Larga vida a la nada de Ana Marante González
Siempre era igual, millones de partículas desapareciendo, evaporándose lo físico, solo quedaban sentimientos y pensamientos sin ser palabras, cuando me convertía en la fría nada lo que formara un todo moría, las formas ya no estaban, solo estaba mi alma, sin cadenas, ocupando este mundo encarcelado. Empecé a saber que podía convertirme en invisible a los diez años cuando quise desaparecer durante una discusión de mis padres, lo conseguí durante cinco minutos, ellos estaban tan concentrados en odiarse que no se dieron cuenta. No sé como comencé a conseguirlo, supongo que tampoco me ha importado nunca, simplemente cierro los ojos y deseo evaporarme.
La verdad es que durante mi adolescencia nunca entendí los problemas de las personas esclavas de su cuerpo, porque yo los podía evitar, había un examen que no me salía me volvía invisible y me colaba en el despacho del profesor, un chico que me gustara y tuviera novia cogía su móvil y hacía que rompiera con ella, y así, pequeñas aventuras con las que conseguía arruinar pequeñas vidas. Siempre me he sentido superior a todo lo mundano, superior a los colores, a los objetos y a las personas, superior a sus intereses. Así comencé a perfeccionar mi don, toda una vida tratando de hacerme fácil lo difícil, tratando de ayudarme. Yo y mi don. Pero entonces comencé a crecer y los problemas de la madurez comenzaron a ser demasiado visibles para mí, huir cuando me apetecía dejó de ser una solución, pero me había vuelto adicta a la sensación de desaparecer. Me había enamorado de la sensación de ser sentimientos sin forma, arte sin palabras, persona sin cuerpo. Tras un divorcio y cinco asquerosos hijos llegué a este punto, cincuenta años, récord conseguido, tras varios años de práctica he conseguido desarrollar mi don hasta volverlo absoluto, llevo un año siendo invisible. Se me ocurrió la idea de ser permanentemente invisible cuando mis hijos ya eran lo suficientemente felices como para ignorar a su depresiva madre, cuando me di cuenta de que trabajar como contable era demasiado contacto con lo material. Ser una persona se volvió demasiado estresante, dinero, rutina y amor, demasiadas tonterías para mí. Decidí que suicidarme sería más aburrido, ¿Para qué matar a mi cuerpo si yo siempre había sido mucho más que eso? Así pasé a ser simplemente yo y mi don, solo yo con todo un planeta a mi disposición. Hago de todo, admiro dramas familiares, me río con las rupturas y disfruto lágrimas, discusiones y gritos, muy divertido la verdad. Cuando el viento suena muy fuerte son mis suspiros, cuando alguien siente un escalofrío son mis uñas, cuando alguien se cae sin razón alguna son mis manos empujándolo. Los periódicos dicen de todo sobre mí, mujer secuestrada, raptada, asesinada, mi favorito es el de desaparecida, es el único verdadero.
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