La vena de su frente se hinchaba al ritmo del minutero del reloj. Su corazón bombardeaba con la rapidez de sus palabras y sus manos se movían en sintonía con sus pasos. Don Julián Marante estaba nervioso, era el gran día del Santo, su gran día. Entonces nada más llegar a la Real Socuedad se dispuso a adornar el lugar con órdenes y gritos:
-¿Dónde vas Manuel? Me da igual, te vas a la plaza a que Carmencita planche la bandera de Canarias. Sin una arruga, ¿Me has oído? Ni una. Eh tú, el de los pantalones hortera, prepara el cuadro con las medidas exactas y como yo lo quiero. Y la sorpresa final del acto de la Semana Grande. .. lo haré yo, sí, ya verán qué bonito me va a quedar.
Fuerte desastre. ¿Es que nadie podía hacer las cosas como él quería?. Así el cabeza de familia de los Marante organizaba la bajada de la Virgen de la isla de la Palma.
Él era un personaje, con su lenguaje artificioso y la colonia que le compraba su esposa Migdalia. Demasiado peculiar para encajar en la realidad como un personaje secundario. Era el cotilleo de muchos, pero también el protagonista del desorden cultural del pueblo de San Antonio.
La vena de su frente se hinchaba al ritmo del suero del hospital, su corazón bombardeaba con la lentitud de su respiración y sus manos no se movían. Así, años más tarde, mi abuelo organizaba su gran adiós.
«Recuerdos de Madrid» de Guillen Berastegui de Armas
Casi lloró cuando sus compañeros de despacho se despidieron de él. Durante 15 años compartiendo la abogacía con ellos, ahora tocaba irse. Era la vez que más le había costado marcharse y bien lejos además, a Canarias.
–Tranquilos, vuelvo en 6 meses para hacer unas últimas cosas aquí en Madrid– dijo con ojos húmedos Nacho.
¡Ay Nacho! Recuerdo con ojos igual de húmedos todo lo que me contó. Llegó aquí con todo lo que yo necesitaba, su sabiduría y su experiencia. Me formó para ser el mejor. En tan poco tiempo nuestro pequeño despacho en Santa Cruz creció. Recuerdo todo eso como igual recuerdo como hablaba de sus compañeros de Atocha y de sus años de lucha en la clandestinidad por culpa del franquismo. Recuerdo a un héroe.
Pero ahora no recuerdo, sino que siento su historia de cuando volvió a Madrid. Un Madrid que era igual cuando lo dejó… o eso parecía. Estaba tan cerca de encontrarse a los compañeros que tanto añoraba cuando todo pasó… las balas, los gritos. Mientras todo el mundo huía, él iba hacia la fuente del sonido. Cuando llegó ya no había nada. Los terroristas se habían ido, pero allí, seguían sin embargo, sus amigos, sus camaradas, muertos. Hombres que solo montaron un despacho con el fin de proteger a quienes creían que lo necesitaban. Aquellos no eran solo compañeros de trabajo, sino de lucha, una lucha que no había acabado. Nacho no se merecía todo aquello.
Todo fueron lágrimas durante el camino de vuelta. Todavía recuerdo cómo nos abrazamos, al encontrarnos. Cómo tú llorabas por ellos y como yo lloraba porque estuvieras vivo, de vuelta, aquí conmigo, maestro.
Yo tenía ocho años, a penas entendía nada, y él tenía noventa y ocho, se llamaba Antonio y era mi bisabuelo. Siempre lo llamaba abuelo, porque así lo llamaban todos y a él le gustaba. Cuando yo era más pequeña iba a caminar con él, era un hombre mayor, pero fuerte, iba todos los días a caminar y a mí me encantaba ir con él. Recuerdo que siempre me contaba historias de cuando él era joven, pero yo era muy pequeña, no las entendía, pero me gustaba estar con él. Recuerdo también bajar después de comer a su casa y verlo viendo telenovelas, le encantaban, y yo tampoco lo entendía, me limitaba a jugar sola, pero escuchando sus historias que poco después olvidaría. El tiempo pasaba, y nadie podía pararlo, las cosas fueron cambiando y él ya no podía levantarse apenas de su cama… Y un día, su corazón ya no latió más, y eso tampoco lo entendí. Yo tenía ocho años y él noventa y ocho, y a pesar de pasar mucho tiempo a su lado apenas lo recuerdo. Hoy en día sé que siempre iba descalzo, que solo tenía zapatos los domingos y eran los del hermano mayor. Sé que iba todos los días de Guamasa a Valle de Guerra caminando, descalzo, para trabajar y darle dinero a sus padres. A su familia. Era el quinto de diecinueve hermanos, y era feliz sintiendo que trabajaba por ellos. Ahora lo entiendo todo. Entiendo el dinero que me daba para que, llegado el momento, me comprara un coche, dinero que yo gastaba en juguetes. Entiendo el valor que le daba a todo lo que tenía, entiendo que quisiese contarme todas sus historias que yo, por ser pequeña, no entendía. Ahora sí entiendo que me hubiese encantado poder pasar muchas horas más a su lado, ahora entiendo que lo admiraba.
Estábamos dando nuestra clase sobre crítica literaria en la que los alumnos tenían que realizar la crítica de un libro inventado, un ejercicio que desarrolla la Imaginación y el espíritu crítico, cuando invadieron por turnos nuestra clase, señoras que buscaban una reunión de cohousing.
Les preguntamos sobre el tema y parece que el asunto es algo así como la emancipación de los abuelos o cómo vivir en comunidad a partir de la jubilación. La cuestión es que algunas de nuestras jóvenes escritora encontraron la inspiración necesaria para imaginar una posible novela y hacer la crítica de un libro que todavía no existe.
Ahora, el grupo de Jóvenes Escritores 2017-18 se llama Cohousing.
Crítica de Iris Paz García
«Cohousing: Juntos, pero no revueltos» de Lydia López.
La idea de que un grupo de ancianos que rondan desde los sesenta hasta los ochenta y pico años en la comuna de mayores situada en «La Nube» es, cuanto menos, curiosa. Y este es el planteamiento de «Cohousing: Juntos, pero no revueltos». Su polémica autora ha saltado a la fama a la edad de setenta años, porque si bien todos conocemos la historia en la que un grupo de veinteañeros comparten piso aquí el arco de personajes es sustituido por los viejos y los puretas. Los viejos que juegan a ser jóvenes.
Contamos con varios personajes principales: Doña Lala, que intenta superar la muerte de Don Paco. Doña Asunción y Doña Irene, las vecinas cotillas de la planta baja que conocen todo lo que pasa en la residencia de Cohousing. Pepe y su esposa la Pepa, los narcotraficantes del cuarto piso. Ahora son los padres los que huyen de sus hijos y tienen prohibido dar lecciones de vida a sus nietos.
A lo largo de estas cuatrocientas páginas conoceremos las idas y venidas de este alocado conjunto de personajes en el que cada uno destaca a su manera con su revoltosa mente en acción. Así pues, pasaremos desde el educado grupo de ancianitos que conoce a su nuevo vecindario hasta que se empiezan a producir una serie de eventos a cada cual más insospechado. Cada vez más revuelto, como dirían ellos.
Estoy segura de que al leer esta historia acabarás sintiéndote como si dialogaras con tu abuelo. Volvemos a recuperar las frases arcaicas y despasadas de la década de los cuarenta, las expresiones de pueblo con los cotilleos sobre la mujer descocada que es doña Lala. La vecina del tercero, que tiene cerca de los sesenta pero desde que conoció al camarero de los chupitos están siempre juntos como culo y calzón. Por supuesto, también tendremos a la sabelotodo de Marianela que no puede creer en lo que se ha convertido el cohousing: «Una cosa es libertad y otra libertinaje», como les suele reprochar.
Nos encontramos ante una historia en la que los viejos son unos revoltosos. Es divertida, hilarante, se nos presenta un cómico baile de máscaras en el que se esconden las arrugas, los dolores y las aburridas conversaciones sobre este tiempo que está tan loco por la fachada de quien juega a ser joven antes del precipicio de la muerte. Y pienso que tú, como nieto, como hijo, deberías leerla para que sepas que es realmente lo que se le pasa por la cabeza al viejo que se sienta a tu lado.
«Critica de un libro inventado» de Elena Monzón Cejas
Título: Juntos pero no revueltos
Género: Comedia
Editorial: La nube
La historia comienza cuando Jofrey, un hombre de 80 años , siente que no es capaz de mantenerse por sí mismo y decide buscar residencias de ancianos y da con una llamada «Cohousing», una comuna para ancianos que cuenta con servicios de lujo como piscina, salón de masajes y muchos otros, entusiasmado, Jofrey ingresa en el período de prueba de 3 meses, pero su nieta Sara no se lo cree, ya que ve a su abuelo incapaz de hacer un cambio tan grande. ¿Descubrirá Sara una nueva versión de su abuelo?.
El tema trata de que siempre es posible hacer cambios en tu vida sin importar la edad que tengas.
Respecto a esta novela, a pesar de que el lenguaje es coloquial con abundantes vulgarismos, considero que es sensacional sobre todo con la evolución de los personajes ya que hay capítulos donde el abuelo pasa de dormirse a las siete de la noche a emborracharse en una fiesta, (menos mal que el narrador nos revela que tenía un hígado biónico), también las expresiones sarcásticas la nieta que aportan realismo a la situación y como se aprecia que Cohousing está ambientada en una «Hermandad universitaria americana», en conclusión, no despegarás la vista de esta novela.
No me lo puedo creer. De todo lo que podría haber pasado esta semana, pasa esto. Antes de salir de Tenerife habíamos quedado en que nadie externo entraría en nuestro camarote sin avisar, pero Naima nunca hace ni puto caso. Acaba de entrar Jorge por la puerta y yo cantando en la ducha. Lo peor es que no les oí entrar y acabo de salir con todo mi morro afuera con una toalla tapándome y otra en la cabeza. Ahora estoy en el baño otra vez y no sé que hacer. Mi ropa está fuera, pero con Jorge ahí no salgo. ¡Que encima me gusta! ¡Jooder! ¿Naima no se da cuenta de que ahí está mi ropa? Voy a gritarle.
-¡Naimaaa! ¿Me puedes dar la jodida ropa que está encima de la cama?
No me hace caso, es como si no oyera, y ya no sé que hacer. Les oigo reírse, tsss, encima. Voy a salir y la cojo yo, no queda otra. ¡Oh! No…Vuelvo a entrar rápido al baño. Tengo toda la cama tirada y con ropa sucia encima, y lo peor… ¡Las bragas colgando del armario! Después de esto tendré suerte si me traga la taza del váter.
Caminamos hacia atrás, en vez de avanzar y evolucionar. Nos aferramos a pensamientos hipócritas y tratamos de concienciar a las nuevas generaciones de algo que no ponemos en práctica para ofrecer ejemplo, los utilizamos para que en un futuro enmienden los errores que nosotros cometimos y no nos preocuparon en su momento. Hipocresía, ¿desde cuando existirá esa palabra? Nosotros, las antiguas esperanzas del cambio, hemos conseguido transformar un problema que empezó sin nuestra colaboración en algo inconmensurable que necesitará mucha voluntad para ser frenado. La belleza no es importante, me solían decir, pero nunca me lo llegaron a enseñar. Desde “tu aspecto no es relevante si muestras carisma” que se le ocurrió decir a mi madre antes de sermonearme por haber aparecido en mi graduación con una camiseta de Nirvana y unas converse desgastadas; pasando por el célebre “te querrán por tu afabilidad, no por la cantidad de maquillaje que cubra tu rostro” de mi jefa para después despedirme por las constantes quejas de los clientes hacia mi aspecto; y es importante no olvidar el repetido “lo importante es el interior” cuando aún así, todos sabían que él me iba a rechazar. ¿Cuál es el punto? ¿Cuál es el premio? Hipocresía. Hipocresía que se dispersa y se normaliza. Hipocresía, lo que hace que esta realidad no esté preparada para las personas obesas.
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