Once y media de la noche. La luna brillaba en lo alto del cielo con su suave destello blanco. El viento no rugía pero sí gritaba con esa fuerza tan peculiar que tiene, esa que es capaz de tumbarte y hacerte volar. Mi pelo danzaba a su son, sin una coreografía bien ensayada, sino con el precario descuido de alguien que intenta bailar, pero no sabe. Y junto a mí, mi familia, mi padre, mi madre y mi hermano. Todos caminando en procesión hacia el famoso cementerio de la capital escocesa. El trayecto fue corto y fugaz, mientras los cuatro nos adentrábamos por las calles de esa ciudad tan llena de magia y leyendas. De espíritus y fantasmas. Esa ciudad en la que habitaba gente supersticiosa y amable. Me di cuenta de que, por esas calles, siglos atrás, habían caminado igual que yo, guerreros y doncellas, luchadores y valientes, pero también gente que carecía de honor y lealtad. Gente que gozaba con el sufrimiento ajeno y que más que sangre, por sus venas fluía con temeridad y en gran medida, algo perverso.
Llegamos al cementerio, estaba un poco escondido, pero aun así se podía encontrar si lo estabas buscando. Custodiado con grandes verjas de metal negro que se imponían delante de mi como dos gigantes que podrían aplastarme con un leve movimiento de sus brazos. Por un instante dudé. No quería adentrarme, pero la curiosidad pudo conmigo y acabé cediendo ante su inescrutable agarre. Y al entrar lo sentí. Lo sentí de una forma tan potente que por un momento el aire se escapó de mi cuerpo y mi corazón latió tres veces su ritmo. El vello de mis brazos se alzó hacia el cielo en solemne súplica para apartarme de aquel lugar, pero seguí avanzando. No podía evitar sentir que alguien me observaba, pero cada vez que me daba la vuelta no había nadie, tan solo el césped bien cortado y un banco vacío, pero sentía los ojos de alguien en mi nuca, siempre presentes. Entonces sucedió, mi madre pisó el césped un poco más allá de la iglesia que dominaba sus campos, para sacarse una foto a la luz de la ciudad, pero salió borrosa, tan borrosa que era imposible que pudiese suceder una segunda vez, pero lo hizo. Ella dijo que mientras estaba allí, de pie sobre aquel césped, sintió una fuerza que parecía agarrarla y no querer soltarla, algo la mantenía anclada a la tierra, algo que estaba allí pero no podía verse. Como los rayos caen por la noche, así de rápido salimos todos de allí, de aquel sitio que guardaba tantas historias, tanto dolor y tanta despedida.
Fue solo después, una vez estábamos suficientemente lejos del cementerio, cuando me contaron la historia de Mackenzie, el poltergeist de Edimburgo. No mucho más allá de aquella iglesia que mencioné, estaba la lápida de Mackenzie, un guerrero famoso por su crueldad. Se dice que su espíritu sigue allí, molestando a todo el que osa pisar su tumba. Existen historias que cuentan que mucha gente que pasa cerca, sale del cementerio con cortes, heridas o incluso vomitando, todo por Mackenzie, que incluso en la muerte, seguía intentando matar. Nunca pensé que algo así podría ocurrirme, pero negar la evidencia es de necios, y yo sabía muy bien las sensaciones que había sentido al pisar aquel suelo consagrado. No será una certidumbre, pero el cementerio de Edimburgo no es algo normal, corriente. Es un sitio que, si decides creer en ello, está lleno de espíritus, tan buenos como malos, que siguen rondando esta tierra con la pesadez de unas piernas vacías, con sus brazos frágiles pero fuertes, con sus ojos posados en los tuyos desde la distancia de la muerte, que más tarde o más temprano, nos acabará recogiendo a todos.
En la vida, el noventa porciento de la gente se basa en la opinión de los demás, familia, amigos o simplemente gente. Si ves en una revista o alguien dice que las camisas blancas ya no están de moda probablemente dejes de ponértelas o dejes de usarlas con tanta frecuencia.
En mi colegio todas, absolutamente todas las niñas visten de la misma manera, la misma ropa de la misma marca, mismos complementos, todo exactamente igual. Y me pregunto yo, ¿Quién dicta, quién dice que ese es justo el tipo de ropa que hay que vestir?
Siempre hay una abeja reina que manda sobre las demás, pero si la abeja reina cae, su imperio va detrás porque no tienen conciencia o una mentalidad propia. Lo que nos lleva a una simple conclusión: A este paso todos vamos a acabar siendo copias de la misma muñeca de porcelana no real.
Yo, me aferro mucho a las personas, baso toda mi energía en una; pero al final todos se acaban yendo más tarde o más temprano, y cuando esto sucede te destroza por dentro. Ahora, después de bastante tiempo, ya lo he entendido, se cómo afrontarlo y superarlo, y ya tengo un grupo de amigos estable, pero no quiere decir que no haya gente que me haga daño o intente hacérmelo.
Si visto de forma extraña, es porque me gusta, es mi estilo y mi personalidad, y no es asunto de NADIE decirme como debo ir, bueno excepto mis padres, de ellos si que no me puedo librar.
Con esto quiero decir, que los estereotipos están presentes en nuestro día a día, desde que somos pequeños, pero todos tenemos que mostrarnos tal y como somos, con defectos manías y rarezas. Sino nunca aprenderemos a aceptarnos a nosotros mismos.
Y COMO DIJO ALBERT EINSTEIN:
Si quieres vivir una vida feliz, átala a una meta, no a una persona o a un objeto.
Puntual. Sonidos estrangulados en un silencio perpetuado. Tose, coaccionando las palabras en la sombra que luchan por salir. No es una tos cotidiana; es una tos angustiada y moribunda que funciona como un reloj, agitando mis despertares y perturbando mi pensamiento. Puntual. Efímero. Letal. Una vida marcada por el segundero de la enfermedad. Un alma condenada a morir con la promesa de volver a hacerlo veinticuatro horas después. Puntual.
Buenas noches, de Sonia Siverio Morales
Dormía bajo la oscuridad de la estancia cuando un intenso golpe rompió mi mundo de sueños. Luego, otro y otro. Confundida y temerosa me levanté a encender la luz. Todo se había caído de las estanterías, los muebles estaban descolocados, como si el más intenso de los huracanes hubiera llegado a mi habitación. Detrás de mí, él esperaba a que volviera a dormirme.
El objetivo, Silvia Pérez Acosta
Oscuras, estrechas, siniestras.
Así eran las calles por las que resonaban nuestros extraviados pasos. Un golpe seco y una fuerte brisa. Ahora los móviles no funcionan, las luces de las farolas titilan y las campanas de la iglesia interrumpen el sepulcral silencio.
Me giro hacia mis acompañantes, pero ellas ya no están. Escucho la voz de Sara, gritando mi nombre desesperada. Corro hacia al lugar de donde proviene su voz, pero allí no hay nadie. La inesperada brisa vuelve a azotar mi cabello y entonces lo escucho:
– Aquí estás.
Lectores, de Elena Monzón Cejas
Si a las 12 de la noche escuchas los ruidos de la puerta contigua, parece que está desatascando el fregadero. Pero yo sé el verdadero motivo. Cuando ella salió ayer, me fijé en dos cuernos sobrenaturales escondidos en su pelo.
«Desearás que solo exista en los libros», me susurró una voz interior en ese momento. Esa voz me dice que pronto moriré, todos los días, a las 12 de la noche.
Adalid de la venganza, de Enrique Esteban de Cáceres
El destino los marcó, y los héroes se alzaron. Vivieron, lucharon y murieron juntos. Fueron traicionados por sus dioses. Eligieron nuevos héroes, bendecidos por sus propias virtudes. Al final de su historia, se ungió un nuevo dios. Los dioses se traicionaron, y los sellos se resquebrajaron. Es hora de despertar, vieja catástrofe. Es hora de romper todos los juramentos y vínculos. Es hora de que cobres tu venganza.
Gripe, de Paula Herrera
La calle siempre había sido un punto fácil para el peligro, pero estar encerrada en casa con mi abuela podría tener peores consecuencias. Hacía más de dos horas que no salía de la cocina y era mi oportunidad para salir de allí. Puertas que nunca habían estado en mi casa me cerraban el paso hacia mi libertad. Doblé la esquina hacia el baño, pero la sonrisa de ella me paró en la entrada. Corrí al salón. Ella envuelta en un albornoz me esperaba con anhelo. En mi habitación estaba en chándal, y al abrir la puerta de la cocina, sentada en el pollo. Entre la abertura y el cierre de puertas había una corriente, un aire, y de repente un susurro: «¿a dónde vas?».
Control, de Diana González Padrón
Mírame, te estoy mirando, mírame, ¿no me ves o no quieres verme? Mírame, estoy aquí, adelante, sabes que es la hora, mírame, no dejes que te hagan creer que no estoy, hazme caso y mírame.
«Ya», me dijo, pero hoy estoy segura de que estás.
Por fin, de Violeta Gutiérrez Huecas
Años de mentiras ocultando verdades, callando secretos, un beso al aire, un buenos días al viento, miradas furtivas que cuentan su verdadera historia. Una muerte que todos lloran, dos de ellos celebran en secreto; se buscan; se encuentran; se funden; se aman, esta vez, hasta que la muerte los separe.
«Is-rale» Idea original de: Elena Monzón, Mingyao y Sonia Siverio.
15 febrero de 2020, un joven chico israelí descubre una misteriosa biblioteca ubicada en su ciudad. No todo el mundo la puede ver, pues le ha hablado a sus amigos de ello y ninguno la conoce. La dirige un extraño anciano. Tras haber leído varios libros, todos ellos anónimos, encuentra un libro que habla de una religión antigua y prácticamente olvidada. Lo que no sabe es que aún quedan algunos practicantes y el principal es el señor de la biblioteca.
El fundador Claude Vorilhon fue supuestamente abducido por extraterrestres que le contaron el verdadero origen de la humanidad y le dieron el nombre Rael, de donde viene la religión. Además lo llevaron a un planeta donde pudo conversar con grandes pensadores de la Tierra, incluidos Jesús y Buda. Ahí se le explicó que los humanos fuimos creados con ADN extraterrestre hace 25 mil años, y que en 2021 volverían a nuestro planeta.
El protagonista interpreta este mensaje como una amenaza a la humanidad y quiere difundirlo para preparar a la sociedad de la futura llegada de estos seres. Esto despierta la preocupación de los practicantes raelistas quienes intentarán por todos los medios necesarios evitar que la verdad salga a la luz. El chico convence a sus amigos más cercanos de lo que está pasando y juntos intentan lidiar contra esta secta.
¿Será este el último año de vida de la raza humana?
Ficha técnica:
Nombre de la serie: Is-rael
Duración de los capítulos: 40 min
Capítulos por temporada: 10
Número de temporada: 5
Actores principales: 6
Localización: la biblioteca y algunos lugares de Israel.
Género: misterio
«HOPE» idea original de: Enrique Esteban, Jon y Moises
Hace 1000 años los Arias contactaron con nosotros. Hoy luchamos contra ellos. Las señales son claras: el fin de la guerra está cerca. La Tierra ha sido destruida y los humanos huyen desesperadamente por la vía láctea. La capitana Sheppard de la nave HOPE, junto a su tripulación (Ellen Ripley, Angel Jacob, y el teniente William »B.J.» Blazcowicz) han sido capturados y llevados a la nave nodriza para ser sujetos de los más terribles experimentos.
Idea por: Jon, Moises, Enrique.
Capítulos: 6 de una hora cada uno.
Temporadas: 2
Ideas explicadas:
Surgió de la idea de una estación espacial que sirviese de zoológico de humanos para alienígenas. Como no tenía mucho sentido buscamos algo con más sentido, que terminó en un laboratorio para el estudio de los humanos por alienígenas malvados. ¿Qué querían? Al ser medio ciegos, curar esa ceguera con genes humanos.
La guerra también surgió como algo temprano. Le daba más vida a toda la serie y justificaba la segunda temporada, que trataría de cómo los humanos ganarían la guerra. La primera estaría enfocada en los tripulantes de la HOPE.
El concepto original de los alienígenas iba a ser una raza inteligente y malvada, con la habilidad de cambiar de forma, primero a la humana y luego a la de tu peor pesadilla al utilizar el olfato para detectar miedo. Otra idea era que fuesen criaturas asquerosas y que fuesen dirigidos por unos comandantes que sirviesen a su reina. La última idea barajada fue la de una raza humanoide muy bella y medio ciega.
Recuerdos dibujados de colores, flashes de un pasado pintado de azul. Ese sentimiento que te evoca al ayer, una imagen, un color que te recuerda algo. Sensaciones al parpadear ese color por entre tus pestañas. Como cuando miras la luz y aun cerrando los ojos y huyendo de ella la sigues viendo.
El color que se revuelve entre los álbumes de lo que decidiste recordar. Lo que te esfuerzas en no olvidar, esa llama brillante que te iluminó algún día y a falta de luz sigues buscando.
Dicen que nos quedamos con lo bueno de cada recuerdo, que solo guardamos los dibujos bonitos y tiramos deprisa los feos. Para intentar olvidarlos, para creer que eso no salió de nosotros, que eso no formó parte del pasado, que eso no fue lo que fuimos, que no ocurrió.
Colores que no guardaste en el álbum, lo que olvidaste y ahora encuentras en el azul que te envuelve. Como cuando lloras por una canción que te recuerda un momento que ya pasó. La sensación del miedo de que todo lo que pasó no volverá a ser. O del recuerdo de aquello que nunca tuvo que haber pasado.
Mariposas que volaron y se llevaron mi recuerdo, las ganas de volver a cenar una una mesa de cuatro, de tumbarme en un sofá demasiado lleno, del vacío de ese asiento en el coche y el espacio que sobraba en los cereales abiertos. Recuerdos olvidados que atraparon mis mariposas y que se aparecieron en flashes del azul a mi alrededor.
Romperte la misma mano que ya acunó tu caída al suelo. Llorar por todo eso que sentiste, lo que ya terminó. Llorar por no poder rebobinar, por no volver a ese recuerdo que ya huyó de ti aun tú siendo eso. Siendo lo que hiciste, lo que fuiste. Pero que se escapa de ti por ya estar lejos. El ser todo eso que no forma parte de ti.
Somos lo que hicimos, los recuerdos que roban nuestras mariposas, somos algo que no forma parte de nosotros, lo que voló hace tiempo. Y, aun así, tenemos que seguir siendo eso de lo que no formamos parte, lo que voló con las mariposas que dejamos salir. Tenemos que ser palabras que ya no salen de nuestra boca, un pasado que se difuminó entre recuerdos, gestos que no volveremos a hacer.
Un baúl oscuro, una caja de lápices grises, cortinas llenas de polvo porque ya nadie mira por sus ventanas, espacios vacíos. Ocupar todo lo que falta, todos lo que se olvidó llenar. Mariposas que nacen del vacío de esa caja que no está llena, de ese joyero sin joyas, las que nace de lo oscuro, de lo gris.
Un blanco y negro interrumpido por un volar de colores, que estropea el silencio, que lo rompe. La estrella que decidió brillar, aunque todo estuviese negro, la primera palabra de una vida muda. El revolotear que nació del hueco olvidado bajo de mi cama. Obligado a ser el que esconde a los monstruos, castigado con tener que ser su guarda.
Volar, volar por entre vidas grises, por entre edificios demasiado llenos, demasiado altos, por entre recipientes que tuvieron que llenar personas. Mariposas que nadie guarda en su interior.
Salieron de mí, mariposas grises que le robaron los colores al negro.
¿Por qué las mariposas no nos dejen tocarlas? ¿Por qué se posan en las flores y vuelan sin nos acercamos, si queremos tocarlas, si queremos recuperar lo que es nuestro?
Las que le roban los colores al negro o supieron encontrarlos dentro de él.
Las corrientes del aire, el viento que vuela sobre el mar y por encima de las ciudades, que los pájaros siguen para poder moverse.
Pequeñas y sin demasiada fuerza, obligadas a huir y por ello emigrando de mí hacia otra yo, impulsadas, arrastradas, empujadas por corrientes que vuelan las mariposas cada año para llevar los colores a la primavera cuando aquí llega el invierno.
Los que las pueden tocar, lo que no quieren volver a lo que fueron, los que las sueltan y se obligan a enseñarlas volar, lo que encuentran en ellas el amor que llena ese espacio que vaciaron muy rápido las mariposas que volaron en diciembre.
Mariposas que volaron, con las que huyó tu pasado, las que conseguiste que te lo hicieran desaparecer de entre tus pesadillas. Pero tú te fuiste con ellas al ser ese pasado, al estar en esos recuerdos que te esforzaste en borrar. Y volaron para pintar la nieve de flores y dejarle espacio a las mariposas que iban a empezar a crecer.
Mariposas que volaron de ti pero que no te dejan vacía.
“Primer amor” de Sonia Siverio Morales
Casi no nos paramos a pensar en la inocencia que baña un primer amor, de todas esas intensas sensaciones que siempre se intentan recuperar, volver a sentir en todos los amores posteriores. No importa la edad a la que lo vivas, sientes como tu corazón toca una frenética sinfonía y tu mente apenas puede seguir el ritmo.
Cuando es correspondido se forma una pequeña secuencia de primeras veces iniciada por tomar su mano, sientes como si el mundo se detuviera un segundo y se plasmara una imagen en la mente como una fotografía antigua guardada en el fondo de un armario. Luego llega el primer beso, tal vez solo haya sido un beso en la mejilla o un fugaz roce entre los labios, pero la felicidad que te aborda es inigualable. Miles de pequeños gestos que nunca volverán a tener el mismo significado, ni mucho menos te darán la misma emoción.
Hasta que se termina, porque casi nunca duran para siempre y siento cierta envidia de aquellos afortunados que han conseguido conservarlo, porque cuando se acaba, se rompe por primera vez el corazón, se clava la primera astilla y esa es la que más profundo llega.
Tú, que fuiste mi primer amor, aún te quiero, aunque no durara para siempre.
“Manos” de Nazayda Balmaseda Ramos
La imagen de sus manos, arrugadas y retorciéndose, gastadas y descoloridas, justo antes de que pronunciara palabras en nombre de la verdad, de su verdad. Una verdad escondida tras un rostro impasible, tras una sonrisa invicta, tras unas manos perfectas. Manos, las mismas que habían creado y destruido su mejor obra. Manos de artista, arropadas por la belleza de su mente. Manos, las mismas que habían apartado las lágrimas cuando había arrancado de su vida su creación más hermosa por un motivo egoísta pero importante. Las mismas que habrían cogido entre sus dedos el pulso de su propia sangre, si hubiera dejado que esta evolucionara, ese hijo que nunca nacería. Manos, ya marchitas, que por fin se deshacían de las cadenas de la mentira al contar en un tenue susurro una certeza irrefutable: yo lo maté.
Todo son una cosa, el tiempo, que nos ha contemplado desde siempre y mucho mas, la creacion de la tierra, la evolucion de la humanidad, tu cumpleaños, todo.
El tiempo en soledad, solo, sin amigos contemplando todo, deseando morir deseando ser como esos seres vivos que nacen, viven y mueren.
Pero nunca se hará realidad ese deseo imposible para alguien inmortal, alguien que tiene que vivir toda la eternidad.
Estaríamos riéndonos de alguna broma suya hasta que su padre lo llamó y se hizo el silencio por un par de segundos. Cuando vuelve, pregunta:
– ¿Estás escuchando la radio?
– No, ¿quién coño escucha la radio todavía? – digo en una risa tímida. Ni pienso así ni es gracioso, no recuerdo a que venía, pero suele ser para hacerle reír a él también. Casi siempre. Pero hoy no-.
– Dicen que ha muerto Kobe.
Al principio no me lo creía; las fuentes de Adrián nunca han sido fiables, pero aún así me estremecí del miedo, como si fuera alguien cercano a mí. Googleé su nombre, y, al tiempo que refrescaba y surgían los titulares confirmándolo, caían las lágrimas.
Colgué el teléfono, me pasé las manos por la cara y sentí como todos los pelos de mis brazos y mis piernas se erizaban.
La gente no se cree que la muerte de una persona a la que ni siquiera conozco pueda afectarme tanto, pero lo cierto es que, después de tantos partidos, tantas canastas y tantos años siguiéndole, siento como si lo conociera, como si fuera un padre para mí, una figura en la que proyectarme. Ha pasado casi una semana, y mi mentalidad sigue siendo la misma: honrar su memoria y vivir la vida que él no pudo vivir.
«Frontera» de Nazayda Balmaseda Ramos
La incertidumbre. La incertidumbre del hoy, la incertidumbre del mañana. La eterna pregunta que define mi existencia. La incertidumbre de si la pesadilla encontrará su frontera, si me despertaré en un mundo nuevo en el que las circunstancias hayan cambiado su rumbo. O por el contrario nunca despierte, y la desesperación gane la batalla, derrotando las barricadas de la esperanza y sumergiéndome en un agujero sin fin. La incertidumbre, el estado que se apodera de mi pensamiento sin piedad; el estado que corroe mi inocencia y humedece mis mejillas mientras sólo puedo repetir una frase: haz que pare.
«Los peldaños» de Olivia Li Cabrera
Parpadear por mucho tiempo, cerrar los ojos para dormirte y no hacerlo. Soñar con un pasado no estando despierto.
Ver como el cielo se llenaba y vaciaba de estrellas, esa línea brillante que sale de la luz cuando tienes los ojos mojados, ese tiempo sin dormir que me hacía no querer estar despierto.
El sonido que rompe el silencio, que rompe mis sueños y me grita para despertar.
Ser feliz porque ya estuviste triste y llorar porque hace tiempo que no lo hiciste.
Cuando dejo de ver fantasmas, cuando dejan de perseguirme, cuando ya no me empujan, cuando el viento ya no me intenta tirar de las azoteas, cuando dejo de caer por entre los peldaños, cuando todos los que me tiraban por la escalera se cayeron.
El miedo que te entra al saber que después de ser feliz siempre toca volver a estar triste. El recuerdo que empiezo a soñar: cómo volvía todo lo que se había ido. Ella llorando de sangre en mi cocina, mis escaleras mojadas de lágrimas de su brazo, del rojo de mis sueños, el de las escaleras de las que yo también me caigo, o me caía, y que ahora vuelvo a hacer en mis sueños.
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