Yo quería quererte querer, que tus ojos verdes amarronados miraran las pestañas que jamás admitiste envidiar. Quería agarrar tu mano, sentir como tu tacto atraviesa esos marcados huesos que no llegaste a ver, ocultos bajo mi camisa. Quería ser valiente por una vez.
Si no llegué a entenderte discúlpame, nunca se me dio bien ver más allá. No sé si soy mucho más que ese niño alto y pijo, que viste de chándal porque los vaqueros no se le ajustan a la cintura y que no se separa de dos auriculares más fieles que muchos de ustedes, más fieles que tú. No sé si viste algo más que eso, no sé si te enseñé algo más que eso. Pero me conoces lo suficiente para saber que yo quería escribir sobre ti y no sobre mí.
Despéiname aunque no me haya peinado, pierde los papeles porque yo todavía no los he perdido, deja de quererme aunque yo no haya dejado de hacerlo. Al final, solo soy alguien disimulado al que le gusta llamar la atención, temeroso de todo y de todos, con más suerte de la que pretendo y merezco. Solo soy yo.
«Se escriben versos, cartas y se traducen sentimientos». El cartel de la entrada de su estudio dejaba en claro el trabajo de ese escritor. Cualquiera que necesitara complacer a su pareja con palabras, él sería el que les diera vida con su pluma hecha de su costilla y su tinta extraída de su sangre. Siempre recibía encargos para que le escribiera una carta de amor a las esposas de los campesinos. Solo con las descripciones que ellos traían, y muy rara vez con algún dibujo, una simple costurera se volvía la princesa más importante de la comarca. Se obligó a dejar sus sentimientos de lado y plasmar solo los de los enamorados, para evitar las habladurías sobre un corazón fácil.
Un día, un burgués le pidió que hiciera eso que se le daba tan bien. Escribió y entregó la carta. Al poco tiempo volvío el mismo señor, y pidió otra. Las cartas de esa «flor sin rostro», como acabó apodando a la chica, siempre estaban en su lista de pedidos. Una tras otra, empezaba a usar más tinta en las cartas para ella. Cada vez, esperaba con más ansias que llegara el señor a encargarle otra. La flor sin rostro se volvío parte de su día y motivo de su sonrisa. La norma que se puso de no enamorarse de las esposas de los clientes empezó a resquebrajarse. Escondía pistas en cada carta, para poder verse algún día con esa amada de su cabeza, y lloraba al imaginar su rostro.
Tras noches en vela llenas de tristeza, la puerta del estudio se abrió con fuerza, y unos ojos brillaban en la entrada.
–Siempre mía…–empezó ella.
–Flor sin rostro –sonrió, caminando al encuentro de su amor. Y así, terminó otra carta, y empezó una historia.
En su regazo, espuma, tesoros que llegan desde ningun sitio.
Basura, un contenedor azul lleno de trocitos de plástico coloridos.
Ahí dentro, busca lo que quieras. Quizás no lo encuentras.
Estará ahí. Recuerdos de los que se hace dueño.
Inmensidad, en todos los sentidos, en cada color, cada textura, sensaciones infinitas.
Esplendor. Nuestras envolturas. El universo arriba y el mar debajo.
Nuestra protección, nuestra perdición.
«Canto literario a la mar» de Pau Dekany Piña
Le canto a los ciegos de pasión,
a esos que decidieron no ver
y carecen de conocimiento,
que viven en el falso imaginario popular.
Ese campo de lágrimas infinito,
que envenena y cura al que llora con él.
Una cosecha que no se recogerá nunca,
porque tememos volver a la oscuridad.
El salvavidas humano que más fácil mata:
bien sucumbimos ante las penas
que sollozan por respirar,
o lo intoxicamos.
Mas no le temas,
que más te teme a ti.
Te enseñará la dualidad del duelo,
que todos ocultamos tras los ojos.
Te recibe con nieve de verano,
una que solo él produce,
y te roba tu corazón, tus palabras, a ti;
para que sigas su camino de baldosas azules.
–Quiero verme –susúrrale al oído.
–Siempre te esperé –gritará en tu interior.
Vuelas entre lágrimas que te llaman por tu nombre,
y por una vez, gana la alegría.
» Texto sobre el mar» de Nazayda Balmaseda Ramos
El reflejo del sol arrancando destellos a un espejo cristalino, veraz, etéreo.
El peligro tangible, la paz silenciosa, llenando huecos de vacío, de ruido nulo meciendo mi silencio, resaltando lo minúsculo de nuestra existencia. Un cuerpo inmenso hecho de agua y sal, una confusión irónica entre nuestras lágrimas y su identidad, una línea delgada entre nuestro dolor y la libertad de su vastedad.
Incertidumbre ahogada, hogar perpetuo que nos abandona a nuestra suerte en un mundo ajeno a él; alejado de todo pero cerca de mí, con la promesa de ser infinita en la ausencia de aire, de ser parte de todo sin ser nada.
«Las profundidades» de Dana Razzak Anta
Abro los ojos y me doy cuenta de que no he visto nada así antes, de que todo lo que conocía no era nada comparado con eso. El mar no es sólo agua, es la inmensidad que rodea a toda la vida que habita en aquellas profundidades.
El silencio infinito me impide relajarme, si cierro los ojos sólo escucho mi corazón latiendo cada vez más y más fuerte. Cada vez hay más burbujas y respiro aceleradamente. Un escalofrío me recorre las venas, de repente el silencio cesa y un pitido me alerta del poco oxígeno que me queda. Necesito subir a la superficie, pero no lo he visto todo. En realidad nadie lo ha visto, por eso es tan misterioso.
Yo creo que no solo hay peces de distintos colores, también están esos míticos animales marinos, como las sirenas y los tritones. O todos esos recuerdos de gente anhelando a seres queridos que han perdido, todos los secretos que le contaron a esa masa azul que nos rodea. Pero no todo es de color de rosas, está el clásico enemigo de la naturaleza, el que convive con nosotros, pero al que nadie teme hasta que es demasiado tarde, ese material hecho por compuestos orgánicos, tan común y tan devastador.
Una etiqueta a la que no pertenezco pegada a un fondo blanco sin posibilidad de cambiar,
una promesa irrompible,
supuestamente.
Noches claras en las que la rompí, una y otra vez, sin arrepentirme, pero culpable,
pero ya da igual, ha cambiado, ha tomado otra forma distinta
y me ha hecho ver que soy suficiente sin la persona hipotéticamente perfecta para mi,
la que me haría impecable, la que haría que sentara cabeza y dejara de volar entre nubes,
esos que tanto dijeron que necesitaba otra mitad para completarme, a los que escuche demasiado bien, y por demasiado tiempo,
hasta que creí que sólo había una forma de vida que era la suya
ya no me influyen, seguirán lanzando sus ideales contra mi, pero yo caminaré con la cabeza alta,
cuadricularme en un color, pero entendí que soy miles de matices, pinceladas delicadas, y llenas de rabia,
corrí tan rápido, dejando huellas a mi paso que nunca se borrarán, perdurarán en el futuro, en el pasado y en el presente.
perdí mi parte sumisa, gané miles de fragmentos más,
me acepte mi misma imperfecta, con roturas que quizás nunca terminarían de sanar, con mi interior lleno de texturas, paisajes y almas que al pasar a mi lado dejaron un trozo dentro de mi.
«Me desperté a las 4:17», no sabía de donde había salido ese mensaje, ni porque se encontraba en mis notas del móvil, no recordaba haberlo escrito, ni siquiera haberlo soñado, bien es cierto que estas semanas me había estado despertando de golpe a altas horas de la noche, sintiendo que alguien me agarraba las muñecas, pero de ahí, a escribir una nota, había un buen trecho. Y no volví a saber de esa nota. No hasta pasados varios dias.
Porfin, mi momento más esperado del día, camita, dormir, sentir el frío entre las sábanas y sentirte a salvo bajo el edredón, cuando en realidad tu eres tu propia incertidumbre.
Los sueños son la mezcla de los sentimientos, de personas de tu alrededor, de historias que tú mente crea para pasar la noche, sin embargo toda esa oscuridad que habita los rincones de tu pensamiento necesita salir, necesita probar que es igual de fuerte que tus pensamientos positivos.
Pesadillas, esas que atormentan tu descanso y perturban la tranquilidad de tu seguridad, esas que anuncian la verdad alternativa, esas que nunca te dejarán ser paz.
Me dormí aquella noche pensando en las cosas que debía hacer al día siguiente, me dormí con la seguridad de que bajo mi manta nada podría ocurrirme, ignorando lo mucho que me equivocaba.
Una espiral de sueños y pesadillas mareaba mi quietud, mi mente trataba de despertarme, de avisarme de que no era real, pero una barrera se había interpuesto entre el mundo de los sueños y la realidad, algo había bloqueado mi salida de aquel universo, corría y corría y nunca llegaba al final, mis dientes se caían, payasos me incitaban a acompañarles por las calles, alcantarillas sin fin, casas con vida propia, cortinas que ocultaban misterios sin resolver, y de repente, oscuridad, todo se apagó, nada continuó.
La lluvia comenzó a caer y en medio de la oscuridad, note como aquel fino diluvio no mojaba lo que al parecer era mi pijama, mi mente se logró colar en aquel pequeño resplandor de lógica, algo aprisionó mis muñecas, marcando así para siempre las garras del terror. Y volví, volví al mundo al que pertenecía, retorne de lo paralelo en lo que me había quedado atrapada, de nuevo allí estaba, despierta a las 4:17, temblando de pánico, recordando con inquietud mi pequeño viaje.
Y entre mis sábanas en la oscuridad, algo agarró mi mano, calentando mis miedos, extrañamente reconfortando mi respiración, recordándome así, que debajo del edredón, jamás estaríamos solos.
En el mundo en el que vivo, las flores forman los arcoíris, se escribe poesía con lágrimas de corazones rotos y los regalices atan las zapatillas de los jóvenes. Por eso, personas sin imaginación, quieren que responda a una pregunta: ¿existen los fantasmas?
Preguntan sin darse cuenta de su alrededor. No saben quiénes son los que atrasan a la guagua unos minutos para que ellos no la pierdan. Ignoran quiénes buscan esas cosas que ellos perdieron, para que puedan terminar ese trabajo. No son conscientes de quiénes son los desamparados que los abrazan en la esquina de su cuarto cuando las cosas no salen como querían, o escuchan sus gritos cuando pierden a un ser querido. Siguen preguntándose eso, mientras que ellos revisan el tráfico, el coreo sin leer, el programa que querían grabar, para que puedan seguir cuestionando su existencia. Luego se asustan de que las muñecas giren solas, porque se olvidan de que ellos también necesitan reír cuando a nosotros nos va bien.
Filosofan sobre si los fantasmas existen, y yo les digo que ellos mueren para vivir por alguien. Nos dejan de cualquier manera, y nos cuidan desde entonces, aunque no les agradezcamos todo lo que hacen. Caminan al lado nuestro, sin juzgar nuestros pasos, queríendonos incluso cuando nosotros no lo hacemos.
Si esperabas que te respondiera con un simple no, ¿qué haces preguntándole a un escritor?
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