Shakespeare mintió. Convirtió la macabra realidad en un mito sobre el poder del amor. Lo que dejó escrito poco tenía que ver con la verdadera historia. No se mencionaba que los Capuleto eran una estirpe de hechiceros. Al igual que otras de las familias aristocráticas de la época, recibían una educación y tutela muy especial, dentro de la cual también estaba incluido el manejo de la magia. Shakespeare olvidó detallar que Julieth era la bruja más brillante de su tiempo e increíblemente diestra en las artes oscuras.
Los Capuleto identificaron a Julieth como su arma más poderosa. Tan bella como mortífera, sedujo a Romeo con espejismos de una muchacha dulce e inocente. Un vano reflejo de una cruel y astuta estratagema. Romeo, joven y frágil, no se percató del engaño.
Julieth tenía la mente fría y el corazón helado. Le hizo enloquecer de amor. Ella sabía que debía de encontrar la forma de matarle sin que pudieran llegar a sospechar de ella. Y por eso fingió haber tomado un brebaje somnífero para comprobar los verdaderos sentimientos de Romeo. Ella ya sabía que Romeo no podría soportar la idea de su eterna ausencia y que superpondría la muerte por encima de la vida. Y después fingió su propia muerte, llevada por la de su supuesto amado. Quizás el mayor de los embrujos de Julieth fue convertir al amor en el verdugo de Romeo.
Los Capuleto lograron vencer a los Montesco. Pero había alguien más. William Shakespeare conocía la historia real, pues le habían llegado rumores sobre que los Capuleto sabían manejar la auténtica magia. Indagó al respecto hasta recabar todos los detalles como para completar la historia. Julieth, sin embargo, consiguió detenerlo antes de que la honra de su familia acabase destrozada por completo. Lo capturó. Le dijo que si tan ansioso estaba por escribir la historia, escribiría la que ella deseaba. Le administraba veneno todos los días y fue ese mismo veneno el que menguó la vida del dramaturgo. No podía permitirse dejarle con vida o correría el riesgo de que la verdad saliera a la luz y, si escribía la historia tal y como ella quería, lograría inmortalizar la imagen de los Capuleto. Conociendo la trágica historia de la pobre Julieth, ¿quién diría ahora que no era más que una bruja? Terminaría por acallar los rumores.
Hay quienes cuentan que la tinta con la que está escrita la obra original de Shakespeare es el mismo veneno que le suministraba Julieth a este.
Julieth logró restaurar el honor de su familia, ser reconocida y admirada entre los suyos. Romeo falleció habiendo vivido en un engaño amoroso.
Todo se acabó resumiendo en una terrorífica obra de teatro con Julieth como la artífice y directora, Romeo como el actor principal y Shakespeare como el títere más obediente que jamás haya existido.
Admiro a los pájaros porque conocen la manera de echar a volar. Aprenden a volar antes incluso de saber valerse por sí mismos. Emprenden el vuelo sin pararse a pensar en los peligros del camino. Admiro a los pájaros porque saben convertir su felicidad en una melodía y saben cantar su dolor. Admiro a los pájaros porque callan cuando no tienen nada que decir. Admiro a los pájaros porque, aún habiendo estado encerrados en una jaula, vuelan como si nunca hubiera pasado nada. Como si nunca hubieran dejado de hacerlo. Y a veces pienso que si fuéramos pájaros no sabríamos volar. Porque estamos encerrados en la jaula del conformismo, porque nos da miedo cantar y decir aquello que tenemos que decir. Porque no sabemos que tenemos alas y, de saberlo, estaríamos aterrorizados de caer al suelo. Y a veces pienso que en realidad es el silencio, el miedo, la necesidad de refugiarnos en la jaula por el que dirán y el temor a lo desconocido lo que termina por rompernos las alas.
El último retazo de vida se escurrió entre las manos. Lloró, madeció, a pesar de todo. Mi abuela afrontó. Levantó su cabeza, sus ganas de vivir contra su pensamiento , Que todo acaba. Creía que debería levantarse de nuevo. Después de aquello una nueva vida se extendía antes sus pies.
Elena Monzón Cejas
– !Hemos aprobado, vamos a celebrarlo!
– Lo siento, tengo que ponerles la comida!
-Bueno, ¡hasta mañana!
Llego y me encuentro con mi otro trabajo . El que no hace nada y los llorones.
Les atiendo y me siento a estudiar. Es duro pero mantengo mi dogma , hazlo por ti, hazlo por ti.
Diego Sicilia Mora
Aquel estrés no era ni un cuarto del que habíamos sufrido ayer, eso ya era un motivo para sonreír de nuevo. Esa era la razón para seguir en pie. Para entrar por esa puerta aparentando que pienso que todo saldrá bien. Intentar no olvidar la felicidad que tendrá este dolor.
Iris Paz García
Adversidad, sinónimo de giro argumental. Hay gente que se convierte en el autor de su propia vida y no se limita a ser un personaje. Son héroes que corrigen las faltas de ortografía y puntuación, porque a veces es tan importante salvar algo o alguien como salvarse a uno mismo.
Enrique Esteban De Cáceres
El héroe soy yo, aunque haya otros que se lo merezcan más.
Fui yo quien, después de dos años, eligió no volver a estar rodeado de amigos que se olvidaban de mi. Soy yo quien, para dormir, necesita ser otra persona.
Pero me levanto todas las mañanas orgulloso de mi.
Nazayda Balmaseda Ramos
Con el alma rota, reparabas la mía. Tus lágrimas convertidas en sonrisas para que la mía no desapareciese. Me salvaste de caer en un agujero. Incluso conseguiste salvarte a ti, sin pretenderlo. Gracias por tus palabras, por tu fuerza, porque en un mundo sin valor, tú lo hayas tenido.
Marta Ramos Gómez
Héctor es un héroe. Llegó en mi era difícil y, sin saberlo, ya me emocionaba. Actualmente, sus juguetes y las horas a su lado usándolos son motivo de felicidad y sus carcajadas alimentan las mías. Solo tiene tres años, es mi hermano, y ya es mi héroe, alimenta lo fácil.
Ellos los aplauden, la multitud está eufórica. Pero yo estoy aterrorizado. Veo como cargan mi figura, encapuchados, ocultos como asesinos. Estoy lleno de sangre y perforado por los clavos. Mi madre, otra muñeca que me observa sin cariño, la sangre se me congela porque no la conozco. Desde aquí contemplo el monstruoso espectáculo reencarnado en el cuerpo de un espectador. Noto un dolor en el costado, la sangre brota, me están crucificando la imagen de nuevo. Mi alma se muere acuchillada por sus palabras y entonces llega la nada. La muchedumbre se calla, notan algo en sus corazones pero no saben que en la tierra terminé de morir.
«El penitente» de Iris Paz García
Hay exactamente doce escalones que conducen hasta la entrada del campanario. Tiene los pies descalzos, sucios, llenos de tierra y con alguna que otra herida de la que salen unas gotas de sangre. Ha recorrido toda la ciudad así, sin poder evitar los cristales rotos e hirientes. Le duelen las piernas y le resbalan lágrimas por las mejillas. Pero hace un esfuerzo y pisa el primer escalón. Y cada paso que da está precedido por el repicar de las campanas, como si de un cántico celestial o de una sonata fúnebre se tratara. Llega allí en el vacío temporal de las 12 en punto, cuando no es ni ayer ni hoy, cuando no es de noche ni de día. Detrás del hueco que hay entre ambas campanas se esconden unas gárgolas y un balcón con unas vistas excepcionales a la metrópoli. Se acerca hasta ese hueco para contemplar el paisaje. Cuando está allí, desde ese punto a tantos metros de altura con respecto al suelo, tiene la sensación de que ha logrado obtener el control de algo. Las gárgolas de piedra caliza son como una escolta para él, cada una situada a sus costados.
—Míralo, siempre con ese estúpido atuendo del pobre penitente que lamenta sus pecados y carga lamentos sobre sus hombros —dijo la gárgola a su izquierda, ignorando por completa la presencia del hombre y dirigiéndose a su compañera.
—¿Qué dices? Tus palabras no tienen sentido —inquirió el señor. Estaba harto de todo, de su vida, de las cargas que arrastraba consigo y de todos los errores que había cometido a lo largo de los años.
La otra figura grotesca de piedra tomó la palabra:
—Las gárgolas no saben ver lo aparente, pero sí el alma. Reconocemos los demonios, los diablos, los ángeles y a la gente como tú, los penitentes. En ti solo veo un rostro cubierto por la sombra del capirote y una túnica harapienta. Tus pies también están atados por cadenas.
—Y cargaré con ello toda mi vida —apuntó este, compadeciéndose de sí mismo.
—Serás un penitente hasta que abandones la angustia y empieces a buscar en ti mismo la ayuda que tanto necesitas.
«Es lo qué es Hecho» de Enrique Esteban De Cáceres
¿Qué es la Muerte? ¿Quién es la muerte? Si crees en algo, deja de leer.
Supongamos que la muerte es alguien, pero una sola »alguien» no puede velar a todos los muertos. Entonces es algo, una idea; pero al ser tan abstracta cada persona la define como quiere. Es natural, pero que nos matemos no lo es. Es una salida, pero no debería serlo. Es una solución, pero sin esperanza. Es justa, pero se lleva a niños. Es una fea verdad, pero una bonita mentira. Podemos definir a personas vivas como muertas, y a muertos vivos; por tanto no es definitiva ni rápida. Hay gente resplandeciente que muere, y otras que se ahogan en su oscuridad y viven. Tachemos, por tanto, »buena» y »mala» de la lista.
Pero nos hace iguales.
«La sostenido» de Nazayda Balmaseda Ramos
Quisiera decir que me arrepiento, que lo que hice estuvo mal, pero, aunque jure éstas mismas palabras ante Dios, sabrías que no son ciertas, viejo amigo. Sabes bien que la manera en la que te permití irte es la mejor, pues te fuiste por medio de tu pasión, deberías darme las gracias. Aquel día, ¿cuántos años tenías? ¿Treinta? Ah no, lo pone ahí. Treinta y ocho años. No te creía tan mayor, querido. Recuerdo que era tu cumpleaños precisamente. Te sentaste en el viejo piano de nuestra flamante mansión y sólo bastó un mísero roce contra un La sostenido para que cayeras, querido mío, lo correcto sería felicitarme por mi competencia. Tan aguda fue ésa nota que tu dedo sin vida tocó involuntariamente… Fue un gran día, lo recuerdo bien. Y ahora, aquí estamos, dos viejos amigos en un diálogo que tan sólo es un monólogo. No espero que me contestes, claro, nunca fuiste bueno acatando órdenes, lo único que veías era tu piano, tu piano y nada más. No tenías tiempo para tu esposa, lo comprendo, pero ya ves, no me quedó más remedio que…bueno, hacer lo que siempre quise, y qué mejor manera de hacerlo que con tu verdadero amor, tu piano. La soledad me rodea, y eso es algo que me gusta, pero amor mío, nuestro hijo sigue a mi lado, recordándome a ti, tiene tus ojos…
¡Oh! se me ha echo tarde cariño, he de irme, el deber me llama y tendré que preparar mis lágrimas. Nuestro hijo llegará a casa en poco tiempo y tocará el piano. Espéralo, pronto estará contigo.
«Libertad en el Caos» de Enrique Esteban de Cáceres
La humanidad está cayendo. Lentamente, pero sin parar. Agoniza. En ningún reino existe la paz. Nadie dialoga. Todo son gritos en el campo de batalla. Pero todo podía cambiar, todo debía cambiar. No había creación sin la destrucción, y ahí entra todo. El Caos. Solo los más fuertes, inteligentes y astutos sobrevivirán a esta limpieza;… a esta purga.
A medida que avanzo hacia la sala del trono todo se vuelve más lúcido, como si despertase de un lar letargo. Cada paso reafirma mi misión. Cada mueble lujoso, cada noble gordo, cada latido de sus corazones es injusto. Su honor y logros nace de la muerte de otros hombres.
Llego a la sala del trono, bien iluminada y circular. En el centro está el rey con sus consejeros, en la gran mesa redonda, discutiendo sobre la guerra. No, sobre SU guerra.
>>Algunos me saludan bajando la cabeza en señal de respeto, pero no los imito. Los guardias se empiezan a preocupar: no haber saludado, mi forma de andas (que por una vez es decidida), y la determinación que emito me delata. Pero no saben reaccionar.
>>Tampoco saben que la determinación que emito no es determinación en si, sino energía. La concentro, dejando la sal totalmente e la espera, expectativa.
-Gloria al Caos.
Bang.
«El End Bang» de Nazayda Balmaseda Ramos.
Noche cerrada. Estrellas que salpican el cielo como pecas en un inocente rostro. Una noche apropiada para despedirse. Me doy la vuelta rápidamente y ahí está él. Esperándome con una triste mirada que dice »adiós» como un susurro. Ojalá todo fuera diferente. Un ruido me saca de mis ensoñaciones. El temido momento está a punto de llegar, lo noto. Corro hacia él una última vez para darle un último abrazo con el corazón desbocado. Sé que la galaxia echará de menos éste planeta. Sé que millones de personas que han hecho de él su hogar lamentaran su pérdida. Una última sonrisa para aceptar nuestro destino. ¡BANG!
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