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Blog : Sin categoría

«MIL INTENTOS» de Celia, Lucía, Sath y Paula

Amely,
tú mejor que nadie sabes que las disculpas no son lo mío. Ambas sabemos que el orgullo es mi mayor defecto. Pero tú ya te has disculpado suficientes veces, así que creo que es mi turno.

Creo que da igual la cantidad de veces que te cuente que no me da vergüenza salir contigo, de alguna manera siempre terminas sintiéndote insegura. Aunque lo he intentado tantas veces, el miedo siempre termina venciéndome y callándome como un pañuelo de dudas alrededor de mi boca. Me gustabas, me gustas y siento no encontrar el valor de gritarlo a los cuatro vientos, a pesar de que han sido muchas las veces que me he imaginado haciéndolo, y lo mucho que me gustaría.

Sé que te duele ser mi secreto y deseo más que nadie que dejes de serlo. Tengo miedo a perderte o perderme a mí en el intento. Tengo miedo a dar un solo paso en falso y acabar con todo sin quererlo, sabes que las voces del resto me controlan sin remedio.

Quiero que sepas que te quiero, a pesar de las circunstancias y de lo que pueda pasar en el futuro. Sé que a estas alturas, un «te quiero» no es suficiente para reparar el daño que todo esto te provoca. Por tu manera de ver el mundo, por tu paciencia a la hora de entenderlo todo, por abrigar mi corazón en los días más lluviosos, y por ser mi luz al final del túnel.

Espero que con estas palabras comprendas cómo me siento. Tú mejor que nadie sabes que las disculpas no son lo mío.

«Empatía» de Miriam Díaz González

La clase pasa lentamente, como si el reloj estuviese activado a cámara lenta. La profesora no deja de hablar sobre cosas que a nadie le interesan, pues lo único que queremos todos es salir corriendo de esta clase. Y llega el momento en el que la profesora se desvía eternamente y no vuelve al temario hasta la próxima clase, en la que sin duda alguna se volverá a descarrilar. ¿Sobre qué nos hablará a continuación? Nunca se sabe. En la última clase nos habló sobre el olvido y en la antepenúltima sobre un partido de fútbol. De pronto, empieza a hablar sobre las guerras. Guerras de todo tipo: familiares, entre amistades, escolares, políticas. Comienza a hablar sobre las discusiones familiares y con este temario aguanta diez minutos sin cambiar de tema. Después, dando un paso más allá, sigue hablando sobre las discusiones independentistas, con este tema dura quince minutos. Y así sin más, sin avisar, continua hablando sobre las guerras. O mejor dicho, sobre la guerra. En seguida se apodera de mi un sentimiento de impotencia y angustia. Empieza a contar como si nada que algunas familias ya están muriendo del frío congeladas. Empieza a enumerar las últimas hazañas desgarradoras de Putin y le corta así las ataduras a la parte oscura de mi imaginación. Esta sale volando y comienza a imaginar terribles imágenes en las que no quiero volver a pensar jamás. El deseo de dañar al dictador arde en mi interior y el fuego no hace más que crecer, como si la diosa griega de la furia, Lisa, estuviese arrojando a la llama más madera, alimentando así mi ira. Mis ojos escuecen y se hinundan con agua, pero no es un agua cualquiera, no. Es un agua cargada de tristeza, como si hubiesen recogido la lágrima más triste que había derramado cada ser humano y las hubieran juntado todas en mis ojos. La poción de la tristeza cae sobre mi pupitre y la madera se oscurece con el líquido. Observo detenidamente la gota y me doy cuenta que de alguna manera empieza a aumentar de tamaño. El agua adquiere el tamaño de un charco y se derrama por los bordes de la mesa. Parece que nadie se percata, pero yo sé lo que hacer. De alguna manera sé lo que debo hacer. Me pongo en pie sobre la silla y salto sobre el charco. 

Sabía que iba a viajar a otro lugar, pero la situación fue algo inesperada. Al abrir mis ojos, me encuentro en una sala de estar que principalmente es de madera. Estamos a oscuras, de noche, y el termómetro de mi móvil indica la temperatura: dos grados. Mis manos moradas no dejan de temblar exagerada y a la vez endeblemente. Hay una familia conmigo, están todos abrazados intentando retener calor. El niño más pequeño deja de respirar. Su madre le toma el pulso y no deja de gritar en toda la noche por la tristeza. Yo no dejo de maldecir a mi poderosa pero peligrosa empatía sentada en la cómoda silla de mi colegio en Tenerife.

«Leyenda» de Otto Farrujia

Estoy en una isla, sin nadie en quien confiar. Ocho días seguidos, ocho horas cada uno, y ni una puñetera línea. Ni una puta palabra. Y las que he escrito, corridas ya como lágrimas de rímel por la sal de mi sudor, son vacuas, carentes de esencia. Carentes de ese efecto que adormece a las infestaciones que se producen en mi mente. Esto que pretendo escribir no es rap, ni hip-hop. Tan solo otro lastimoso intento de hacer que ellas cesen con su macabro juego. Tan solo otro intento de que ellas se acallen para siempre. A medida que las bolas arrugadas de papel son barridas por el viento para terminar en ese lugar donde los límites de la cordura se confunden con los de la locura, voy siendo consciente de que tengo una mente muy loca que limpiar. Es en ese momento cuando siento como la presión se cierne violentamente sobre mi cabeza, como si una tarántula tocase un desafinado piano con sus férreas patas sobre mi cráneo.

Oh, abuelo, tú eras uno de esos clásicos. Uno de esos vinilos que por mucho polvo que tengan encima, siempre ha de ser escuchado. Auscultado para apreciar su grandeza. Cuando tan solo era un niño que tergiversaba la realidad, te imaginaba como un tocadiscos gigante. En este caso, tú eras el disco negro que no paraba de describir círculos. Viajabas bajo esa punta de diamante, sintiendo lo mismo que un astronauta que orbita alrededor del sol. Enfundado en un suéter de punto y en unos tejanos descoloridos, peinado pulcramente, comenzabas a mecerte al son de las grandes voces flamencas, mientras escrutabas la foto de la abuela que reposaba junto al tocadiscos. Abrumado por la magnanimidad de tus movimientos, tan solo podía quedarme allí, observándote desde ese estriado sillón.

Estabas aquí cuando escribí esa canción que jamás se hizo para sonar en la radio; estabas aquí cuando salté al precipicio sin fondo del que tú tantas veces me advertiste; estabas aquí para presenciar cómo me aislaba en esos ritmos y mixes que tan poco me han devuelto a cambio. Siempre me decía que debía ir a visitarte, pero los conciertos son una puta droga. Más, más y más, le gritas a tu agente nada más llenar el Madison Square Garden. Yo era un león babeante; los conciertos, la solitaria liebre en medio de la llanura. Me alejé como un cohete fugaz, cegando con esa luz adiamantada todo lo que una vez nos unió. Y es que tras haberlo pensado mucho, abuelo, creo que no estaba preparado para verme reflejado en unos ojos que no me conocían de las misma manera que yo te conocía a ti.

Ahora, cada vez que me siento frente a este piano, en esta solitaria playa, bajo la sombra de las palmeras, soy incapaz de encontrar esa nota que eclipse sus oídos. No puedo. Confeti, humo, luces multicolores…mi mente sigue presa a ese lugar. A ese lugar, en el que, pese a todo, tengo miedo de mi propia música. Miedo a la inexorabilidad del fracaso. Un día estas bamboleándote en el paracaídas, y al siguiente yaces sanguinolento en el duro suelo del cementerio de los olvidados.    

La canción está terminada, abuelo.

Eres una leyenda en mi propia mente.

Hoy, el día de tu muerte, grabé este última parte.

Ellos, los fans, ya están contentos.

Y ahora tan solo deseo tener un almuerzo contigo.

“Memoria vs entendimiento” de Nayara Kirova. (Russi)

¿Saben ese momento en el que no entiendes absolutamente nada y nadie te ayuda? La escuela es así.

Algunas personas entienden fácilmente cualquier materia. Los profesores están encantados, hacen los ejercicios que explican, se sienten realizados…Pero hay muchos alumnos a los cuáles no les ocurre eso. Les cuesta empatizar con la materia, los números no son lo suyo, los idiomas, recordar acontecimientos. Hay gente que lo explica varias veces, de distintas formas, pero otra no.

Recuerdo cuando, en medio de la pandemia, mi Internet no funcionaba bien, y nadie hacía nada por explicarme por escrito para no perder las clases.

Hoy en día, casi nadie hace nada por los estudios, los alumnos se deprimen al no entender algo, otros lloran porque suspenden, y todo porque, en muchos centros, es más importante memorizar que entender y aprender. Nos piden memorizar la historia y sus fechas, nos piden también hacerlo con fórmulas matemáticas, con declinaciones y símbolos en latín y lengua. Ya estamos cansados, queremos a alguien que, en vez de hacernos memorizar, que nos entiendan a nosotros.

Muchos tienen vidas complicadas, problemas familiares, incluso con el hecho de tener poca memoria se nos hace difícil.

Si tu hijo no aprueba, no saca buenas notas en una materia, no le hundas, no es fácil.

Solo queremos compasión, entusiasmo a la hora de estudiar, y que una nota no defina nuestro camino a la hora de seguir adelante.

“Infierno” de Chiara Donati Campos

Entre rejas, encerrada el alma, atrapado el cuerpo. Entre cuatro montones de ladrillo y cemento. No sé qué hacer. Me siento asfixiada. Echo de menos ver el frío color gris de la calle, de las personas que pasan con cara triste, alargada, cansada y harta. Ver a gente en el colegio, lío por allí, lío por allá. Solo soy capaz de ver el lado malo. No me gusta. Y es que es una condena. O sales y haces lo que te gusta y los demás mueren, o salvas a los demás y quien muere es tu alma. A través de un agujero, ves el pequeño mundo exterior. Y es que, quien no lo vive, no sabe qué significa. COVID, ¿por qué nos haces esto? ¿Qué quieres de nosotros?

Yo, te quiero

Yo quería quererte querer, que tus ojos verdes amarronados miraran las pestañas que jamás admitiste envidiar. Quería agarrar tu mano, sentir como tu tacto atraviesa esos marcados huesos que no llegaste a ver, ocultos bajo mi camisa. Quería ser valiente por una vez. 

Si no llegué a entenderte discúlpame, nunca se me dio bien ver más allá. No sé si soy mucho más que ese niño alto y pijo, que viste de chándal porque los vaqueros no se le ajustan a la cintura y que no se separa de dos auriculares más fieles que muchos de ustedes, más fieles que tú. No sé si viste algo más que eso, no sé si te enseñé algo más que eso. Pero me conoces lo suficiente para saber que yo quería escribir sobre ti y no sobre mí.

Despéiname aunque no me haya peinado, pierde los papeles porque yo todavía no los he perdido, deja de quererme aunque yo no haya dejado de hacerlo. Al final, solo soy alguien disimulado al que le gusta llamar la atención, temeroso de todo y de todos, con más suerte de la que pretendo y merezco. Solo soy yo.

TRANSDISCIPLINARIEDAD

Transdisciplinariedad

La mañana del sábado 24 de marzo de 2018, 14 años después del día 1, hubo un antes y un después en el Curso de Jóvenes Escritores. Hubo un érase una vez una eclosión de talentos en la Escuela Literaria. Nos visitaron de manera espontánea, como si una confabulación de planos temporales se fusionaran y un generador de antiguos alumnos del Curso de Jóvenes Escritores teletransportara jóvenes brillantes pulidos literariamente en la Escuela, eso es: Vino el magnético Carlos Moreno, que actualmente cursa el grado de Matemáticas y el grado de Ingeniería Informática en la Complutense, además de dirigir un grupo de teatro universitario y estar contratado por la misma universidad, para asesorar a preuniversitarios en la compleja decisión de decidir sus carreras. También apareció el enigmático Jorge Maury, actual y flamante ganador la Olimpiada de Filosofía de Canarias, organizada por la Universidad de La Laguna, que quiere estudiar el doble grado de Derecho y Ciencias Políticas. Y se volvió a abrir la puerta y apareció la Reina Oscura, Attenya Álvarez, que tras finalizar su Bachillerato de Artes con Matrícula de Honor, cursa el grado de Traducción en la Complutense, y que quiere ser editora. Lo será. ¡Sésamo ábrete! Y entró Jorge Esquivel, amante de la cultura popular española y futuro Almodóvar, así se presenta él.

Todos se reunieron con mis actuales jóvenes escritores, que estaban escribiendo una mini obra de teatro y tomando chocolate y cruasanes, cuando en un leve aleteo de mariposas, en una suerte de pedagogía natural, les ayudaron con su pequeño caos y resolvieron sus dudas, les dieron un argumentado comentario crítico y les aplaudieron. Les enseñaron a escribir y a pensar, a desarrollar su capacidad intelectual, a expresarse con lógica y con un vocabulario rico, y desde la sabiduría del que no sabe que sabe, desplegaron su ingenio creativo en mil colores, con ideas repletas de honrados argumentos políticos, ideas nutridas de gran conciencia social, innovadoras hipótesis filosóficas, necesarios planteamientos socráticos, verdades lingüísticas, exquisitos posicionamientos feministas unificando amabilidad, razón y una extraordinaria fe en el conocimiento.

Los mayores enseñaban a sus compañeros más pequeños que es esencial aprender a escribir, porque quien sabe escribir sabe pensar, y mi milagro de Escuela, mi proyecto maravilloso echó a volar, y mis chicos fueron preceptores, se desplegaron las mentes y mostraron que es esencial esforzarse en descubrir que todas las disciplinas nos enseñan desde el lenguaje porque la palabra está intrínsecamente ligada a nuestro pensamiento, ese eje capaz de cruzar transversalmente la emoción que se posa sobre el futuro que precisa expresarse libremente. Vi revolotear 15 mentes maravillosas sobre mi cabeza.

Pero yo soy una mentora de jóvenes escritores y no me olvido de los grandes artistas, esos que quizás suspenden hasta en recreo porque la insumisión, la rebeldía, el hedonismo y el ingenio descansan en las mentes más ruidosas. A todos ellos, a los que traslucen y demoran la belleza de sus obras y descuidan los estudios, les aconsejo que se espabilen y derrochen su tiempo también en cultivar su talento.

Los profesores hemos de enseñar para que todos aprendan, parece una perogrullada, pero si no aprenden no hemos hecho más que lucir nuestro saber estéril. Ahora que, si ponemos la emoción al servicio de la educación y nos permitimos cambiar el sistema educativo destruyendo la costra seca y vieja de lo que ya no funciona en modo alguno, construyendo y trabajando por proyectos multidisciplinares, haciendo que todas las materias formen un todo, que se deje de hacer el silencio y la inmovilidad en las aulas muertas y que la creatividad forme parte esencial de la formación, conseguiremos que se estudie con motivación y que cada concepto aprendido sea asimilado con maestría y sin pactos con el olvido, si ponderamos que el estudio per se nunca será el fin, se estudia para ayudarnos, polinizarnos con lo que sabemos para construir un mundo mejor, más sabio y bueno.

He podido saber en 20 años de enseñanza que tenemos que construir un arco iris educativo que recorra toda la paleta de disciplinas, sin cerrar la puerta de ninguna materia, sin distribución por intereses estancos porque todas los saberes se pueden abordar si elaboramos nuevos programas adaptados a las nuevas generaciones. Enseñémosles dibujo, música, biología, matemáticas, filosofía, informática, lengua y literatura, creación literaria, cocina y nutrición, medio ambiente, fotografía, cine, natación, ética y valores humanos, oratoria, historia universal, historia de las religiones, danza, teatro, gimnasia, yoga y nuevas tecnologías. 

Todas las materias son igual de importantes y de todas han de aprender desde sus múltiples capacidades, que no en todos son las mismas y todas son igual de importantes. 

Todos los educadores han de trascender su espacio disciplinar, cooperar y hacer equipo, interactuar, investigar con otros profesionales y compartir información, conocimientos o habilidades. Este es el método, lo he visto con los ojos de mis alumnos. 

La Transdisciplinariedad será hilo conductor de la nueva educación que ya está llamando a la puerta.

Antonia Molinero

Directora de la Escuela Literaria, profesora de Creación Literaria.

¿Ebook o Papel? Mejor los dos

Desde que nació el e-reader o lector digital se ha creado un debate en torno a este nuevo dispositivo pensado para lectores. Por un lado, hay quien clama que nunca lo utilizará, ya que “no es lo mismo que leer un libro en papel”. Sin embargo, cada día hay más gente que le da una oportunidad a estos aparatos y descubre su enorme utilidad.

Un e-reader presenta diferentes ventajas que lo convierten en un dispositivo muy interesante para los amantes de la lectura. En primer lugar, es más ligero que un libro en papel normal. Ahora no tienes por qué cargar una novela de más de mil páginas en el bolso, con el e-reader apenas te darás cuenta. Y si te aburres y deseas empezar una nueva lectura, el e-reader te permite almacenar más de mil libros que podrás llevarte adonde quieras. Además, los libros en formato digital suelen ser más asequibles, lo que nos permite ahorrar, y, según la plataforma de compra que uses, cada día puedes encontrar ofertas muy interesantes. Asimismo, tener acceso a libros en otros idiomas es más sencillo, ya que están disponibles a un simple clic.

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