Tú que me estás leyendo sabes que un adolescente es más listo que un adulto, o eso es lo que suelen pensar. Porque los padres no los entienden, porque no saben lo que sienten, porque no los conocen. Lo suculento de esta vieja reiterativa realidad es que no pueden aceptar que los padres fueron algo más antes de ser progenitores.
Según el Instituto Nacional de Estadística, la edad en la que los niños quieren su primer móvil es de nueve años. Teniendo esto en cuenta no es una novedad alarmante pensar que un bebé, hoy en día, es nativo digital. Desde que nace, en muchos casos, y no señalo todos porque siempre hay vientos con excepciones, se le ametralla a los ojos del cachorro la irrefrenable y vigilante luz azul de una televisión, una tableta, un móvil, un sinfín de electrónica para placar su estado de ánimo natural, su llorería, sus quejas y su incorporación a este nuevo mundo.
Por lo tanto, desde que el niño posee un teléfono móvil ya cree conocer todo, y por ello va perdiendo interés por el conocimiento, además de que sus ojos están empezando a atender otros ojos. Sin embargo, posee una inmensidad de inteligencia en sus manos y cuando le susurre el interés, lo buscará en el aparato, donde reside el peligro de adentrarse en una telaraña que gobierna la gran araña llamada ignorancia.
Vivimos en un mundo donde los vientos que nos susurran al oído tienen color a entretenimiento. Vivimos en ese mundo donde dando a dos botones ya podemos ver cuantiosas películas y series de todo tipo. Preferimos sentarnos para ver una de estas últimas a leer la misma historia en un libro. ¿Por qué? Es tan sencilla la respuesta como respirar sin darnos cuenta. Nuestros ojos se cansan y nos da sueño, nuestra mente no descansa y leer le supone estar en guerra. En una guerra de creación de un mundo que es de otro, en pasear por caminos que no cree que deberían de estar ahí, pero la lectura es eso, pasear, correr, pisar o tan solo pasar por un mundo de otro, es adentrarse en la otredad para conocer tu propio mundo. Ver una película o una serie no supone ningún esfuerzo, porque ese mundo ya está creado en imágenes y sonidos, y los personajes tienen cara visible que puedes ver en la pantalla, a partir de aquí el esfuerzo imaginativo ya está yendo al paro, porque se ha quedado sin trabajo.
A un adolescente no se le debería obligar a leer algo específico. Porque es una persona que está empezando a ser autónoma, descubriéndose a sí mismo, por lo tanto el hábito de lectura aquí es autárquico, es decir, de uno solo sin ayuda. Evidentemente lo aclaro a rasgos generales, pero hay casos también donde la lectura se encuentra en muchas casas desde antes de tener móvil. ¿Quién podía dormir sin saber si Caperucita se salva del lobo disfrazado o no? Aunque pocos saben que en un final del cuento acaban ambas devoradas, porque no siempre llega alguien para salvarlas. Pobre lobo, la literatura lo ha mirado tanto, pero con los ojos cerrados.
Sin duda alguna la literatura ha abierto también sus brazos a la electrónica, obviamente para captar a más jóvenes y también por comodidad. Pero está claro que la adolescencia es un momento de cambio, de transición, y la literatura te puede o no ayudar a caminar esa pasarela donde piensas que eres el único yo del mundo.
Hay que poner sobre el tapete que la literatura no es para algo, la literatura es en sí misma, y somos nosotros quienes debemos acercarnos a ella en busca de conocer sentimientos, sensaciones, historias o simplemente el más sincero entretenimiento. A lo largo de la historia de la literatura escrita, sabemos que ha luchado desde siempre contra el fuego y la censura, pero este siglo, desde el principio, planeaba sepultarla con la mano de internet, una gran mano cerrada en la que ya estamos dentro.
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