¿Cuándo creíste que estabas solo?
Las arañas y las polillas se arrastraron hasta ese lugar de tu interior donde antes resplandecía luz.
Sé que a veces tienes que ver a la sangre correr serpenteante por las paredes del lavabo para saber que tienes un alma y que estás vivo. Alegas que dormirás plácidamente, pero tú y yo sabemos que deseas a ese alguien que extermine a tus huesos; que silencié a las corrientes gélidas que fluyen por tus venas como viento de invierno. Sé que quieres resbalar a una negrura estrellada, pero, por favor, no alejes tu vida de la mía.
Y aquí estamos otra vez, intentando comprender como tu mundo se desmorona; intentando calmar al oleaje que arrecia con fuerza contra tu frente. Vamos, necesito que me mires. Quítate las manos de los ojos; deja que las lágrimas correteen por tu cara. Alísate las mangas y vuelve a mírame. ¡MÍRAME, joder! Déjame perderme por esos iris que una vez albergaron fuegos artificiales y nubes de purpurina; déjame perderme por esos iris que una vez diferenciaron la sangre del agua.
He reparado a Platty. Tenía un fallo en la cadena. No sé si tu mente está demasiado débil para recordar, pero con ella pedaleábamos hasta los confines de nuestro mundo. Bajo la sombra del puente, jugábamos a las Pokémon. Tú siempre ganabas. Normal, cabrón, si siempre usabas las holográficas…
No, por favor, no bajes tu mirada. No, joder, vamos. He pensado en conducir hasta ese lugar que ya tu sabes. Niegas. Vale, ya me ha quedado claro. Está bien. Pero ¿me dejarás saber tus planes para esta noche? Porque si crees que te voy a dejar aquí, en esta habitación, que, por cierto, apesta, estás equivocado. Hoy, el látigo que fustiga estruendosamente a tus pensamientos descansará esta noche. La ametralladora rotatoria de tu mente dejará de aniquilar a esos atisbos de luz.
Lloras. Mi alma se retuerce, presa de la nostalgia. Quien te vio y quien te ve. ¿Qué hay de aquel chico que soñaba conquistar oídos? ¿Qué hay de aquel chico que soñaba con subirse a un escenario, frente a su piano? Mamá me ha llamado hoy por la mañana. Me ha dicho que tus quejidos anoche eran insoportables. No tuvo el coraje para adentrarse a esta habitación suicida. Yo, hermano, seré un tocapelotas. No me moveré de aquí si no es para llevarte a una clínica. Sé que quieres yacer en el cementerio de las lápidas de neón. Ese lúgubre lugar donde los epitafios están escritos en neón; ese lúgubre lugar repleto de chiquillos como tú, con la cabeza germinada de sueños que se quedan en eso, en semillas.
He saltado a una fosa de leones para sacarte de aquí.
Eres mi sangre.
Las lápidas de neón claman por tus huesos. Los quieren devorar, lenta y macabramente.
Pero no lo lograrán.
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