ILUSIONISTAS
Ilusionistas, un texto de Isabel Hernández, actual alumna del Curso Anual Creación Literaria.
Aquél día de conmemoración y festejo, llegó al pueblo una furgoneta de diseño muy hippie, de llamativos colores chillantes, llena de pegatinas de otras partes del mundo y saturada de cacharros extraños desde las ruedas hasta el techo. Techo que a su vez llevaba en su parte frontal, dos megáfonos, de los cuales salía una invitación al acercamiento. Una vez se hubo estacionado en un llano detrás de la vieja iglesia, acondicionado para verbenas y ferias, comenzó a emitir un pregón: «Damas y Caballeros, Acérquense y vean el más difícil todavía, ilusionistas de sueños jugarán con su mente» Del interior, comenzaron a descender variopintos personajes muy distintos entre ellos pero todos con un mismo propósito. El primero en hacerlo, fue el conductor; un fornido acróbata enfundado en unos leggins de compresión y una corta camiseta, que dejaba al descubierto su musculado torso así como sus potentes brazos. De amplia sonrisa que le cubría todo el rostro y un extraño casco en su cabeza, se dirigió a la puerta lateral del vehículo y abriéndola, ofreció aquellos poderosos mástiles de apoyo para que sus ocupantes descendieran. Al hacerlo, me dio la espalda y pude leer la serigrafía de su camiseta: «El Hombre Zumba». Debía de tratarse de algún domador o encantador de fieras.
Una mujer ligera como una pluma y delgada como una hoja de papel, fue la primera en asir el brazo del macizo. Llevaba en su otra mano un hatillo de libros como si de una historieta de Ibáñez hubiese cobrado vida y vagabundeando por su mundo necesitase encontrar algo. De cabello corto y de un intenso color oscuro, estaba lustrada por una chispeante llama de brillo, con un único filamento por idea, cual bombilla que de tanto dar calor en años, de encender y apagar sueños y pesadillas, quedaba la madurez de llevar con clase la experiencia de la arruga. Algo debió decirle el forzudo a su oído, pues de su boca comenzó a manar una cacareante y contagiosa risa, y sin más se dispuso a deshacer su hatillo, haciendo malabares con los libros. A continuación hizo su aparición una jiribillosa joven de modales sueltos como su melena. Cargada con unos grandes fardos de bolas de papel, sus ávidos ojos buscaron y rebuscaron a su alrededor la información necesaria para elaborar su trabajo. Psicológicamente, analizó todos los detalles del terreno incluida la inclinación, y pronto sus nerviosas y ágiles manos comenzaron a crear una carpa con aquellos fardos. ¡Brillante! Exclamó otra joven que descendía en aquel instante. Con una sonrisa media amarga como un café sin azúcar, otra sonrisa a medias con sus grandes ojos, comedida cautela y cierta filosofía, parecía estudiar a través de sus lentes, el enclave elegido por sus compañeros para la función. Sin perder elegancia, criticó todo lo cuestionable, incluso al pueblo y sus lugareños. Al pasar a mi lado, pude apreciar la ligereza de sus movimientos y pensé para mí, que debía tratarse de una trapecista en vuelo entre dos cuerdas y una sola red de protección. La del amor. Pude comprobar que la siguiente en bajar llevaba alrededor de su cuello, cual elegante bufanda, una serpiente de tamaño medio con la que parecía mantener una conversación existencial de la obra a representar. De alguna forma incomprensible para mí, aquel animal estaba atento a su ama y a su voz tan sutilmente parsimoniosa. Diríase que la tenía hechizada. Era como si algo místico las fundiera a ambas en un abrazo de danza ancestral y por un momento, quede cautivada. Detrás de ella, otra mujer de porte atlético, se bajó realizando estiramientos y aspavientos de brazos que no comprendía si saludaba a alguien, rezaba o simplemente desentumecía sus huesos. Quizás fuese la contorsionista de aquélla farándula. Permaneció en silencio y apartada del resto un buen rato, como si meditará. Por la parte trasera de la furgoneta, bajo otra mujer, algo indecisa y como asustada. Llevaba puesto un largo abrigo que indefinía más aún su persona pero curiosamente algo me decía que se trataba de alguien con peso en aquel tinglado. Cuánto más absorta estaba en mis conclusiones, ¡tachamm!
De dos movimientos laterales abrió aquel abrigo como sí de un telón se tratara y dejó ver una preciosa casaca roja con grandes botones dorados y colocándose un alto sombrero de copa, tomó con decisión el camino hacia la plaza donde anunciaría que los ilusionistas habían llegado. Ella tenia claro cual era su sitio. Y cuando todo estuvo dispuesto para la representación, bajó de la parte delantera de la furgoneta, otra mujer. Con aspecto bonachón, de mirada tranquila y calmada, hoyuelos de sonrisa cuando gesticula con su boca, brindó a todos los presentes un afectuoso saludo. Daba la impresión de despertar de un plácido sueño y no lamentaba llegar la última, pues era la Madame de aquella circense trupe. En sus manos llevaba una bolsa de la cual extrajo una muñeca hecha de retales de letras, con una bonita madeja de hilo negro por cabello y unos aros de verga alrededor de sus ojos haciendo de gafas. Estaba sujeta por unas cuerdas que partían de sus hombros y la Madame la hizo bailar como telonera de la función, al compás de una música que salía de su pequeña boca. Debían recitar en conjunto todos sus compañeros un pasquín con tres propuestas: día de la mujer hoy debemos expresar, tú eres literatura y tienes la llave a tu libertad…
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