En su regazo, espuma, tesoros que llegan desde ningun sitio.
Basura, un contenedor azul lleno de trocitos de plástico coloridos.
Ahí dentro, busca lo que quieras. Quizás no lo encuentras.
Estará ahí. Recuerdos de los que se hace dueño.
Inmensidad, en todos los sentidos, en cada color, cada textura, sensaciones infinitas.
Esplendor. Nuestras envolturas. El universo arriba y el mar debajo.
Nuestra protección, nuestra perdición.
«Canto literario a la mar» de Pau Dekany Piña
Le canto a los ciegos de pasión,
a esos que decidieron no ver
y carecen de conocimiento,
que viven en el falso imaginario popular.
Ese campo de lágrimas infinito,
que envenena y cura al que llora con él.
Una cosecha que no se recogerá nunca,
porque tememos volver a la oscuridad.
El salvavidas humano que más fácil mata:
bien sucumbimos ante las penas
que sollozan por respirar,
o lo intoxicamos.
Mas no le temas,
que más te teme a ti.
Te enseñará la dualidad del duelo,
que todos ocultamos tras los ojos.
Te recibe con nieve de verano,
una que solo él produce,
y te roba tu corazón, tus palabras, a ti;
para que sigas su camino de baldosas azules.
–Quiero verme –susúrrale al oído.
–Siempre te esperé –gritará en tu interior.
Vuelas entre lágrimas que te llaman por tu nombre,
y por una vez, gana la alegría.
» Texto sobre el mar» de Nazayda Balmaseda Ramos
El reflejo del sol arrancando destellos a un espejo cristalino, veraz, etéreo.
El peligro tangible, la paz silenciosa, llenando huecos de vacío, de ruido nulo meciendo mi silencio, resaltando lo minúsculo de nuestra existencia. Un cuerpo inmenso hecho de agua y sal, una confusión irónica entre nuestras lágrimas y su identidad, una línea delgada entre nuestro dolor y la libertad de su vastedad.
Incertidumbre ahogada, hogar perpetuo que nos abandona a nuestra suerte en un mundo ajeno a él; alejado de todo pero cerca de mí, con la promesa de ser infinita en la ausencia de aire, de ser parte de todo sin ser nada.
«Las profundidades» de Dana Razzak Anta
Abro los ojos y me doy cuenta de que no he visto nada así antes, de que todo lo que conocía no era nada comparado con eso. El mar no es sólo agua, es la inmensidad que rodea a toda la vida que habita en aquellas profundidades.
El silencio infinito me impide relajarme, si cierro los ojos sólo escucho mi corazón latiendo cada vez más y más fuerte. Cada vez hay más burbujas y respiro aceleradamente. Un escalofrío me recorre las venas, de repente el silencio cesa y un pitido me alerta del poco oxígeno que me queda. Necesito subir a la superficie, pero no lo he visto todo. En realidad nadie lo ha visto, por eso es tan misterioso.
Yo creo que no solo hay peces de distintos colores, también están esos míticos animales marinos, como las sirenas y los tritones. O todos esos recuerdos de gente anhelando a seres queridos que han perdido, todos los secretos que le contaron a esa masa azul que nos rodea. Pero no todo es de color de rosas, está el clásico enemigo de la naturaleza, el que convive con nosotros, pero al que nadie teme hasta que es demasiado tarde, ese material hecho por compuestos orgánicos, tan común y tan devastador.
Una etiqueta a la que no pertenezco pegada a un fondo blanco sin posibilidad de cambiar,
una promesa irrompible,
supuestamente.
Noches claras en las que la rompí, una y otra vez, sin arrepentirme, pero culpable,
pero ya da igual, ha cambiado, ha tomado otra forma distinta
y me ha hecho ver que soy suficiente sin la persona hipotéticamente perfecta para mi,
la que me haría impecable, la que haría que sentara cabeza y dejara de volar entre nubes,
esos que tanto dijeron que necesitaba otra mitad para completarme, a los que escuche demasiado bien, y por demasiado tiempo,
hasta que creí que sólo había una forma de vida que era la suya
ya no me influyen, seguirán lanzando sus ideales contra mi, pero yo caminaré con la cabeza alta,
cuadricularme en un color, pero entendí que soy miles de matices, pinceladas delicadas, y llenas de rabia,
corrí tan rápido, dejando huellas a mi paso que nunca se borrarán, perdurarán en el futuro, en el pasado y en el presente.
perdí mi parte sumisa, gané miles de fragmentos más,
me acepte mi misma imperfecta, con roturas que quizás nunca terminarían de sanar, con mi interior lleno de texturas, paisajes y almas que al pasar a mi lado dejaron un trozo dentro de mi.
«Me desperté a las 4:17», no sabía de donde había salido ese mensaje, ni porque se encontraba en mis notas del móvil, no recordaba haberlo escrito, ni siquiera haberlo soñado, bien es cierto que estas semanas me había estado despertando de golpe a altas horas de la noche, sintiendo que alguien me agarraba las muñecas, pero de ahí, a escribir una nota, había un buen trecho. Y no volví a saber de esa nota. No hasta pasados varios dias.
Porfin, mi momento más esperado del día, camita, dormir, sentir el frío entre las sábanas y sentirte a salvo bajo el edredón, cuando en realidad tu eres tu propia incertidumbre.
Los sueños son la mezcla de los sentimientos, de personas de tu alrededor, de historias que tú mente crea para pasar la noche, sin embargo toda esa oscuridad que habita los rincones de tu pensamiento necesita salir, necesita probar que es igual de fuerte que tus pensamientos positivos.
Pesadillas, esas que atormentan tu descanso y perturban la tranquilidad de tu seguridad, esas que anuncian la verdad alternativa, esas que nunca te dejarán ser paz.
Me dormí aquella noche pensando en las cosas que debía hacer al día siguiente, me dormí con la seguridad de que bajo mi manta nada podría ocurrirme, ignorando lo mucho que me equivocaba.
Una espiral de sueños y pesadillas mareaba mi quietud, mi mente trataba de despertarme, de avisarme de que no era real, pero una barrera se había interpuesto entre el mundo de los sueños y la realidad, algo había bloqueado mi salida de aquel universo, corría y corría y nunca llegaba al final, mis dientes se caían, payasos me incitaban a acompañarles por las calles, alcantarillas sin fin, casas con vida propia, cortinas que ocultaban misterios sin resolver, y de repente, oscuridad, todo se apagó, nada continuó.
La lluvia comenzó a caer y en medio de la oscuridad, note como aquel fino diluvio no mojaba lo que al parecer era mi pijama, mi mente se logró colar en aquel pequeño resplandor de lógica, algo aprisionó mis muñecas, marcando así para siempre las garras del terror. Y volví, volví al mundo al que pertenecía, retorne de lo paralelo en lo que me había quedado atrapada, de nuevo allí estaba, despierta a las 4:17, temblando de pánico, recordando con inquietud mi pequeño viaje.
Y entre mis sábanas en la oscuridad, algo agarró mi mano, calentando mis miedos, extrañamente reconfortando mi respiración, recordándome así, que debajo del edredón, jamás estaríamos solos.
En el mundo en el que vivo, las flores forman los arcoíris, se escribe poesía con lágrimas de corazones rotos y los regalices atan las zapatillas de los jóvenes. Por eso, personas sin imaginación, quieren que responda a una pregunta: ¿existen los fantasmas?
Preguntan sin darse cuenta de su alrededor. No saben quiénes son los que atrasan a la guagua unos minutos para que ellos no la pierdan. Ignoran quiénes buscan esas cosas que ellos perdieron, para que puedan terminar ese trabajo. No son conscientes de quiénes son los desamparados que los abrazan en la esquina de su cuarto cuando las cosas no salen como querían, o escuchan sus gritos cuando pierden a un ser querido. Siguen preguntándose eso, mientras que ellos revisan el tráfico, el coreo sin leer, el programa que querían grabar, para que puedan seguir cuestionando su existencia. Luego se asustan de que las muñecas giren solas, porque se olvidan de que ellos también necesitan reír cuando a nosotros nos va bien.
Filosofan sobre si los fantasmas existen, y yo les digo que ellos mueren para vivir por alguien. Nos dejan de cualquier manera, y nos cuidan desde entonces, aunque no les agradezcamos todo lo que hacen. Caminan al lado nuestro, sin juzgar nuestros pasos, queríendonos incluso cuando nosotros no lo hacemos.
Si esperabas que te respondiera con un simple no, ¿qué haces preguntándole a un escritor?
Se nos acaba olvida, se nos lleva el viento, dejas de estar como las velas una vez encendidas, que se quedan en el fuego que poco a poco las acaba por desaparecer sin dejar nada de ellas por el camino. Pero en tu caso, dejando tu cuerpo como memoria de tu existencia a través de él.
Dejamos de estar cuando nos morimos porque no somos eso que usamos para decir las palabras, lo que intenta hacernos ver entre un mundo todo igual, lo que te duele cuando te caes de los bordillos, lo que sangra. A través de lo que tomamos presencia, como otro de los que llenan las calles, inundan los metros quitándole espacio al aire entre vagón y vagón, entre cuerpo y cuerpo.
Y por eso morimos, porque somos lo que intenta decir que lleva dentro esa masa con la que nos movemos por la tierra, la que nunca encuentra las palabras, la que se queda en la ahí cuando nos vamos.
Me regaló un espejo que ocupó el espacio de todos los ríos en los que me fui mirando para intentar entender qué movían mis pensamientos, en qué estaba atrapada, qué utilizaba para pronunciar las palabras. Y me vi, igual a todos, igual de real que el resto de cuerpos que ocupaban mi salón, que llenaban cada hueco sin usar.
Miro el cielo, el aire que lo llena, sintiéndome eso, una masa intangible de pensamientos, de ideas fugaces que llenan un cuerpo que jamás podrá pronunciarlas. Miro cómo el viento susurra sus secretos usando los árboles, chocando contra los cristales, siendo él el que habla aún sin poder decir nada.
Puedes tocar la tierra, las rocas de la playa, la arena que algún día las formó. Pero siento que al tocarlas solo puedo palpar lo que las recubre, lo que les deja mostrase al mundo y se quedará aquí cuando estas se mueran.
Vi una mariposa, vi cómo volaba al intentar tocarla, como huía de todo lo que se le acercaba. Cómo ni se dejaba ser tocada por el suelo ni por la tierra que nos arrastra a todos a permanecer en la linea recta que conforma el camino, sin dejarnos libertad para elegir el nuestro.
Las mariposas y el aire en el que permanecen, lo único que las puede tocar.
Pero un día encontré los restos de una tirados por el jardín, su cuerpo, como el envase en el que yo me encuentro. La vi, debajo del aire, sobre el suelo que pisaba y que por fin le alcanzaba. El cuerpo que pensé que era solo aire. Pensé que su manera de rozar los árboles y hacer sonar las ventanas era el de permanecer casi quietas en medio de nada teniendo en cuenta que para mí el aire lo era.
Cogí sus alas, incapaces de volar sin llevar lo que murió dentro y las metí entre el espejo que me anclaba a la tierra y ahora a ellas a mí.
El viento húmedo acaricia mi cara, pero el calor lucha contra él, impidiendo que refresque mi rostro, como si estuviera soñando despierto. El mismo aire remueve tu oscuro pelo rizado como se remueven las banderas en las playas. Te ves despeinada pero yo te veo mejor que nunca.
Ser feliz es como cazar mariposas, siempre puedes buscarlas, pero atraparlas está destinado para unos pocos afortunados, y tampoco es que vivan mucho. Al menos la primera parte no se nos está dando mal. Cazar mariposas es un poco egoísta de todas formas.
Quiero acostarme en el suelo empedrado, mirar al cielo celeste, que se va apagando de forma casi imperceptible hasta que se torna añil. Quiero saludar al tímido sol, escondido detrás de las nubes, relucientes y puras, del color de tu sonrisa. Quiero estar aquí contigo, escuchar el silencio, mirar más allá de tus pupilas, coger tu mano y sentir que atravieso tu piel.
Sentarme al borde del abismo, contemplar el paisaje que la primavera arrebató al verano, saber que el mar está lejos pero no lo suficiente para escapar de nuestros cinco sentidos. Mi camisa blanca y mis Air Forces están manchadas por la tierra, pero mi alma está más limpia que nunca, sin nadie que me moleste, sin nadie que nos moleste. Es una tarde de junio, pero tengo la piel erizada.
El azul ennegrecido del cielo se ilumina en su extremo de un suave y delicado naranja durante un instante, hasta que el ángulo del sol se rompe, y quedamos otra vez en la oscuridad, más turbia que nunca. Llega un punto en el que solo veo con claridad tu figura brillando entre las sombras, tus dientes y el iris de tus ojos marrones iluminando todo el lugar. Deberíamos irnos, pero no quiero despedirme de esto tan pronto.
La belleza está más cerca de lo que pensamos, o de lo que queremos pensar. Belleza hay en todos los rincones, lo que faltan son piernas dispuestas a buscarla, y ojos capaces de captarla. La belleza no está en ellas, está en ti. La belleza no está allí, está aquí.
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