Les presentamos los artículos realizados por Carlos Alayón Galindo y Lemuel Escobar Rodríguez, alumnos de Filología de la Universidad de La Laguna, que realizaron sus prácticas en la Escuela Literaria.

 

 

Entre el sueño y el olvido

Entre lo que sueño y olvido
Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño
Entre lo que sueño y olvido,
La poesía.
Octavio Paz

Casi sin respiración y carcomido por el hambre llegó al gran palacio. En sus jardines, los pavos reales abrían su abanico de opulento plumaje para envidia del resto de animales que allí moraban. Solo los cisnes, de pico ambarino, competían en hermosura. Los cisnes y las esculturas, finas, regias y siempre alerta a lo que ocurría. Fueron ellas las que lo vieron caer derrotado por la fatiga ante la cancela. El revuelo que se formó fue tal que no tardaron en salir dos sirvientas a recoger al visitante y llevarlo ante el trono de su amo. Tras una breve charla, el rey decidió darle cobijo a cambio de que formase parte de su colección privada de artistas.
El joven, que había resultado ser poeta, solo tenía que mantener la boca cerrada y hacer sonar una caja de música cada vez que su ahora señor pasara. Solo debía girar la manivela, sin cesar,
hasta que sus fuerzas lo abandonaran.
Rubén Darío escribió esta historia, titulada ‘El Rey Burgués’, y la publicó en 1888, a finales del siglo XIX. Aunque lejana, la verdad del cuento del nicaragüense nos abofetea sin miramiento alguno con su actualidad. Doscientos años después, ya tenemos grabada a fuego la idea de que la Literatura, más que deleitarnos y perfeccionarnos, debe ser rentable. Los escritores, si quieren vivir de esto, deben hacer malabares para presentar a sus editores un manuscrito anualmente; las editoriales, en un intento desesperado por mantenerse a flote, explotan y distribuyen todo aquello que llega a sus escarpadas costas, mientras los lectores, hoy llamados consumidores, reducen su papel en esta cadena alimenticia a gastar su dinero en la sección de “novedades” o en la de “más vendidos”. Esta breve y simplificada visión no pretende ser un juicio de valores, una caza de brujas o una llamada a las armas, sino todo lo contrario, es un toque de atención. Debemos estar alerta, como las estatuas de antes. La comercialización de la literatura y la industria creada a su alrededor es un arma de doble filo: para el artista es todo un reconocimiento y elogio, a veces también un auténtico tormento, para el aficionado una fuente de ingresos tan inestable como cualquier otra. Entre nuestra constante demanda de contenido y la necesidad acuciante que toda empresa acarrea, las editoriales mandan a imprenta ideas de patas cortas, como las mentiras, novelas a medio gas y escritores con más ego que pasión por las letras y las historias. Al parecer, el profético Darío tenía razón y el poeta se encuentra, una vez más, postrado ante los pies del inmisericorde mercado y moviendo sin tino una manivela. A veces se nos olvida que la Literatura es un arte y que no debe estar sujeto a los vaivenes de un talonario, sino al influjo creador; que las palabras no son dólares o euros, sino balas de pensamiento o perlas del ingenio; y que, al final del día, el escritor no es un empleado más, sino un artista, un orfebre que con sus humildes herramientas insufla vida a la página en blanco.
Rafael Chirbes creía, como tantos otros, que la Literatura estaba muerta, o al menos dormida, como la princesa del cuento, esperando a que alguien rompa su mudo letargo. No iba desencaminado y menos en los tiempos que corren. Tenemos que despertarla y recuperar su raigambre artística. Nosotros, los amantes de las letras y las historias, debemos volver a hacer que la Literatura sea aquello que transite entre las tierras del “sueño” y del “olvido”.

Carlos Alayón Galindo

 

 

La importancia de la ortografía, puntuación y estilo en estudiantes de bachillerato y estudios superiores

No son poco frecuentes las preocupaciones por las faltas de ortografía en aquellos estudiantes que ya han alcanzado cierta madurez en su vida académica a la hora de enfrentarse a un examen. El motivo de esta desazón en algunos será la alta penalización por cada falta ortográfica ―0,5 puntos, como norma general―, sin embargo, en otros, esta inquietud vendrá motivada por el interés de la calidad de aquello que van a presentar. Las letras, nos guste o no, están presentes de alguna manera en todas las asignaturas y en todos los ámbitos de nuestra vida. Es necesario mantener una buena ortografía para expresar con plenitud nuestros conocimientos y que estos sean tomados con la seriedad que merecen.

Algo similar ocurre con los signos de puntuación y una buena redacción. No es suficiente con tener los conocimientos necesarios para aprobar un examen o una asignatura, sino que, además, es preciso mantener las ideas ordenadas y plasmarlas de esta manera en el papel. Una redacción limpia y organizada siempre es imprescindible a la hora de realizar un buen trabajo. Si a esto, por otra parte, le añadimos un uso correcto de los signos de puntuación, le estaremos demostrando al profesor en cuestión, sea de lengua o no, que, además de los temarios pertinentes de su materia, disponemos de las aptitudes suficientes para realizar una buena redacción.

Pensando en esferas más altas que bachillerato, todas las razones anteriores se mantienen, pero en este caso con un añadido. Es evidente que tanto la universidad como los ciclos y demás estudios superiores están orientados a la preparación laboral. Es por esto que es importantísimo mantener un buen nivel de redacción, ortografía y estilo. Abogacía, medicina, trabajo social, psicología, mecánica, fisioterapia o cualquier otra profesión estará mejor aceptada si aquella persona que la ejerza es capaz de redactar sus documentos con cierto nivel. Esto significa que un profesional con buena ortografía y estilo mantendrá una determinada reputación, mientras que un abogado, por ejemplo, que no sepa escribir correctamente podrá ser cuestionado acerca de ciertas competencias,
aunque no sea incompetente en su ámbito. Es decir, la escritura puede llegar a ser un factor crucial para situar nuestro prestigio laboral, aunque poco tenga que ver con las tareas diarias que se realizan en el puesto.

Con todo, es preciso fomentar la lectura y la formación de escritura desde la infancia para tener los pilares fundamentales de una buena redacción, así como para poder realizar nuestras labores académicas y profesionales de una manera prestigiosa y elegante en el futuro. Los dictados a los que nos veíamos sometidos en el colegio son una buena manera practicar la ortografía, sin embargo, podría buscarse un enfoque menos perjudicial. Hasta ahora, y nunca generalizando por completo, en estas actividades se penalizan las faltas de ortografía, restando nota cada una de ellas. Considero que esta decisión, además de aburrida, puede resultar desmotivadora para ciertos alumnos a los que les cuesta más las labores de escritura; mientras que si se señalasen previamente unas palabras clave y estas sumaran nota por cada acierto los alumnos en cuestión tendrían un objetivo o una motivación para desarrollar bien la tarea. Se trata de hacer más lúdico y
menos formal (que no menos académico) una cuestión importante en la educación de los más pequeños. Y como este ejemplo, otras muchas alternativas pueden ser abarcadas con un poco de imaginación.

Lemuel Escobar Rodríguez

 

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