«Súper López» de Marta Ramos Gómez
Yo tenía ocho años, a penas entendía nada, y él tenía noventa y ocho, se llamaba Antonio y era mi bisabuelo. Siempre lo llamaba abuelo, porque así lo llamaban todos y a él le gustaba. Cuando yo era más pequeña iba a caminar con él, era un hombre mayor, pero fuerte, iba todos los días a caminar y a mí me encantaba ir con él. Recuerdo que siempre me contaba historias de cuando él era joven, pero yo era muy pequeña, no las entendía, pero me gustaba estar con él. Recuerdo también bajar después de comer a su casa y verlo viendo telenovelas, le encantaban, y yo tampoco lo entendía, me limitaba a jugar sola, pero escuchando sus historias que poco después olvidaría. El tiempo pasaba, y nadie podía pararlo, las cosas fueron cambiando y él ya no podía levantarse apenas de su cama… Y un día, su corazón ya no latió más, y eso tampoco lo entendí. Yo tenía ocho años y él noventa y ocho, y a pesar de pasar mucho tiempo a su lado apenas lo recuerdo. Hoy en día sé que siempre iba descalzo, que solo tenía zapatos los domingos y eran los del hermano mayor. Sé que iba todos los días de Guamasa a Valle de Guerra caminando, descalzo, para trabajar y darle dinero a sus padres. A su familia. Era el quinto de diecinueve hermanos, y era feliz sintiendo que trabajaba por ellos. Ahora lo entiendo todo. Entiendo el dinero que me daba para que, llegado el momento, me comprara un coche, dinero que yo gastaba en juguetes. Entiendo el valor que le daba a todo lo que tenía, entiendo que quisiese contarme todas sus historias que yo, por ser pequeña, no entendía. Ahora sí entiendo que me hubiese encantado poder pasar muchas horas más a su lado, ahora entiendo que lo admiraba.
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