«Es lo qué es Hecho» de Enrique Esteban De Cáceres
¿Qué es la Muerte? ¿Quién es la muerte? Si crees en algo, deja de leer.
Supongamos que la muerte es alguien, pero una sola »alguien» no puede velar a todos los muertos. Entonces es algo, una idea; pero al ser tan abstracta cada persona la define como quiere. Es natural, pero que nos matemos no lo es. Es una salida, pero no debería serlo. Es una solución, pero sin esperanza. Es justa, pero se lleva a niños. Es una fea verdad, pero una bonita mentira. Podemos definir a personas vivas como muertas, y a muertos vivos; por tanto no es definitiva ni rápida. Hay gente resplandeciente que muere, y otras que se ahogan en su oscuridad y viven. Tachemos, por tanto, »buena» y »mala» de la lista.
Pero nos hace iguales.
«La sostenido» de Nazayda Balmaseda Ramos
Quisiera decir que me arrepiento, que lo que hice estuvo mal, pero, aunque jure éstas mismas palabras ante Dios, sabrías que no son ciertas, viejo amigo. Sabes bien que la manera en la que te permití irte es la mejor, pues te fuiste por medio de tu pasión, deberías darme las gracias. Aquel día, ¿cuántos años tenías? ¿Treinta? Ah no, lo pone ahí. Treinta y ocho años. No te creía tan mayor, querido. Recuerdo que era tu cumpleaños precisamente. Te sentaste en el viejo piano de nuestra flamante mansión y sólo bastó un mísero roce contra un La sostenido para que cayeras, querido mío, lo correcto sería felicitarme por mi competencia. Tan aguda fue ésa nota que tu dedo sin vida tocó involuntariamente… Fue un gran día, lo recuerdo bien. Y ahora, aquí estamos, dos viejos amigos en un diálogo que tan sólo es un monólogo. No espero que me contestes, claro, nunca fuiste bueno acatando órdenes, lo único que veías era tu piano, tu piano y nada más. No tenías tiempo para tu esposa, lo comprendo, pero ya ves, no me quedó más remedio que…bueno, hacer lo que siempre quise, y qué mejor manera de hacerlo que con tu verdadero amor, tu piano. La soledad me rodea, y eso es algo que me gusta, pero amor mío, nuestro hijo sigue a mi lado, recordándome a ti, tiene tus ojos…
¡Oh! se me ha echo tarde cariño, he de irme, el deber me llama y tendré que preparar mis lágrimas. Nuestro hijo llegará a casa en poco tiempo y tocará el piano. Espéralo, pronto estará contigo.
«Libertad en el Caos» de Enrique Esteban de Cáceres
La humanidad está cayendo. Lentamente, pero sin parar. Agoniza. En ningún reino existe la paz. Nadie dialoga. Todo son gritos en el campo de batalla. Pero todo podía cambiar, todo debía cambiar. No había creación sin la destrucción, y ahí entra todo. El Caos. Solo los más fuertes, inteligentes y astutos sobrevivirán a esta limpieza;… a esta purga.
A medida que avanzo hacia la sala del trono todo se vuelve más lúcido, como si despertase de un lar letargo. Cada paso reafirma mi misión. Cada mueble lujoso, cada noble gordo, cada latido de sus corazones es injusto. Su honor y logros nace de la muerte de otros hombres.
Llego a la sala del trono, bien iluminada y circular. En el centro está el rey con sus consejeros, en la gran mesa redonda, discutiendo sobre la guerra. No, sobre SU guerra.
>>Algunos me saludan bajando la cabeza en señal de respeto, pero no los imito. Los guardias se empiezan a preocupar: no haber saludado, mi forma de andas (que por una vez es decidida), y la determinación que emito me delata. Pero no saben reaccionar.
>>Tampoco saben que la determinación que emito no es determinación en si, sino energía. La concentro, dejando la sal totalmente e la espera, expectativa.
-Gloria al Caos.
Bang.
«El End Bang» de Nazayda Balmaseda Ramos.
Noche cerrada. Estrellas que salpican el cielo como pecas en un inocente rostro. Una noche apropiada para despedirse. Me doy la vuelta rápidamente y ahí está él. Esperándome con una triste mirada que dice »adiós» como un susurro. Ojalá todo fuera diferente. Un ruido me saca de mis ensoñaciones. El temido momento está a punto de llegar, lo noto. Corro hacia él una última vez para darle un último abrazo con el corazón desbocado. Sé que la galaxia echará de menos éste planeta. Sé que millones de personas que han hecho de él su hogar lamentaran su pérdida. Una última sonrisa para aceptar nuestro destino. ¡BANG!
«Las Hadas y Yo» de Sara González Perdomo, alumna del Taller de Creación Literaria del Campus Artístico de Verano 2018
-¿Qué es lo esencial en mi vida?
Verás, en mi mundo hay hadas, si, has entendido bien, hadas. Pero no son hadas cualquiera, son crueles y despiadadas por lo tanto para mi lo esencial es sobrevivir y más que en sentidos físicos como el dinero, trabajo, etc es más bien algo psicológico.
No, no soy un hada y si, si me discriminan por no serlo. Por ello y muchas otras cosas hay que sobrevivir a insultos, manipulaciones y magia oscura.
Es injusto que por ser diferente te traten como un bicho raro cuando, realmente lo son ellas.
«Osito Abrázame» de Daniel Güidi Flores, alumno del Taller de Creación Literaria del Campus Artístico de Verano 2018
Sentí como que las paredes se estrechaban, aquella sombra que veía todas las noches sacó una afilada sonrisa. Las paredes se estrechaban más y más.
¡Alto! Chille como pude.
Por mucho que gritara nada cambiaba. Sentí que me ahogaba.
Apareció una dulce niña.
¡Ayúdame! Gritó la niña.
Es tu deber. Dijo en voz baja.
De repente pasó de ser una dulce niña a una alta mujer.
¡Has sacado malas notas! Chilló mientras pasaba a convertirse en mi peluche de la infancia.
Lo ví y me abrazé a él. La pared se abrío, aquello ya era normal.
Desperté del sueño, lleno de sangre. Mi madre me contó que me sí contra la pared.
Sería un buen taponazo. Pensé.
Yo en el fondo sabía que no era así. Estaba harto de ese sueño, hoy fue diferente, hoy apareció mi salvación, mi peluche. Sonreí, todavía estaba dudando. Fui al baño para lavarme la sangre. Miré al espejo y ahí estaba, no era yo, era la sombra.
«Fama» de Verónica Castillo, alumna del Taller de Creación Literaria del Campus Artístico de Verano 2018
Cuando sonríe, las comisuras de sus labios se levantan de una manera especial, iluminando el lugar con tan solo un gesto. Se toquetea los cabellos, lacios, de manera nerviosa. Esboza una sonrisilla ladeada, que indica que no se encuentra cómoda allí, ante tanta gente.
Cuando Lorena había escrito su primera novela, no pensó que tendría tanto éxito. Ahora, sentada en un sillón rojo, no paran de acribillarla a preguntas. Y no puede mantenerse serena, sobre todo, teniendo en cuenta la gran invasión a su privacidad que le están haciendo.
Mueve las piernas, en busca de una tranquilidad que nunca llega. Se ajusta las gafas, en su mayoría de un tono fucsia, mientras el presentador se dispone a hacerle la siguiente pregunta. A la cual, ya no responderá. ¡Tanto trabajo, tanto esfuerzo, y ahora, las cámaras están continuamente persiguiéndola!
-Señorita Lorena-Suelta el presentador, captando la atención de la joven-.Díganos, por favor, un defecto y una virtud de usted.
Lorena pasea sus bonitos ojos castaños por el público, que espera una respuesta, impaciente.
No puede continuar la entrevista. ¡Apenas es una niña! ¿Acaso es normal que esté allí?
Sin que mas pensamientos ronden por su cabeza, exclama:
-Podéis cumplir vuestro sueño, tener un don y hacer algo excepcional, pero…-Toma aire, mientras siente como sus ojos se empañan y las lágrimas resbalan por sus mejillas, amargas-No podéis permitir que se metan en vuestra vida de esa manera. Y menos si todavía sois tan jóvenes. Hay niños y niñas que sueñan, día y noche, con la fama. Pero creedme, es mucho mejor no tener que responder frente a medio mundo preguntas como las que me ha hecho hoy este hombre.
Y tras haber concluido con todo lo que piensa, se marcha, completamente decepcionada.
«Hablar» de Patricia Lutzardo Martín, alumna del Taller de Creación Literaria del Campus Artístico de Verano 2018
En cuanto conseguí papel y lápiz empecé a escribir la carta a la que llevaba meses dando vueltas. Sentí una mezcla de alivio y ansiedad y tuve que parar varias veces porque las lágrimas no dejaban de mojar el único folio que poseía. A veces no podía evitar escribir con letra mayúscula por los nervios. Sentía como si el recuerdo me oprimiera la tráquea y me costaba ver a través de las lágrimas, pero de alguna forma conseguí escribir lo siguiente:
Cada vez que iba a casa de abuela me quedaba sin voz. Nunca conseguía hablar con mis tíos, a veces ni siquiera dedicaba palabras a mis tíos, a veces ni siquiera dedicaba palabras a mis abuelos. Sentía que cada frase que pronunciaba estaba mal, que nunca conseguía hacerme entender, que me acabarían gritando o que me odiarían. Pero contigo era diferente. Tú hablabas y hablabas, reías y hacías reír, jugabas conmigo, me querías. Contigo hasta cantar era fácil. Recuerdo tu sorpresa al ver que me sabía la letra de cada una de las canciones que me habías cantado. Y lo mejor era que las dos nos equivocábamos, pero tú solo sonreías y lo volvías a intentar hasta que te salía bien. Yo era mejor bailarina que tú, ¿recuerdas? Pero tú sentías la música, siempre te admiré por eso.
Aprendí a hablar gracias a ti. Y luego me guiaste a escribir también. Pero a pesar de todo eso, yo nunca te lo agradecí. Y a pesar de que no te lo agradecí, tú me leíste libros hasta que me atreví a leer yo sola. Y ese es el mejor regalo que me han hecho o me harán nunca. Yo creía que los libros me habían salvado la vida, pero fuiste tú.
Me separé del papel un momento: no lo soportaba más. Lo último que había escrito me había traído un huracán de sentimientos y de recuerdos. Me devolvió el miedo y el dolor. Así que grité, grité porque no había nadie que escuchar mis palabras, grité porque, por mi culpa, había acabado todo. El eco de mis gritos se apagó. Antes de sumergirme en la oscuridad del silencio, escribí mis últimas palabras:
Te hice un regalo en silencio para agradecer tus palabras. Ahora tú no hablarás nunca más, y yo tampoco.
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