Olivia Li Cabrera
Cuento del día del cementerio
Saliendo poco a poco de una tumba olvidada desde que se cerró. Restos de ramas secas colgando, flores marrones y sus pétalos en ese hueco donde se debió poner mi nombre, el que se estaba abriendo, agrietando, para dejar de ocuparme por una de esas enredaderas que crecen de algo muerto.
Caí para poder volar como me prometieron, para dejarle al viento mi vestido y mis trenzas.
Les escuchaba susurrándomelo desde lejos, en cada hoja que se caía cuando pasaba, cuando rodaban las canicas por toda la calle. Me lo dijeron un millón de veces y no sé quién, no sé dónde. Pero el viento cuando soplaba me traía las palabras y las dejaba dando vueltas en mi cabeza.
Miré hacía abajo, y sentí el frío de una noche mojada, el silencio de un lugar tan alto y tan cerca del ruido de los coches que esa noche no pitaban, pero iban con prisa, sin mirar, sin ver y sin escuchar como hacía yo.
El viento en tu contra cuando caes y lo interrumpes, el último silbido en el que me pidió perdón. Por mentirme, por hacerme creer que si saltas puedes volar, por no hacer volar mi falda, ni desatar mis trenzas mientras volaba.
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