RECUÉRDAME QUE LO OLVIDE
«Recuérdame que lo olvide» es una publicación colectiva publicada por Ediciones Oblivium, que recoge los mejores relatos del 2022 escritos por 30 jóvenes de entre 12 y 17 años.
Puedes leer el libro pulsando aquí.
«Recuérdame que lo olvide» es una publicación colectiva publicada por Ediciones Oblivium, que recoge los mejores relatos del 2022 escritos por 30 jóvenes de entre 12 y 17 años.
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Libro Colectivo Juvenil | Aprende a escribir
Proyecto realizado en colaboración con La Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de La Laguna. El proyecto “Libro Colectivo Juvenil”, consiste en una publicación colectiva, con una tirada de 200 ejemplares, más edición digital, en la que se recogerán 30 textos escritos por 30 jóvenes escritores/as noveles, residentes del municipio de La Laguna y con edades … Sigue leyendo
El JLOG es un Espacio de Jóvenes Escritores (11 a 17 años). Un escaparate literario para dar a conocer el trabajo del alumnado del Curso de Jóvenes Escritores impartido por Antonia Molinero.
Actualmente este curso se imparte en colaboración con la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de La Laguna.
*No hemos quitado las antiguas entradas de nuestro antiguo blog porque son muy buenas, pero a partir de este momento, los jóvenes escritores OKUPAN este espacio por la cara.
Yo quería quererte querer, que tus ojos verdes amarronados miraran las pestañas que jamás admitiste envidiar. Quería agarrar tu mano, sentir como tu tacto atraviesa esos marcados huesos que no llegaste a ver, ocultos bajo mi camisa. Quería ser valiente por una vez.
Si no llegué a entenderte discúlpame, nunca se me dio bien ver más allá. No sé si soy mucho más que ese niño alto y pijo, que viste de chándal porque los vaqueros no se le ajustan a la cintura y que no se separa de dos auriculares más fieles que muchos de ustedes, más fieles que tú. No sé si viste algo más que eso, no sé si te enseñé algo más que eso. Pero me conoces lo suficiente para saber que yo quería escribir sobre ti y no sobre mí.
Despéiname aunque no me haya peinado, pierde los papeles porque yo todavía no los he perdido, deja de quererme aunque yo no haya dejado de hacerlo. Al final, solo soy alguien disimulado al que le gusta llamar la atención, temeroso de todo y de todos, con más suerte de la que pretendo y merezco. Solo soy yo.
«Se escriben versos, cartas y se traducen sentimientos». El cartel de la entrada de su estudio dejaba en claro el trabajo de ese escritor. Cualquiera que necesitara complacer a su pareja con palabras, él sería el que les diera vida con su pluma hecha de su costilla y su tinta extraída de su sangre. Siempre recibía encargos para que le escribiera una carta de amor a las esposas de los campesinos. Solo con las descripciones que ellos traían, y muy rara vez con algún dibujo, una simple costurera se volvía la princesa más importante de la comarca. Se obligó a dejar sus sentimientos de lado y plasmar solo los de los enamorados, para evitar las habladurías sobre un corazón fácil.
Un día, un burgués le pidió que hiciera eso que se le daba tan bien. Escribió y entregó la carta. Al poco tiempo volvío el mismo señor, y pidió otra. Las cartas de esa «flor sin rostro», como acabó apodando a la chica, siempre estaban en su lista de pedidos. Una tras otra, empezaba a usar más tinta en las cartas para ella. Cada vez, esperaba con más ansias que llegara el señor a encargarle otra. La flor sin rostro se volvío parte de su día y motivo de su sonrisa. La norma que se puso de no enamorarse de las esposas de los clientes empezó a resquebrajarse. Escondía pistas en cada carta, para poder verse algún día con esa amada de su cabeza, y lloraba al imaginar su rostro.
Tras noches en vela llenas de tristeza, la puerta del estudio se abrió con fuerza, y unos ojos brillaban en la entrada.
–Siempre mía…–empezó ella.
–Flor sin rostro –sonrió, caminando al encuentro de su amor. Y así, terminó otra carta, y empezó una historia.
Silencio entre el ruido.
El cielo reflejado en el agua.
Diáfano como el cristal.
Revuelto como una tempestad.
Depende de cada día, cada momento, cada segundo.
Colores bajo tu percepción, en su interior.
En su regazo, espuma, tesoros que llegan desde ningun sitio.
Basura, un contenedor azul lleno de trocitos de plástico coloridos.
Ahí dentro, busca lo que quieras. Quizás no lo encuentras.
Estará ahí. Recuerdos de los que se hace dueño.
Inmensidad, en todos los sentidos, en cada color, cada textura, sensaciones infinitas.
Esplendor. Nuestras envolturas. El universo arriba y el mar debajo.
Nuestra protección, nuestra perdición.
Le canto a los ciegos de pasión,
a esos que decidieron no ver
y carecen de conocimiento,
que viven en el falso imaginario popular.
Ese campo de lágrimas infinito,
que envenena y cura al que llora con él.
Una cosecha que no se recogerá nunca,
porque tememos volver a la oscuridad.
El salvavidas humano que más fácil mata:
bien sucumbimos ante las penas
que sollozan por respirar,
o lo intoxicamos.
Mas no le temas,
que más te teme a ti.
Te enseñará la dualidad del duelo,
que todos ocultamos tras los ojos.
Te recibe con nieve de verano,
una que solo él produce,
y te roba tu corazón, tus palabras, a ti;
para que sigas su camino de baldosas azules.
–Quiero verme –susúrrale al oído.
–Siempre te esperé –gritará en tu interior.
Vuelas entre lágrimas que te llaman por tu nombre,
y por una vez, gana la alegría.
El reflejo del sol arrancando destellos a un espejo cristalino, veraz, etéreo.
El peligro tangible, la paz silenciosa, llenando huecos de vacío, de ruido nulo meciendo mi silencio, resaltando lo minúsculo de nuestra existencia. Un cuerpo inmenso hecho de agua y sal, una confusión irónica entre nuestras lágrimas y su identidad, una línea delgada entre nuestro dolor y la libertad de su vastedad.
Incertidumbre ahogada, hogar perpetuo que nos abandona a nuestra suerte en un mundo ajeno a él; alejado de todo pero cerca de mí, con la promesa de ser infinita en la ausencia de aire, de ser parte de todo sin ser nada.
Abro los ojos y me doy cuenta de que no he visto nada así antes, de que todo lo que conocía no era nada comparado con eso. El mar no es sólo agua, es la inmensidad que rodea a toda la vida que habita en aquellas profundidades.
El silencio infinito me impide relajarme, si cierro los ojos sólo escucho mi corazón latiendo cada vez más y más fuerte. Cada vez hay más burbujas y respiro aceleradamente. Un escalofrío me recorre las venas, de repente el silencio cesa y un pitido me alerta del poco oxígeno que me queda. Necesito subir a la superficie, pero no lo he visto todo. En realidad nadie lo ha visto, por eso es tan misterioso.
Yo creo que no solo hay peces de distintos colores, también están esos míticos animales marinos, como las sirenas y los tritones. O todos esos recuerdos de gente anhelando a seres queridos que han perdido, todos los secretos que le contaron a esa masa azul que nos rodea. Pero no todo es de color de rosas, está el clásico enemigo de la naturaleza, el que convive con nosotros, pero al que nadie teme hasta que es demasiado tarde, ese material hecho por compuestos orgánicos, tan común y tan devastador.
Una etiqueta a la que no pertenezco pegada a un fondo blanco sin posibilidad de cambiar,
una promesa irrompible,
supuestamente.
Noches claras en las que la rompí, una y otra vez, sin arrepentirme, pero culpable,
pero ya da igual, ha cambiado, ha tomado otra forma distinta
y me ha hecho ver que soy suficiente sin la persona hipotéticamente perfecta para mi,
la que me haría impecable, la que haría que sentara cabeza y dejara de volar entre nubes,
esos que tanto dijeron que necesitaba otra mitad para completarme, a los que escuche demasiado bien, y por demasiado tiempo,
hasta que creí que sólo había una forma de vida que era la suya
ya no me influyen, seguirán lanzando sus ideales contra mi, pero yo caminaré con la cabeza alta,
cuadricularme en un color, pero entendí que soy miles de matices, pinceladas delicadas, y llenas de rabia,
corrí tan rápido, dejando huellas a mi paso que nunca se borrarán, perdurarán en el futuro, en el pasado y en el presente.
perdí mi parte sumisa, gané miles de fragmentos más,
me acepte mi misma imperfecta, con roturas que quizás nunca terminarían de sanar, con mi interior lleno de texturas, paisajes y almas que al pasar a mi lado dejaron un trozo dentro de mi.
mi mayor proeza, la perfecta, imperfecta.
el laberinto del que ya salí.
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