«La calle de las dos palmeras» de Silvia Pérez Acosta
La guerra y la dictadura, una época en la que cualquier desobediencia estaba fuertemente penada.
Pero ella prefirió correr el riego, uno muy grande.
¿Cómo iba la hija primogénita de una familia respetada cometer tal ilegalidad?
Robaba comida de los restaurantes y bares, aprovechándose de la ingenuidad de la gente.
Pero aquella comida no la ingería, ni tampoco la vendía. La transportaba. Cargaba con ella por todo el pueblo, hasta la calle precedida por dos enormes palmeras, donde había una casa abandonada que escondía mucho más que ratas y polvo.
Allí se escondían todos los que no tenían adónde ir. Los perseguidos por la ley injustamente, los pobres que habían recibido duras represalias por alzar su voz, los que habían conseguido escapar.
Tantos años más tarde ella sigue recordando con detalle todo lo sucedido. Cada vez que pasa por la calle de las dos palmeras, a pesar de que ya todo ha cambiado, por unos segundos vuelve a sentirse esa joven que pone en peligro su honor por aquellos a quienes se lo habían arrebatado.
«Navaja» de Daniel Suárez Acosta
Van 45 minutos desde que alguien dijo algo en el coche. Me encuentro un poco mal del estómago pero no tiene nada que ver con la comida. Bastaron cinco segundos para arruinar toda una noche de diversión. No debimos alejarnos del centro, ni siquiera sé a quién se le ocurrió o por qué. Pero ya no importa.
En fechas como los carnavales, y más por la noche, sabes que el peligro aumenta. Todo el mundo es consciente pero la ignorancia y la prepotencia de la juventud hacen que nos olvidemos. Y de pronto, una bofetada de realidad hace que todo tu rostro hormiguee.
Lo del final de aquel largo callejón parecía una típica paliza para ajustar cuentas. Ya nos dábamos la vuelta. No teníamos nada que ver allí. Pero el silbido de una navaja en el silencio de la noche y un tímido grito de dolor, nos dan más razonesa para salir corriendo de aquella estrecha calle.
Son las tres y cuarto de la mañana. Creo que ninguno de nosotros tiene sueño. Aún así, solo quiero tirarme en la cama, mirar hacia arriba y meterme entre las sábanas tratando de evitar la fría brisa que sé que me invadirá hasta mañana.
Era la persona más bella que veía cada mañana, caminando con resolución mientras se reflejaba en los charcos de la calle. Habían sido compañeros desde la guardería, y se conocían como si el uno fuese el otro. Antes eran amigos inseparables, sin embargo, últimamente ya ni se miraban. Parecía como si se hubiese levantado una barrera entre ellos dos.
Terminó con su desayuno, acompañado de sus pastillas dulzonas, y se fue al instituto. Allí todo parecía un sueño, pues no podía olvidar aquellos ojos de un color castaño tan oscuro como el de la corteza de un roble, y que parecían evitar los suyos.
Durante la comida, Elisa, otra amiga de toda la vida le pidió ir al cine. Llevaba bastante tiempo revoloteando a su alrededor, y, pensó, que quizás ya era hora de pasar de página y evitar la estupidez de ser ignorado.
Cuando volvió a casa sobre las cinco, empezó a prepararse. No sabía si ir elegante o informal. A lo mejor no era una ocasión especial, aunque le daba la sensación de que sí. Al final decidió ir informal, aunque preparó un pequeño regalo.
En el cine tuvo que esperar un rato, pero cuando llegó ella supo que la espera había valido la pena. Dudó si darle el regalo en aquel momento, pero pensó que que lo mejor era esperar. Tras terminar la película decidieron pasear juntos, y, no supo cómo, acabaron en un callejón aparatado y solos.
Su pulso se aceleró mientras ella le invitaba sin palabras, con su mirada. Se acercó lentamente mientras sentía como un calor que no se debía a la altas temperatura le recorría todo el cuerpo. Un momento después estaban a escasos centímetros el uno del otro, con las cabezas casi tocándose. En ese momento vio en los ojos de ella el reflejo de unos ojos castaños tan oscuros como la corteza de un roble. Unos ojos que le habían estado evitando. Luego le vio en el reflejo.
Con un movimiento, los ojos de Elisa se desorbitaron y su expresión mostró la sorpresa de aquel momento irreal. Los fragmentos de cristal de su regalo se esparcieron por todo el callejón. Notó como un líquido caliente resbalaba por su mano. Se vio una última vez en los ojos de ella antes de que se volviesen opacos y se desplomase.
Estuvo un rato saboreando el momento, asta que no pudo más y se asomó al nuevo charco del callejón. Lo que vio era perfecto. ¡Era la perfección! Se estregó las manos por la cara lleno de gozo.
Era la persona más bella que veía cada mañana, y nunca más lo separarían de su reflejo.
El incesante goteo de la lluvia provoca que la desorientada y aludida señora Drossmoire se despierte a mitad de esta larga noche. Traga saliva, respira hondo y se levanta de la cama, con los pies descalzos avanza silenciosamente hacia la cocina. Una casa destartalada en la que viven ella y su perro, Tobbe. La vieja señora vuelve a la cama, se rodea con su manta de seda, e intenta seguir con su sueño eterno. La primera luz de la mañana cae en el rostro de la anciana, Tobbe sube por las escaleras, la mano de su ama cuelga de la cama, Tobbe entra al dormitorio y con preocupación lame la mano de su dueña. La señora Drossmoire despierta feliz por la compañía del que dice ser su hijo. La señora Drossmoire, con los pies descalzos, baja las escaleras, enciende la radio, mientras se sube a una banqueta para coger el bote de las pastillas. En la radio transmiten una emisión urgente, en la que avisan de que un psicópata escapó de una de las prisiones cerca de la costa, a unos cuantos kilómetros de esta zona, la fuga sucedió hace 2 días. La señora Drossmoire despreocupada por esa información alcanza el bote de las pastillas, llena un vaso de agua y vuelca las pastillas en el interior del vaso y lo absorbe. Al no encontrar al perro, ella coge uno de los periódicos de hace días y descansa en su butaca a la espera de la noche. La lluvia y el viento no cesan. El ocaso llega, la señora Drossmoire se levanta de su butaca y sube descalza por las escaleras. Se acuesta en su cama y duerme su preciado sueño. Tobbe lame su mano en un momento de la noche, la anciana sonríe y desde hace bastante tiempo se siente feliz. Llega la mañana, la anciana baja por las escaleras y avanza descalza hacia la cocina, abre uno de los armarios y dentro de él ve a el pequeño perro Tobbe, el cual por las heridas llevaba muerto más de 2 días. En ese momento la señora Drossmoire grita, grita por pánico, grita por terror. Desde ese momento nadie la vio nunca más.
Inhalé profundamente, el dulce olor a chocolate flotaba en el aire, di una última mirada sobre mi hombro y me escabullí sigilosamente por la puerta trasera de la casa mientras todo el mundo festejaba en el interior. Era una noche lluviosa, cogí el paraguas y me aventuré a entrar en aquel bosque que, siendo tenebroso para otros, a mi me resultaba algo mágico. Como cada 24 de Diciembre recorrí el camino entre la densa arboleda mojando mis pies en los charcos que se habían formado en la tierra y con la humedad clavándose en mi piel. La edad ya pesaba sobre mis hombros, sentía que en cualquier momento el cansancio me superaría y caería en un sueño sin fin. Con esfuerzo llegué al final del sendero. Me topé con aquellos majestuosos árboles que se entrelazaban entre sí, cruzando sus troncos y mezclando sus copas. Era el lugar en el que la conocí y donde sembramos la semilla de un amor inigualable. Miré el reloj, las doce en punto.
La misma brisa que me arropaba cada año cuando visitaba ese lugar se hizo presente. Las hojas que cubrían el suelo bailaron de un lado a otro, la lluvia cesó un instante y tras un pequeño parpadeo ella apareció frente a mi. Su espíritu era tan bello y tan puro como lo recordaba. Me limité a observarla, como siempre, su mirada cálida reflejaba el amor que llegó a sentir por mí justo antes de que aquella enfermedad le robara los recuerdos de una vida plena y, más tarde, se cobrarase también su último aliento en una noche como esta años atrás. El único consuelo para mi añoranza era visitar este lugar cada navidad y sentir el calor de su presencia que aún siendo etérea era lo único que mantenía a flote mi cordura, ella era el único espíritu navideño que deseaba conocer.
Nunca supe con certeza porque era capaz de volver a este mundo, solo ese instante, solo para mi, tal vez su alma estaba ligada a la mía, así como estos dos árboles que habían crecido juntos estaban ligados el uno a otro por el resto de sus vidas y quizá tras la muerte de alguno de ellos, el otro seguiría soportando su peso hasta que ambos perecieran en alguna tragedia natural.
Y así fue, cuando estaba frente a ella caí inconsistente sellando por fin nuestro destino, lo último que pronunciaron mis labios fue un sutil “te quiero”. Cuando mi alma abandonó mi cuerpo ambos nos fundimos en un deseado abrazo y nos mezclamos con aquellos árboles para seguir juntos, felices, eternos.
«Gracias mamá» de Violeta Gutiérrez
Su ausencia cada año era más notable, en cada navidad, el vacío que ella había dejado era más latente, ella, la luz que iluminaba la casa, a pesar de la ausencia de una familia, sin ella todo era diferente, las estrellas brillaban con más fuerza, parecían celebrar la acogida de una nueva esencia en su universo.
Nunca me había gustado la navidad, pero desde aquel año, se había convertido una época del año completamente insoportable para mí, recuerdo con anhelo aquellas frías tardes que pasábamos juntas, las risas retumbaban por el salón, el aroma a galletas se extendía por toda la casa, aquel olor a navidad tan particular, que hacía ya dos años que no se sentía por ningún rincón de la casa.
Paseaba por la calle y veía todas aquellas familias felices, aparentemente sacadas de un anuncio, y a veces lo echaba en falta, hacía dos años ya, que mi luz, como ella la llamaba, se había apagado casi por completo, no me quedaban fuerzas para seguir, no me quedaba ilusión para continuar, la única razón por la que yo seguía adelante, era ella, su esencia seguía en algunas partes de mi vida, en pocas, pero en algunas seguia ahí.
La música, antes unas melodías sin sentido para la mayoría, se habían convertido en mi soporte para evitar la soledad, cada canción que había escuchado con ella, ahora ocupaba un pequeño hueco en mi corazón, una chispa que lograba recomfortarme de vez en cuando.
La presión en el pecho, la falta de aire ,los latidos del corazón acelerados, los ojos humedeciendose de manera inevitable, todas aquellas sensaciones, las experimentaba cuando determinadas canciones llegaban a mis sentidos.
A veces, cerraba los ojos, y me imaginaba comenzando una danza sin fin, bailando y riendo con ella.
Momentos como esos hacían que la música, continuase siendo parte de mi vida, gracias a la musica, podía sentir su tacto otra vez, a pesar de que fuese solamente a través de mis imaginaciones.
Cada vez, quedaban menos días para noche buena, por lo tanto, quedaban menos días para que llegara el aniversario del día que decidió dejarnos, el día que dejó este mundo, y comenzó su nueva vida en las estrellas, ahí arriba, donde todos descansaban en paz, donde todos disfrutaban de una nueva vida, llena de sueños y alegría.
Era el día antes de nochebuena, quedaban menos de 24 horas para que llegase el gran momento para todas las familias, para mi familia también era un gran momento,pero no lo celebrábamos con gozo, si no con lágrimas y tristeza.
Miro hacia la entrada y allí está, aquel viejo árbol de navidad que nadie se ha molestado en cambiar desde que ella lo compro, todavía recuerdo el día que fuimos a aquel gran almacén.
Los había altos, bajos, de color verde y de color blanco, con luces y sin luces, había miles de árboles de navidad posibles, la gente se encargaba de expresar a sus invitados lo felices que eran y lo mucho que brillaba su árbol, daba la impresión de que competían, a ver quién era más feliz, quien tenía el árbol más bonito y brillante..
Sin embargo ella eligió el que a mí me gustaba, un pequeño y humilde árbol, de color verde, sin luces, ni cosas brillantes, pero para nosotras era perfecto, expresaba a la perfección, que a pesar de ser una familia pequeña, el amor estaba por todas partes.
Parece mentira que aquel precioso árbol fuese el mismo que descansaba en la entrada de mi casa, con ramitas rotas, lleno de polvo,y sin el brillo mágico que poseía años antes.
Me despierto con la luz del sol, automáticamente recuerdo que día es hoy, 24 de Diciembre, mi humor, se ve truncado irremediablemente, miro al cielo, y veo como el sol, brilla más que en todo Diciembre, me gusta pensar que significa algo, que ella de verdad está ahí arriba,y que me protege y me cuida.
Me visto con la ropa que llevaba aquel día, supongo que es una mala costumbre a la que me he habituado, me hace sentir más cercana a ella, más cercana a todo lo que pasó.
Todavía lo recuerdo como si hubiese sido ayer, era nochebuena, y yo me había olvidado mi regalo estrella para ella en casa de una amiga, me moría de ganas de darle aquel regalo, así que ella, a pesar de ser noche buena y casi de noche, cogió el coche y fuimos juntas a buscar el regalo, a la vuelta íbamos hablando de Papá Noel, y de los regalos que me iba a traer, cuando de repente, de una curva aparentemente invisible, salió un coche a toda velocidad, y chocó con nosotras irremediablemente, no tuve tiempo a reaccionar ni siquiera a articular un grito, lo siguiente que recuerdo es la camilla del hospital, a mi padre llorando a mi lado, diciéndome que no era culpa mía, que todo había sido, por una borrachera de navidad estúpida, tiempo después, entendí que ella se había ido, todo por culpa del alcohol, todo por culpa de alguien, que no había echo caso a los múltiples avisos que se daban en la tele, en los periódicos y en todas partes.
Desde entonces mi vida se ha ido convirtiendo en un pequeño infierno diseñado especialmente para mí, mi padre, al no poder soportar la perdida de su amada esposa, se dio al alcohol, se sumergió en una horrible nube de adicción, y yo, no podía ni mirarle a la cara, gracias a él y a su adicción, yo recordaba todos los días que aquel accidente había sido culpa mía, que si yo no hubiese olvidado aquel bonito dibujo, jamás habríamos salido de casa.
Mamá, te necesito, necesito tu presencia en mi vida, se que pronto te veré, y bailaremos en las estrellas.
Saliendo poco a poco de una tumba olvidada desde que se cerró. Restos de ramas secas colgando, flores marrones y sus pétalos en ese hueco donde se debió poner mi nombre, el que se estaba abriendo, agrietando, para dejar de ocuparme por una de esas enredaderas que crecen de algo muerto.
Caí para poder volar como me prometieron, para dejarle al viento mi vestido y mis trenzas.
Les escuchaba susurrándomelo desde lejos, en cada hoja que se caía cuando pasaba, cuando rodaban las canicas por toda la calle. Me lo dijeron un millón de veces y no sé quién, no sé dónde. Pero el viento cuando soplaba me traía las palabras y las dejaba dando vueltas en mi cabeza.
Miré hacía abajo, y sentí el frío de una noche mojada, el silencio de un lugar tan alto y tan cerca del ruido de los coches que esa noche no pitaban, pero iban con prisa, sin mirar, sin ver y sin escuchar como hacía yo.
El viento en tu contra cuando caes y lo interrumpes, el último silbido en el que me pidió perdón. Por mentirme, por hacerme creer que si saltas puedes volar, por no hacer volar mi falda, ni desatar mis trenzas mientras volaba.
Les dejamos los relatos realizados por el alumnado del Curso de Jóvenes Escritores de Verano. Al final de la publicación encontrarán un listado de libros que nos recomiendan.
«Cachos de papel» de Olivia Li Cabrera Gómez
No tenía recuerdos, no tenía pasado, una historia. Todo eso lo formaban montañas de momentos que se habían apropiado de mi habitación. Al ser imposible almacenar recuerdos, todas esas historias las tenía que guardar en objetos, en pequeños cachos de papel, envoltorios que había abierto y sabía que me harían recordar lo que sentí, lo que ví y así acordarme de quién era. Estamos formados de recuerdos, de historias que nos han llevado hasta dónde estamos, pero yo no tengo nada de eso. Todos vivimos en un presente, pero este se mezcla con el pasado el cual pretendemos cambiar en un futuro o volver a encontrar en este. Pero yo solo tengo el presente, lo que hago, lo que siento, lo que estoy viviendo por un par de segundos y luego guardaré en mi habitación. Estoy yo sola contra los fallos que repito una y otra vez, contra esas ganas de saber quién soy, por qué hago lo que hago, de saber mi historia. Yo soy esa habitación y el día que desapareció, yo desaparecí con ella. Abrí los ojos y toda mi vida, mi historia, yo, ya no estaban. Somos lo que hicimos y yo hice esas montañas en mi habitación, pero ya no estaban y yo deje de estar cuando ella se fueron.
«Alba» de Marta Pérez Álvarez
Esa sonrisa, esos ojos oscuros, ese liso pelo marrón, que desde el primer día me atrajo. Al principio parecía tímida, como si no quisiera que nadie la viese, pero yo me fije en ella. Pero de esa persona que parecía tímida y callada salió alguien suelta y abierta al mundo. Alguien divertida, que con su sonrisa hace feliz a todo el que la rodea, y se preocupa por los demás y las cosas que ocurren a su alrededor. Que a través de esas gafas refleja seguridad y empatía. A mi me enorgullece mucho haberla conocido. Tenemos tantas cosas en común y somos tan diferentes, aunque no hayamos hablado. Alguien que para mí escribe de maravilla, con mucha intensidad, aprovechando esas circunstancias tan paranormales que Le pasan pos la cabeza contándonoslas con tanta rapidez pero con tantos detalles que nos dejan con intriga. A la cual con estar cómoda le basta y le da igual la opinión de los demás. Estoy muy orgullosa de haber conocido a alguien tan interesante como ella. Con ese sentido del humor tan singular, con su forma de ser… Es ese tipo de personas que me daría pena perder.
«El guardia» de Paula Herrera Domínguez
Una verga grande y tenebrosa. De metal oxidado y tan oscura como mi miedo a ella. Un paso más y estoy dentro. Había llegado dos horas antes, y no había absolutamente nadie. A mi derecha la tumba de mi abuela. Rodeada de rosa, margaritas, tulipanes y todo tipo de ramos. A la izquierda un pequeño cuarto. En él, el guardia. Un hombre robusto y misterioso, que al entrar me saludó con una sonrisa.
Como quedaba tiempo me di un paseo por el cementerio. Hacía viento y las hojas se caían de los árboles. La brisa aumentaba su fuerza, como si me quisiera avisar de algo. ¿Pero de qué? El tiempo se me había pasado volando y solo faltaban diez minutos para decir adiós a parte de mi corazón.
Toda mi familia estaba allí. Desde el abuelo hasta mi primo pequeño. Pero había algo raro. No estaban tristes, desolados o llorando, más bien todo lo contrario. Enfadados, confusos, perdidos tal vez. Eché la vista adelante y me di cuenta de la tragedia. La tumba de mi abuela, ya no estaba. Corrí a la entrada en busca del guardia, pero este también había desaparecido. Cerré los ojos por un momento. Cuando volví a la realidad no había nadie. Solo quedaba el cementerio, la verja y yo. De repente se había hecho de noche y la luna brillaba con fuerza.
Unos pasos. Silencio. Un silbido. Silencio de nuevo. Un crujido. Otra vez silencio. Un ruido chirriante al lado de mi oído. Como si rayasen una pizarra. Y después, silencio. Pero esta vez un silencio más profundo, más oscuro. Se notaba en el ambiente que algo se acercaba. Quería corre, huir, salir de allí. Pero no podía. El miedo me tenía atrapado. Totalmente encadenado. Algo rozó suavemente mi mano. Tragué saliva y esperé a que la tragedia viniese a por mi. Lo que fuese que hubiese detrás mio se acercó. Se aproximó a mi oreja y susurró “ Se donde esta tu abuela. Pero eso no es lo importante. Ten cuidado.” Volví a cerrar los ojos. Con la intención de volver a la realidad. Los abro con esperanza, pero no. Sigo solo. Estaba atrapado allí. Sin mi familia, sin mis seres queridos. Eso si da miedo.
«El eco de un porvenir» de Alba Férez Romero
El tiempo pasado era su monstruo; que fagocitaba a la actualidad, el corazón alrededor del cual se apretaban presente y futuro. Razones de más eran las que necesitaba para querer modificar lo remoto. Era ella lo suficientemente consciente para saber que es algo muy inverosímil, pero no quitaba el hecho de que fuera un sueño profundo, sincero y anhelado. Busca un cambio, leve o mínimo, un arreglo; es una necesidad. ¿Debería abrazar a su corazón y sentir el céfiro viento de primavera? ¿Por qué no podría hacerlo solo por una vez? Que se logre y que se cumpla; que a pesar del ciclo continuo, merece la pena seguir con las ansias de ese irrealizable deseo. Canela tez presente, que el sutil fulgor se abalanzaba sobre esta por la aurora clara, con nubes despiertas. Ojos asemejados a la enstatita marrón, con toques finos y transparentes. Sus lacios cabellos teñidos en oscuridad, recogidos; alzados. Ella está, mírala; presenciando el eco de un porvenir que jamás abrirá sus puertas. Mírala; posee un alma clemente y ansía el sueño, ella añora. Por favor, mírala; inasequible pretérito.
«Vuelve a la Tierra» de Daniel Suárez Acosta
Desde la muerte de Mac Miller, he escuchado su canción «Come Back To Earth» 38 veces. La canción habla de cómo está hundido en una piscina, y cómo intenta buscar una salida. Pero está debajo del agua, así que no puede pedir ayuda. Hay gente en los bordes de la piscina, pero nadie se tira a salvarle. En vez de eso, le gritan, «vuelve a la tierra», esperando que funcione, pero sin éxito. A veces, me siento un poco como Mac. Atravieso, sobre todo en verano, situaciones estresantes y problemas personales, no tan graves como los de Mac, pero que también me hunden en esa piscina. Soy una persona sensible, pero no soy capaz de expresar esas emociones. Cuando estás bien no es un problema, pero cuando estás mal es una pesadilla, porque la única persona con la que puedes hablar de ello es contigo mismo. Cuando la gente dice «el que come callado come dos veces», suele referirse a momentos de orgullo y felicidad, pero tiende a olvidarse de las malas situaciones en las que nos coloca la vida. A diferencia de Mac, yo sí tenía una forma de salir de la piscina. La música. Mis auriculares de 70 euros, probablemente la mejor inversión de mi vida, que tantas veces me han hecho papilla las orejas, pero que otras ocasiones me han ayudado a llorar, a apartarme del mundo, a gritar sin preocuparme de lo ronca y apagada que suene mi voz. Cuando subo el volumen, me despreocupo de todo, centro mis fuerzas en descargar la emoción que siento, y reproduzco música representativa de esa situación que estoy viviendo. Después de esas sesiones de terapia musical, siento que estoy preparado para cualquier cosa, y puedo afrontar lo que me pongan delante. El 7 de septiembre de 2018, Mac Miller murió de una sobredosis. Come Back To Earth fue su grito desde la piscina en busca de ayuda. Nadie lo escuchó. Y es que en algunos casos, los únicos oídos que pueden ayudarte, son los tuyos propios.
«Volando con mariposas» de Otto Farrujia Barranco
Recuerdo aquel mediodía como la mariposa que vi hoy al salir de casa, es como si me montara en sus coloridas y frágiles alas para transportarme a aquel horrible momento y lugar.
Era uno de esos días calurosos de abril, yo estaba en un cumpleaños en una gran casa, con un denso jardín donde afloraban todo tipos de flores, matorrales y árboles, también tenía un patio interior con una canasta de baloncesto y con dos o tres mesas de madera, perfectas para sentarse a comer y por último, una siniestra torre de color amarillo.
Estábamos jugando al escondite, contábamos, corríamos y nos escondíamos, o al menos así se jugaba, pero un amigo y yo decidimos escondernos en lo alto de la gran torre, se nos fue un poco de la mano. Allí muy poca gente nos encontraría, además queríamos ganar la partida.
Mientras estábamos sentados en lo alto de la torre, mientras unas frías gotas de sudor nos corrían por la cara, cuando de repente la puerta se cerró de con un gran estruendo, no sabíamos que hacer.
Estábamos preocupados, tensos.
Ya era demasiado tarde para pedir ayuda.
Eso no lo era todo, ratas y arañas se acercaban hacia nosotros
Descubrimos una silla marrón en un lado de la habitación y decidimos lanzarnos con ella contra la puerta. Cogimos fuerzas y fuimos hacia la puerta, esta se abrió y salimos rodando por las escaleras.
¡Todo fue una broma de nuestros amigos!
«Cascos» de Manuela RamosCastro
Estaba en la calle caminando como todas las tardes viendo el sol ponerse. Pasando por las cafeterías y observando a la gente. Se sentó en un banco y empezó a imaginarse las conversaciones de la gente. Empezó por una niña que hablaba por teléfono, imagino que le estaba pidiendo a su madre que la dejara quedarse mas tiempo en la calle con sus amigos. Luego pasó a un grupo de 4 chicas de unos 20 años. Ella imaginó que estas estaban hablando de lo petadas que estaban de estudio y del poco tiempo libre que tenían. Estuvo así toda la tarde, pasó de la niña que llamaba a su madre a un grupo de gente mayor que se quejaban de su estado.
Cuando llegó a su casa fue lo mismo de siempre, su madre y su padre discutiendo sin parar. Cogió sus cascos, se puso música he imagino que en vez de pelear estaban simplemente charlando sobre que harían de cenar.
La gente se mete con ella por hacer eso, la llaman loca. Pero lo que ellos no saben es que cuando no se es feliz con su vida, es más fácil imaginarse otra.
«Ella» de Diana González Padrón
Esperaba que la oscuridad la alumbrara aquella noche, todo estaba preparado, menos ella.
Cada pintalabios en su sitio, sus tacones favoritos al lado, el vestido planchado y su cuerpo alerta. Después de siete meses sin hablar creía estar preparada, aunque pienso que sólo era una sensación fallida. Se levantó con fuerzas hacia el futuro, pero con un par de lágrimas que por segundos desenfocaban el camino.
Se maquilló, se vistió y repentinamente gritó. No puedo más – dijo. Fingir no era lo suyo y tener que esperar para ser ella la ahogaba poco a poco. Con el paso del tiempo se acostumbró a la soledad, el silencio y quizás fue eso lo que la mató. Yo sólo me dedico a imaginar que se le pasaba por la cabeza para llegar a un punto tan extremo.
Ahora me maquillo y me visto de gala para sentirla. Después me baño y me quito toda la ropa. Duermo desnuda y soy capaz de ser ella por un tiempo.
«Al fin y al cabo» de Silvia PérezAcosta
Soy la única persona que despierta pensando que alguien la observa. No estoy segura de quién es. Puede que sea un ser superior, o simplemente un terrorífico invento de mi imaginación. Pero lo que sí tengo claro es que me atemoriza su presencia.
Su cuerpo, delgado, esbelto y negro, tan oscuro como si fuera la sombra de todos mis miedos, me observa, y solo han sido un par de veces en las que le he visto, mas nunca he llegado a ver su rostro.
Su presencia hace que mi cuerpo se inmovilice por completo y no pueda más que abrir mis ojos, y mi cerebro, despierto, pero preso del pánico hace que mis articulaciones no se muevan, y que todas mis ganas de correr sean en vano.
-Simplemente te lo estás imaginando- me digo a mi misma, tratando de calmarme.
La primera vez no funcionó. Dejé que el miedo se apoderara de mi, y este, lleno de poder, consiguió personificarse en este ser, dándome una de las peores experiencias de mi vida.
La segunda vez fue diferente. No me rendí ante el pánico, y mi mente consiguió batir a la otra parte de esta que me atormentaba, al fin y al cabo, mi imaginación puede ser mi peor enemiga.
Mi historia no tiene final feliz. No me hice amiga de aquella presencia. Ni tampoco me agrada que aparezca. Pero he aprendido a afrontarla. Ahora sé que cuando aparece no es mal augurio. Es más bien una señal, de mi sin sentido universo, que me recuerda que puedo con ella y con más.
«Las arañas» de Francisco Javier Suárez García
Era una noche normal, como muchas otras. Lo que la diferenciaba era la desesperada presencia de algo que no está.
Sentía ese algo a mi lado, escondido en la oscuridad. Cuanto más lo pensaba, más sentía aquella cosa.
Cansado y alarmado, fui a la cocina en busca de una relajación que no llegó.
Todo era muy raro. Veía cómo pequeñas arañas paseaban sus raquíticos cuerpos por una parte de la cocina.
Mecánicamente abrí un armario, donde suponía que tenía algo para comer. Me costaba fijar la vista. Me sentía fatigado. De pronto, en la oscuridad del armario brillaron cientos de ojos. Algo se movía ahí dentro. O quizá era mi imaginación. ¡O quizá no!…
Desconcertado, vislumbré las galletas que había comprado ayer. Cogí la caja con decisión. Miré fugazmente al interior. Empezaron a salir arañas.
Tiré la caja al suelo. Seguían saliendo arañas. Hui de la cocina al percibir un ruido desconocido dentro del armario. De un salto llegué al baño. Cerré la puerta.
Intentaba comprender lo que había pasado. Con la espalda apoyada en el lavabo respiraba con dificultad.
De pronto, diminutas arañas se empezaban a colar por debajo de la puerta. Cogí el secador pensando que sería un arma letal que me libraría definitivamente de los malditos bichos. Casi sonriendo lo encendí y lo puse a la máxima potencia. Intentaba mantener a las arañas a raya, pero no las podía contener.
Abandoné el secador y rápidamente fui a la bañera, cogí la alcachofa y empecé a echar agua. Por un momento, el invento parecía funcionar, sin embargo vi con perplejidad que las arañas habían logrado abrir la puerta. Estaba totalmente rodeado. Eran 500, o miles, o millones. Me quedé petrificado. No sabía qué hacer. Cerré los ojos y por unos instantes me sumí en los más absortos pensamientos. Estaba confuso. No distinguía la realidad.
Abrí los ojos y estaba en mi cama. Como si nada hubiese pasado.
Estoy despierto. ¡Estoy despierto!…
Ahora veo arañas por todas partes, y busco en mi mente el momento en el que lo soñé, sólo para cambiar la realidad.
«Él» de Lucía Correa Bravo de Laguna
El sentimiento de tristeza y las lágrimas de un corazón roto fueron los elementos que hicieron de mi vida la más exquisita novela. Tumbada en la cama, sintiendo como su tacto se clava en mi piel como si fuera el más afilado cuchillo, es cuando la tristeza empieza a corroerme. La satisfacción de tenerle cerca es lo que me hace sentirme tan patética.
Sé que solo yo soy testigo de su tacto, sus besos y sus dulces palabras, porque el destino se asegura de que estos momentos se mantengan en secreto. Pero por un momento pienso que pasaría si se dignara a abrir su corazón a los demás, a veces pienso que pasaría si fuera sincero consigo mismo. Probablemente nuestras risas, nuestros pequeños encuentros, no serían necesarios y yo no tendría que aguantar la respiración de esta manera. Porque duele, duele tenerle cerca y a la vez tan lejos, me duele saber que es mío pero solo a momentos.
Con él me cuesta respirar. Necesito soltar todo el aire que llevo guardando todo este tiempo. Necesito oxígeno, pero coger aire significa abandonarlo todo, y la palabra todo es él.
Me levanto y él me mira extrañado, con un intento de agarrarme la mano. Hoy seré capaz de respirar con normalidad.
«4 de julio» de Lucía QuintanaLópez
2 de julio Vuelvo a salir y no tarda en aparecer, como una sombra que me persigue, aprieto el paso, el corazón me late cada vez más fuerte esto se tiene que acabar ya. Me pongo los cascos y intento olvidarme de él, no es fácil pero empiezo a acostumbrarme. En seguida bajo las escaleras y regreso a casa, el miedo me supera. Cojo las llaves y miró hacia atrás sigue ahí esperando a mi lado a veces pienso que no es real no le dirijo la palabra entro corriendo y cierro la puerta rápidamente. Mi respiración vuelve a la normalidad el silencio de la casa me devuelve a la calma. Me dirigo a mi habitación cierro las ventanas y me pongo a estudiar. Mañana tengo examen de mates.
3 de julio Me despierto en medio de la noche con la respiración agitada. He vuelto a soñar con el. Otra pesadilla más. No lo puedo sacar de mi mente, ni siquiera en mis sueños. Me calmo y cierro los ojos. Me estoy volviendo loca.
5 de julio Amarro a mi perro y abro la puerta. Subo las escaleras y me dirijo hacia la avenida. Lo encuentro a lo lejos, a lo mejor hoy no me ve cojo otro camino y bajo por un descampado. Acelero el paso, no está, al menos hoy me libraré de el. Aprovecho para jugar con mi perro. Nos pasamos jugando un buen rato. De repente oigo ruidos, pasos, alguien se acerca, me doy la vuelta, no hay nadie. Pienso que es un pájaro que ha movido las ramas de un árbol. Pero de repente ahí está me mira de frente saca el cuchillo ante mis ojos estoy muy asustada no me muevo no grito no corro estoy temblando. Sonríe y lo hace.
6 de julio Mi hermana aún no ha regresado. Espero que no se haya metido en ningún lío. Ayer se fue a las tres y no ha vuelto. Mi perro apareció anoche en la puerta estaba atemorizado no paraba de ladrar y se movía frenético. Estoy muy preocupado. Debí hacerle caso, aquel hombre era peligroso. Tengo miedo de haberla perdido, de no volver a verla más.
Libros recomendados por nuestros alumnos
El dueño de las sombras (Trilogía eblus 1) de Care Santo.
Último verano en Tokio de Cecilia Vinesse.
Misery de Stephen King.
Los asesinatos de Coleraine de Georgine Pérez.
Orgullo y prejuicio de Jane Austen
La muerte del comendador de Haruti Murakami
El mundo amarillo de Albert Espinosa
Ocho de Rebeca Stones
Algo tan sencillo como tuitear te quiero (Trilogía. Volumen I) de Blue Jeans.
La historia interminable de Michael Ende
Las aventuras de Simón Bolívar de Vinicio Romero Martínez.
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