran en ella. Una serenidad que pronto se rompe por esas risas repentinas, provocadas por todo y por nada. La alegría que las acompaña se cuela, sin que ninguno se dé cuenta, en los ejercicios y, aunque el tono elegido para la redacción sea triste, esperanzador, pícaro o de reivindicación, siempre conservan el entusiasmo. No obstante, por encima de todo, lo que cada texto desprende es el talento de los alumnos, escritores en ciernes con una visión especial y única sobre el mundo. Escritores que escriben esa historia que no deja de reclamar atención en sus pensamientos, ese libro que no es para los demás, sino que es la novela que a ellos les gustaría leer, aunque, probablemente, lo que aún no sepan, es que ahí fuera hay lectores tan ansiosos por leerlas como ellos por escribirlas.
Desde que nació el e-reader o lector digital se ha creado un debate en torno a este nuevo dispositivo pensado para lectores. Por un lado, hay quien clama que nunca lo utilizará, ya que “no es lo mismo que leer un libro en papel”. Sin embargo, cada día hay más gente que le da una oportunidad a estos aparatos y descubre su enorme utilidad.
Un e-reader presenta diferentes ventajas que lo convierten en un dispositivo muy interesante para los amantes de la lectura. En primer lugar, es más ligero que un libro en papel normal. Ahora no tienes por qué cargar una novela de más de mil páginas en el bolso, con el e-reader apenas te darás cuenta. Y si te aburres y deseas empezar una nueva lectura, el e-reader te permite almacenar más de mil libros que podrás llevarte adonde quieras. Además, los libros en formato digital suelen ser más asequibles, lo que nos permite ahorrar, y, según la plataforma de compra que uses, cada día puedes encontrar ofertas muy interesantes. Asimismo, tener acceso a libros en otros idiomas es más sencillo, ya que están disponibles a un simple clic.
Por supuesto, el lector digital también tiene sus defectos. Tener que cargar la batería cada cierto tiempo puede desanimar a algunos, pero una generación que convive con smartphones no debe de ver esto como una gran desventaja. Quizás el mayor hándicap de los e-readers para un lector es no poder enterrar la nariz en las páginas y aspirar ese olor característico de las hojas impresas o carecer de la libertad necesaria para ir de una página a otra sin tener que moverse por una pantalla. Acariciar los lomos de las novelas o abrazarlas (todos lo hemos hecho alguna vez, no lo neguéis ahora) tampoco es posible, pero siempre podemos adquirir una copia en físico de aquellas historias que realmente se merecen un puesto honorífico en nuestras estanterías.
Tener un e-reader no implica renunciar del todo a los libros en papel. Ambos son compatibles, ya que puedes leer varios libros a la vez y tener uno sólo en la mesilla de noche. Por no hablar del espacio que ocupan en la estantería, meter todos nuestras novelas en un espacio reducido se ha convertido en un auténtico reto digno de reconocimiento. Que tire la primera piedra quien no ha tenido que reacomodar sus estanterías cuando ha adquirido un nuevo ejemplar que, seguramente, no debería haber comprado, puesto que la lista de pendientes de un lector es interminable y no hay mejor testigo de ello que los abarrotados estantes.
Está claro que cada persona tiene sus gustos y preferencias. No obstante, ¿por qué elegir entre el papel y lo digital cuando puedes utilizar ambos? Firmado: Fayna Torres, alumna de Periodismo de la ULL en prácticas en la Escuela Literaria.
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