Sus puños chocaron incesantemente contra mi cara. La sangre empezó a brotar de mi nariz, mis sienes y mis labios. Dejé de protegerme, ahí acaba todo. Rendido, mi agresor se distanció de mi magullado cuerpo, buscando una piedra en ese oscuro callejón para terminar la faena.
Él no la encontró, pero yo sí. Cuando descubrí que la suerte me sonreía, aproveché la oportunidad. Lentamente cogí la piedra que estaba cerca de mí y en un segundo me levanté, y en medio segundo asesté un golpe crítico en su cabeza antes de que él pudiera hacer nada. Ya en el suelo, hice lo que me hizo, pero él no se recuperó. En sus últimos instantes me dijo que sabía que pasaría esto, que lo vio venir y que solo quería evitarlo, solo nos engañaba.
Exhaló su último aliento y le cerré los ojos, en ese instante sus párpados y sus dedos se pusieron al rojo vivo. Vi como un haz de luz surcaba lentamente mis venas y cómo llegaba a mi corazón dolorosamente y después a mi cerebro. Muero…o eso creo.
Me deslizo por una rampa en una especie de membrana naranja y el aire corta mi cara por la velocidad. Traspaso varios metros y caigo a una oficina enorme. En el cristal que está frente a mi se oye la voz de un aburrido empleado que me explica que estoy en DESTINO, una especie de empresa secreta que computa el futuro de las personas a través de secuencias de actos y de contactos. Por mis cualidades he sido reclutado y dentro de las normas de legalidad y privacidad de la empresa soy óptimo para ser secuestrado y elegir el destino de cincuenta personas. Tras esto, podría volver a mi cuerpo con una casa nueva, dinero en cuentas y demás cosas para solucionarme la vida. Acepté desconcertado y en la pantalla veo escrito: “Usuario 0127 ha mirado el destino de su propia persona como recompensa extra por usar a cincuenta personas”. Busco el mío por curiosidad en el teclado y observo que está bloqueado. Faltan cincuenta personas, -salta una voz-. Nunca debí aceptar… Hoy he terminado, hoy escribo esto desquiciado porque no seré el último usuario, hoy descubriría mi destino y escribo esto a toda prisa porque no lo quiero conocer. Sabedlo novatos, mi antecesor fue asesinado por mi, porque se desesperó. Sólo nos usan. En 30 segundos estaré cayendo de nuevo, a saber dónde. Sabed que no sé si esto es una ilusión, pero sé que mi destino es cualquiera, puede ser cualquiera.
LA NIÑA DEL VESTIDO ROJO de JON GARCÍA VALDECASAS VISPE.
Sé lo que pasó esa noche, todo el pueblo lo sabe, toda la ciudad lo sabe, pero ellos no saben lo que sé yo.
Todo el mundo dice entre lágrimas:
Oh, qué lástima, murieron tan jóvenes.
Pero la verdad solo es un reflejo más pequeño que la mentira.
Recuerdo esa noche en cada momento de mi vida. El sofocante humo me invadía la cara, no podía ver, no podía respirar, no podía ver con claridad, salvo un pequeño boceto de una niña.
La niña tendría más o menos seis años, tenía unos relucientes rizos amarillos y vestía un magnífico vestido rojo con unos zapatitos negros.
La gente me decía que estaba loco, que el accidente me produjo alucinaciones, pero yo recuerdo lo que vi. La niña me miró con esos ojos pálidos y se fue acercando a mí poco a poco. Y ya cuando estaba a mi misma altura me miró tirado en el suelo intentando sobrevivir y ella se río.
Esa risa macabra suena como un eco dentro de mi cabeza. Y entonces me dijo.
Tranquilo Franklin, hoy te vendrás conmigo y con mi familia a nuestra casa. A jugar con mi pelota, no te acuerdas lo contento que te ponía.
Y así como un veloz rayo de sol desapareció.
Investigué a la niña años y décadas y ahora estoy aquí, en la casa que mencionaste para descubrir la verdad. Subí las escaleras, agarré el manillar de la puerta y bruscamente la abrí. Y allí encontré el peor miedo que nadie pueda imaginarse.
Nada, no había nada, ni pistas ni enigmas. Solo una habitación vacía.
Me equivoqué. La mentira solo es un reflejo más grande que la verdad.
Su mente viajó a través del tiempo y recordó una vez más aquel momento en el que todo era un simple e inocente juego de niños. Cerró los ojos y pareció volver a escuchar el viento gritar «Corre» y los árboles guiándola hacia el mejor escondite. Los volvió a abrir y se acercó al reloj, donde observó una vez más aquella preciosa ciudad que había perdido su belleza en algún momento para ella.
Rememoró aquella emoción que había sentido en aquel momento. «Voy a ganar. No me va a encontrar»—había pensado—«Este es el mejor escondite».
Pero lo que nunca imaginó es que así pudiera ser, que se quedaría en aquella vieja torre del reloj, con la única compañía de los números romanos en hierro que no la darían nunca por muerta y no se irían de regreso a casa.
Miro la pared negra, ahora solo puedo mirar y recordar. Solo puedo recordar…
Empezó con las fotos de Instagram, en aquel entonces era popular tenía un millón de seguidores incluso marcas importantes me seguían, un día entrando en mi cuenta me llegó un mensaje, era de Massimo Dutti, decían que querían nuevos modelos y me veían como la figura de su nueva línea de ropa, encantado acepté la oferta, una semana más tarde firmé el contrato había una letra pequeña pero esas cosas no tienen importancia. A partir de ahí comencé a subir a la cima ,pronto vi mi cara en todos las paredes de Londres, mis amigos felicitaron mi éxito, pero pronto se cansaron de que no tuviese tiempo de quedar, decidí pasar y para desahogarme me compré el BMW que siempre quería, una sensación de felicidad me invadía al ver las caras de envidia de la gente, iba una vez a la semana a la peluquería (al fin y al cabo tenía que cuidar mi imagen), las chicas estaban a mis pies pero no me duraban más de una noche, tampoco tenía tiempo para una relación. Mi madre me advertía de que no se me subiese la fama a la cabeza pero creía que sólo eran tonterías. Un fatídico día me desperté, pero no estaba en mi casa, me sentía aplastado, reconocí el ruido estaba en Oxford Street, no puede ser donde vivo es en Covent Garden!, estremecido miré la pared negra enfrente mía, caí en la cuenta de que estaba en la galería, un momento, ¿estoy en la galería? Quiero salir de aquí, pero no puedo, mi piel es fina como el papel, peor mi piel es el papel, no noto la sangre en mis venas sino tinta de impresión, promocionando productos y no caí en que el producto… era yo.
Hormiguitas de Sol diminutas, hormiguitas de Sol caminantes, hormiguitas de verano. Subís por la enredadera de brazos y espalda y del néctar rojo de las mejillas bebéis dispares. Cambiáis de sitio, os hacéis glotonas y a veces menguantes. Hormiguitas trabajadoras, descansad un rato…
Una vez más aquí, en el mismo sitio haciendo exactamente lo mismo. Cansada de esto y de tanta mentira, salgo de allí. Siempre yendo a la misma cafetería con el mismo traje y el mismo semblante alegre que no tiene nada que ver con mi realidad.
—¡Gracias!—exclamo por millonésima vez mientras salgo por el marco de la puerta.
Me congratulo de la suerte que tengo de conocer al camarero. Gracias a él como todos los días, bueno, como yo, y también come mi familia.
Quizás es paranoia, quizás me estoy volviendo loca de comer tan poco, pero creo que alguien me está siguiendo. Camino rápido, acostumbrada a que me sigan borrachos y cosas así. Pero no es un borracho, por sus pasos percibo que es una persona normal, en concreto un hombre, joven por su intensidad. Y se está acercando. Por fin, llega a mi lado.
Me preparo para una patada en sus partes, que siempre les deja en el suelo, y me dan suficientemente tiempo para correr y escapar hacia mi casa.
Me vuelvo violentamente y impulso mi rodilla hacia arriba, pero él es demasiado rápido y para mi golpe.
— ¡Ey! Tranquila, no te voy a hacer daño — dice alzando las manos, en señal de paz. Es guapo, es lo primero que pienso. En seguida desecho ése pensamiento de mi mente, no tengo tiempo para esto. Probablemente es de mi edad, o quizás un poco mayor. Fuerte y demasiado creído para mi gusto. Él empieza hablar, y yo le pido que no me toque.
Me dice que se llama Tyler, y que solo quiere acompañarme hasta mi casa. Mi instinto me dice que no le deje, pero estoy muy cansada y demasiado harta cómo para decirle que no. Así que caminamos juntos hasta allí, el sitio del que siempre me avergüenzo,del que jamás podré salir: mi casa.
— ¿Quién vive aquí? — pregunta él confundido y con los ojos cómo platos.
— Yo — respondo amargamente.
Cierro los ojos, esperando el momento en el que él me mire con asco y se vaya corriendo. Pero no llega, él se queda ahí parado, noto su respiración entrecortada por el frío que hace.
— ¿Y tu familia? — pregunta tras un rato d silencio.
— Eh… también viven aquí — respondo en tono neutro, sorprendida por que se interese por algo así. Nunca tuve un amigo, una persona que se preocupara por mí. Pero no puedo, no puedo revelar los secretos de mi familia.
— Gracias… por acompañarme hasta mi casa, no tenías por qué — digo mientras nuestros ojos se encuentran. Los de él son de un profundo azul, como el del mar, como el mar que tanto me gusta.
— ¿Cuando te volveré a ver? — pregunta.
— No creo que nos volvamos a ver — respondo, mientras me doy la vuelta.
Él me sigue hasta la ajada puerta de la casa, pero se la cierro en las narices.
Él golpea la puerta desde fuera, esperando a que le abra. Tras unos tres golpes decido abrirle, pero no llego a hacerlo, mi madre se pone en medio.
— Hola mamá — digo en tono neutro.
— ¿Quién es? — pregunta en tono feroz.
— Nadie del que te tengas que preocupar — respondo rápidamente.
— Éso lo decidiré yo — dice mi madre abriendo la puerta.
Tyler retrocede nada más verla, pero se contiene y se queda a unos cuantos metros de mi madre.
Mi madre le sonríe y se prepara para hacer lo de siempre, pero yo me adelanto y me pongo entre ellos dos.
— MAMÁ, NO — digo con convicción.
Pero mi madre tan solo me mira y sonríe, dispuesta a quitarme de en medio. Soy lo bastante rápida como para cerrar la puerta, dejando así algunos minutos para que Tyler se pueda ir corriendo.
— ¡Vete! — le grito.
— No me iré hasta que me digas qué es tu madre.
— ¿Cómo que qué es mi madre? — pregunto, con la esperanza de que me crea y se olvide.
— Yo…— dice él confundido.
— Está bien, Tyler, vete de aquí, no te puedo decir nada.
— Dímelo. O te juro que no muevo el culo de aquí — dice él, claramente sin entender la situación.
Respiro hondo. No quiero que muera.
— Está bien. Te lo diré. No es ¿qué sí es mi madre? Es qué somos mi familia.
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